Francisco, maestro de amistad

En estos momentos de dolor, pongo por escrito mi testimonio, confiando en que podemos aprender, a través de estas anécdotas, la catequesis de Francisco sobre la amistad.

23 de April de 2025-Reading time: 6 minutes
fazio pope francisco

Una de las gracias que más valoro en mi vida son los gestos de amistad que me ha regalado el Papa Francisco, en una mezcla inusual de cercanía paternal y buen humor porteño.

Lo conocí en el lejano año 2000, en la curia de la Arquidiócesis de Buenos Aires, pero realmente la amistad comenzó en la asamblea de Aparecida en 2007.

Los recuerdos se amontonan en mi memoria. En estos momentos de dolor, pongo por escrito mi testimonio por pedido de Omnes, confiando en que podemos aprender, a través de estas anécdotas, la catequesis de Francisco sobre la amistad. 

Comenzaré hilvanando mis recuerdos a través de sus cartas escritas de puño y letra. Para evitar indiscreciones, citaré las más significativas. En ellas se manifiestan algunas características de su personalidad: agradecimiento, buen humor –con el deje irónico propio de su ciudad natal-, cercanía y confianza en la oración.

Siendo todavía cardenal de Buenos Aires, me escribió algunas cartas –siempre acompañadas, dentro del sobre, con unas estampas de la Virgen Desatanudos, de san José y de santa Teresita de Lisieux– para agradecer el envío de un libro o alguna información sobre las actividades apostólicas del Opus Dei en la capital argentina.

En una oportunidad, le envié un libro que incluía unas palabras suyas. En carta del 22 de octubre de 2010, además de agradecerme el libro, su reacción al hecho de verse citado fue la siguiente: “En cuanto a las citas en las conclusiones son un paso más hasta que te «citen» en los Avisos fúnebres de La Nación” (el periódico característico para esta amable costumbre).

Después de su elección como Romano Pontífice, mi sorpresa fue mayúscula cuando, en cuatro oportunidades en un año, me llegó un sobre de la nunciatura que contenía, a su vez, otro sobre más pequeño escrito por Francisco respondiendo a mis cartas, en el que había puesto, incluso, el código postal de mi casa. En la misiva fechada el 6 de junio de 2013, me animaba a evangelizar “en estos momentos en que se mueven las aguas. Bendito sea Dios”. Como le trataba de tú en Buenos Aires, y le decía que ahora le trataría de Usted, pues había pasado a ser el vicario de Cristo, Francisco añadía: “Me causó gracia eso de que dejaste de ser confianzudo… ya te acostumbrarás (después de todo he bajado de categoría: antes era Cardenal, ahora un simple obispo)”. Como en la carta, le hacía referencia al aniversario de mi ordenación sacerdotal, el papa señalaba: “Ya llevás 22 años de sacerdote. Es impresionante como pasa el tiempo. Yo llevo el doble y me parece que fue ayer”. Nunca faltaba la petición de oraciones: “Te pido, por favor, que sigas rezando y haciendo rezar por mí”.

La siguiente carta que recibí tenía como objeto agradecerme un libro que había escrito sobre él y que un amigo le había hecho llegar. El 4 de julio, el Papa comentaba que ese amigo le había llevado “el libro que te atreviste a escribir sobre mi persona. ¡Hay que ser caradura! Te prometo leerlo y desde ya estoy convencido de que encontrarás en mis escritos categorías metafísicas y ontológicas que seguramente nunca se me han ocurrido. Seguro que me voy a divertir. También estoy seguro de que tu pluma hará bien a la gente. Muchas gracias”. Y, otra vez, la petición de oraciones: “Por favor, no te olvides de rezar y hacer rezar por mí. Que Jesús te bendiga y la Virgen Santa te cuide”.

A fines de 2014 me mudé de Argentina nuevamente a Roma. Al año siguiente, le envié un libro sobre los grandes escritores rusos. Es conocida la admiración del Papa a esos clásicos, y en particular a Dostoevsky. Comentando el libro y la riqueza de la literatura rusa, escribía un 3 de diciembre de 2016: “En la base está aquella frase programática (no recuerdo de quién), «nihil humanum a me alienum puto» (nada de lo humano me es ajeno), o la experiencia del pagano más cristiano, Virgilio, «sunt lacrimae rerum et mentem mortalia tangunt» (hay lágrimas en las cosas y tocan a lo humano del alma)”. Al mismo tiempo, me animaba a seguir escribiendo sobre los clásicos de la literatura como medio de evangelización.

Con ocasión de un mensaje en el que le contaba que iría a Ecuador, me contestó a vuelta de correo, un 3 de febrero del 2022: “Buen viaje a Ecuador. Dale un saludo a la Dolorosa del Colegio San Gabriel de Quito. Todos los días le rezo la oración”. El Papa se refería a una imagen milagrosa que se encuentra en un colegio llevado por los jesuitas en la capital ecuatoriana. Cumplí su deseo, rezando unos minutos por sus intenciones delante de la imagen, junto con la comunidad religiosa del colegio.

La última carta que conservo es del 4 de agosto del 2024. El Papa había publicado un documento sobre la importancia de la literatura en la formación de los agentes de pastoral. Me encontraba en Camerún, y al leer ese documento me entusiasmé, y le envié un mensaje a través de su secretario. La respuesta fue inmediata: “Gracias por tu correo. Gracias por tu aliento. Algunos obispos italianos me pidieron que hiciera algo en relación a la formación humanística de los futuros sacerdotes… y desenterré estos apuntes que había escrito hace mucho tiempo. En esto no sos mi «maestro» con tus libros. Camerún tiene un buen equipo de fútbol. Rezo por vos. Por favor, hacelo por mí. Que Jesús te bendiga y la Virgen Santa te cuide. Fraternalmente. Francisco”.

Las llamadas al móvil también han dejado un recuerdo imborrable de su amistad. A partir de un encuentro personal en 2016, que coincidió con el día de mi cumpleaños, comenzó a llamarme cada año para darme sus felicitaciones. Precisamente en 2017 llamó cuando yo estaba celebrando la Santa Misa. Me encontré un mensaje de audio, en el que me saludaba por el cumpleaños, me aseguraba su oración, me pedía que rezara por él y agregaba que, si podía, me llamaría esa tarde. A eso de las 15:00 estaba recibiendo a una persona cuando sonó el móvil. Al sacarlo del bolsillo se cortó la comunicación, pero alcancé a ver que era él. Entonces me comuniqué con su secretario, para decirle que estaba conmovido de que el Papa intentara conectar conmigo por segunda vez. Que le transmitiera mi agradecimiento y mi oración por él. A los cinco minutos, ¡el Papa me llamaba por tercera vez! Apenas atendí el teléfono, exclamó: “¡Qué difícil es hablar con vos!”

Un año más tarde, reconozco que ya albergaba expectativas de felicitación papal. No me llamó, sino hasta el día siguiente. Increíblemente, me explicó como si tuviera que dar explicaciones que me había tenido muy presente durante todo el día, pero que no había tenido tiempo físico para saludarme.

A finales de 2019 y en los primeros meses de 2020 tuve contactos frecuentes con el Papa, manifestando su cercanía. En noviembre le conté, a través de su secretario, que mi madre se había roto la cadera. Pedía su oración y la bendición para mi madre. Grande fue mi sorpresa al ver que el móvil sonaba diez minutos después de haber enviado el e-mail. Era el Papa. Me preguntó por la edad de mamá, cómo se llamaba, y añadió que le enviaba su bendición y que estaría pendiente. Gracias a Dios, la operación a la que fue sometida mi madre salió bien, y así lo compartí con Francisco a través de una carta que, una vez más, obtuvo inmediata respuesta por escrito.

Un poco más adelante tuve una dermatitis complicada. Me desahogué en una carta, diciéndole que ofrecía mis molestias por él y por la Iglesia. Me llamó al día siguiente. Con una ironía porteña única, me preguntó cómo llamaba yo a la enfermedad. Le respondí: “Dermatitis”. “No –me replicó–, es sarna”, buscando darle un toque de humor a la penosa situación. Inmediatamente, se interesó por mi estado de salud y me agradeció de veras que ofreciera la enfermedad por él.

Pasaron pocas semanas, y recibí una noticia dolorosa: uno de mis mejores amigos desde los años de la escuela primaria, sacerdote del Opus Dei, había fallecido víctima del COVID. Nuevamente compartí mi sufrimiento con el papa, pues Francisco conocía muy bien a ese sacerdote, perteneciente a una familia amiga suya. Al poco tiempo, me llamó para consolarme: “No te preocupes, Pedro era un santito, y ya estará en el Cielo”. Le comenté que, al conocer la noticia, había llorado como un niño. Con mucho cariño, me confió que esas lágrimas eran muy saludables, y que de los niños era el Reino de los Cielos. También preguntó sobre cómo iba la “sarna”.

La seguidilla de contactos continuó: cumpleaños, agradecimiento por el envío de algún libro. Incluso, una vez quería saber si tenía el número de teléfono de un amigo común. Cosas típicas de la amistad. Pensando en esas llamadas, llegué a la conclusión de que, además del prelado y de mis hermanos en el Opus Dei que viven en mi casa, y mi familia en Argentina, sólo Francisco compartió mi preocupación por mi madre, la dermatitis, el dolor por la muerte de un amigo, y la alegría del cumpleaños. Muchos estuvieron presentes en una u otra de esas circunstancias, pero sólo él estuvo en todas. Y, como es obvio, no era precisamente la persona menos ocupada entre mis amistades. 

Si me animo a contar estas cosas es por la conciencia de que mi caso no es de ninguna manera singular. Horas y horas de su pontificado –de su vida– se han volcado en este tipo de gestos y conversaciones, de cercanía y amistad. En ocasiones difíciles y en oportunidades alegres, siempre con buen humor y confianza en la oración. En este momento de dolor, el recuerdo del Papa es el de un amigo que estuvo en todas, que vivió conmigo lo que predicó por el mundo entero.

The authorMariano Fazio

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