Antonio Moreno, autor en Omnes https://www.omnesmag.com/author/antonio-moreno/ Una mirada católica a la actualidad Tue, 14 Jan 2025 11:32:05 +0000 es hourly 1 Tengo un pensamiento https://www.omnesmag.com/firmas/tengo-un-pensamiento-firma-antonio-moreno/ Wed, 15 Jan 2025 04:00:00 +0000 https://www.omnesmag.com/?p=44416 Ahora que te tengo sé lo que es el miedo, pensando en que algún día acabará todo este nuevo mundo que me das. Me puso triste esta frase del precioso último single de Amaia Romero porque pensé ¿se ha dejado ya de creer en el amor para toda la vida? La letra de «Tengo un […]

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Ahora que te tengo

sé lo que es el miedo,

pensando en que algún día acabará

todo este nuevo mundo que me das.

Me puso triste esta frase del precioso último single de Amaia Romero porque pensé ¿se ha dejado ya de creer en el amor para toda la vida?

La letra de «Tengo un pensamiento» da por hecho que la historia de amor de la que habla va a acabar tarde o temprano. Es algo que las nuevas generaciones dan por supuesto. El fracaso del matrimonio «hasta que la muerte nos separe» como proyecto de vida está a la orden del día, siendo la pareja de hecho el modelo de relación que crece con más fuerza. La reflexión antropológica, en mi opinión, va mucho más allá del manido «es que los jóvenes de hoy ya no aguantan nada» y hunde sus raíces en los propios fines del matrimonio entre los que se encuentra la apertura a la vida.

Y es que los hijos dan sentido a la indisolubilidad y a la fidelidad, porque suponen una empresa común que trasciende la vida de la pareja incluso más allá de la muerte. Son esas personas que vienen a «romper» la relación de dos y convertirla en una trinidad (por eso dice el Papa en “Amoris Laetitia” que la familia es reflejo viviente de Dios Trinidad) y necesitan un acompañamiento de quienes les dieron la vida. Y no me refiero solo a los primeros años, cuando son muy dependientes, sino de otra manera cuando son adolescentes y necesitan referentes claros, cuando son jóvenes y necesitan un empujón para empezar a volar solos, o cuando son adultos y necesitan abuelos (importantísima figura) para sus hijos. Finalmente, son los padres quienes necesitan la ayuda de sus hijos en la ancianidad completando así ese círculo de amor trinitario.

La revolución sexual redujo la grandeza del amor trascendente sustituyéndolo por un sentimiento vagamente objetivable que denominamos amor romántico. Quitando al tercero de la ecuación (los hijos ya no dan sentido a este nuevo modelo), la pareja no deja de ser una circunstancia, lo que deriva en relaciones más o menos temporales y en sociedades como las de los países autodenominados desarrollados de gente cada vez más sola que la una. ¡Hasta ministerios de la soledad han tenido que crear!

Reniego de los que piensan que los jóvenes son tontos y no van a ser capaces de echar el freno de mano a tiempo. Hay quienes se están dando cuenta de que es de locos tirar la casa por la ventana con relaciones que no terminan de llenar nunca ese vacío interior. Hay quienes se pronuncian abiertamente mostrando admiración por esos matrimonios que siguen juntos por décadas frente a viento y marea. Pero eso, ¿cómo se hace?

La propia Amaia, en el mismo tema, pronuncia una frase que bien podría ser el inicio de una vuelta a la razón. Canta diciendo: 

…me apetece estar toda la vida contigo

y quiero hasta gritarlo.

Y no, no quiero dártelo todo 

y así te sigan sobrando las ganas

y nunca te canses de estar conmigo.

Muchos han descubierto ya la decepción del enfriamiento de las relaciones románticas tras darlo «todo» y anhelan algo más duradero y profundo. Quizá les falta por descubrir –ya voy para viejo y con 25 años de matrimonio a mis espaldas me permito dar consejos– que en realidad nunca lo han dado todo, pues siempre se han reservado algo de sí por la propia naturaleza pasajera con la que se inicia una relación. Es lo mismo que el fast food frente a la cocina mediterránea con productos naturales y a fuego lento…

El matrimonio natural como donación total, de forma permanente, en fidelidad y abierto a generar más vida, con todos sus errores propios de nuestra humanidad, nos abre a la eternidad y satisface los deseos más hondos que, entre canciones, aún entre velos, parecen gritar nuestros jóvenes.

Creímos que Dios era un obstáculo para la felicidad en el amor y nos estamos dando de bruces con que el amor, sin Dios, que nos ha creado y nos ha dejado el manual de instrucciones de su criatura en el Evangelio, se ha hecho pequeño y simplón. Tengo un pensamiento, como dice Amaia, que no me deja solo, y es que la medida del amor es amar sin medida.

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¡Madre de Dios! https://www.omnesmag.com/firmas/madre-de-dios/ Wed, 01 Jan 2025 04:34:00 +0000 https://www.omnesmag.com/?p=44064 Si es usted madre, esto le interesa: en su organismo permanecen células vivas de sus hijos cuya juventud le protege de numerosas enfermedades, incluso del cáncer. También células suyas permanecen en sus hijos toda su vida. En este 1 de enero, solemnidad de María Madre de Dios, esto da mucho que pensar. El fenómeno se […]

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Si es usted madre, esto le interesa: en su organismo permanecen células vivas de sus hijos cuya juventud le protege de numerosas enfermedades, incluso del cáncer. También células suyas permanecen en sus hijos toda su vida. En este 1 de enero, solemnidad de María Madre de Dios, esto da mucho que pensar.

El fenómeno se llama microquimerismo y, en una reciente conferencia, el catedrático emérito de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Málaga, Ignacio Núñez de Castro, señalaba que «esas células del hijo van a aparecer en el corazón, en el cerebro o en la sangre de la madre. Son células troncales, pluripotenciales, cuya misión principal es ir a auxiliar a la madre cuando lo necesita». Son la explicación, continúa este científico, a un hecho que «llevo observando mucho tiempo: las mujeres multíparas son muy longevas, porque guardan restos de esos hijos. Esa vida que han dado les ha dado vida a ellas», concluye. 

Frente a quienes promueven la denominada gestación subrogada, pretendiendo asimilar el cuerpo de una mujer a una incubadora que se alquila por nueve meses, la biología nos demuestra lo que ya sabíamos la mayoría por intuición: la relación física de la madre con sus hijos no acaba con el parto, dura toda la vida, hay un vínculo que supera cualquier otra relación y que permanece a lo largo de los años. 

Este intercambio celular, añade Núñez de Castro en su ponencia que se puede buscar en Youtube con el título «Dignidad y vulnerabilidad del embrión», se produce nada más tiene lugar la anidación, al octavo día desde la concepción. Es decir, que las madres llevan en su interior incluso parte de los hijos que no llegaron a conocer puesto que sus embarazos no llegaron a término. ¿Saben las mujeres que sufren por haber abortado voluntaria o involuntariamente que ese hijo estará para siempre a su lado ayudándole a curar sus heridas? 

También al octavo día, esta vez desde la Navidad, celebramos la fiesta de María como «Madre de Dios«. Es una de las denominaciones más antiguas con la que la comunidad cristiana se refiere a la Virgen. Aunque no fue hasta el siglo V cuando el Concilio de Éfeso atribuyó oficialmente este título a María, hay constancia de que, al menos desde el siglo III, la expresión ya era de uso común en la Iglesia. En este siglo está datado el papiro más antiguo encontrado hasta el momento que recoge una oración popular, que lo sigue siendo, y que reza así:

Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios;

no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades,

antes bien, líbranos de todo peligro,

¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita!

Kristyn Brown de The Saints Project

Como en tantas otras ocasiones, fue la fe del pueblo sencillo la que hizo que la jerarquía terminara reconociendo aquella verdad: que, si Cristo era Dios, María no podía ser otra cosa que Madre de Dios y de ahí su extraordinaria excepcionalidad. La «llena de gracia», la «bendita entre todas las mujeres» era considerada por los primeros cristianos como una criatura como no la hubo ni la habrá. 

Los datos que nos ofrece ahora la ciencia, nos ayudan a entender en profundidad que su especial relación con Dios no era solo mística, ni se limitó solo al momento del saludo del ángel, del embarazo o los primeros años de vida del niño, sino que células pluripotenciales de Jesús –la segunda persona de la Santísima Trinidad en cuanto hombre, el concebido por obra y gracia del Espíritu Santo– habitaron dentro de ella durante toda su vida terrena. Igualmente, células de María (el intercambio celular durante la gestación es en doble sentido) vivieron dentro de Jesús durante sus 33 años de vida y lo acompañaron en su Pasión, Muerte y Resurrección. Aquello de «y a ti, una espada te traspasará el alma» cobra un sentido aún más profundo.

Y un último e interesante dato apuntado por el profesor Núñez de Castro. El microquimerismo no se limita sólo al intercambio de células entre madre e hijo, sino que los hermanos pequeños reciben también parte de esas células «perdidas» que han ido dejando los mayores en el cuerpo materno. 

Se plantean entonces preguntas del tipo: ¿Era necesario, que María para ser Madre de Dios fuera preservada del pecado original para poder, en cierta medida, fundirse con la carne del Santo de los Santos? (Inmaculada Concepción) ¿Convino que esas células divinas que albergó la madre de Jesús no pasaran a otra descendencia posterior para preservar su excepcionalidad? (Virginidad perpetua) ¿La resurrección de Jesús y su ascensión en cuerpo y alma al cielo no implicaría también el mismo destino para su madre, portadora de su mismo material genético? (Asunción). Madre de Dios, Virginidad Perpetua, Inmaculada Concepción y Asunción de María. Los cuatro dogmas marianos en íntima relación. 

En este inicio del año jubilar con motivo del 2025 aniversario del nacimiento de Dios manifiesto mi asombro ante el misterio de la vida que la ciencia nos ayuda a descubrir y también ante el de una mujer excepcional en la historia de la humanidad. Contemplando con estupor lo fino que ha hilado Dios su encarnación, solo me sale exclamar hoy: «¡Madre de Dios!».

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All I Want for Christmas is… https://www.omnesmag.com/firmas/all-i-want-for-christmas-firma-antonio-moreno/ Wed, 18 Dec 2024 04:00:00 +0000 https://www.omnesmag.com/?p=43757 Tres millones de euros. Esa es la cifra que la cantante y compositora estadounidense Mariah Carey se embolsa cada Navidad en concepto de derechos de autor y reproducciones de su archiconocido tema navideño «All I Want for Christmas is You» («Todo lo que quiero por Navidad eres tú»). Curioso que una canción que habla de […]

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Tres millones de euros. Esa es la cifra que la cantante y compositora estadounidense Mariah Carey se embolsa cada Navidad en concepto de derechos de autor y reproducciones de su archiconocido tema navideño «All I Want for Christmas is You» («Todo lo que quiero por Navidad eres tú»). Curioso que una canción que habla de que lo importante de la Navidad son las personas sobre lo material sea una de las minas de oro de la historia del negocio musical. ¿Y para usted? ¿Qué es más importante el dinero o su familia? ¿Su bolsillo o la gente que le rodea?

La batalla entre dos señores

Forma parte de la condición humana la lucha constante entre el egoísmo y la generosidad. Diariamente tenemos que elegir entre compartir o acumular; entre los otros y yo; en definitiva, entre Dios y el dinero.

Jesús, en el Evangelio, nos advierte muy seriamente sobre esta batalla, porque supera las fuerzas humanas. Pone el dinero al nivel de Dios y nos enseña que: “nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero”. ¡Ni a Satanás le da tanta importancia! El dinero es el verdadero Némesis de Dios. Él es quien nos enfrenta a nuestro creador que se hace presente en cada uno de nuestros hermanos, sobre todo, en los más pobres. Él es quien rompe la comunión entre los seres humanos y está detrás de tantas guerras, asesinatos, rupturas familiares y explotación de personas.

Por eso, en Navidad, cuando se supone que deberíamos estar más unidos, irrumpe la «otra» Navidad: la comercial, la del consumo por encima de nuestras posibilidades, la de la paga extra, la de las rebajas adelantadas, la de los aguinaldos, la de los regalos o la de la lotería y los sorteos especiales.

Es duro nadar contracorriente en este río que nos arrastra cada año (el que esté libre de pecado que tire la primera peladilla), pero conviene recordarnos año tras año que la Navidad es la gran fiesta de los pobres, de los «anawin» –palabra hebrea con la que la Biblia se refiere a la gente sencilla y dispuesta a dejarse encontrar por Dios, como aquellos pastores–. Benedicto XVI explicaba así el significado que da Jesús a la pobreza: “presupone sobre todo estar libres interiormente de la avidez de posesión y del afán de poder. Se trata de una realidad mayor que una simple repartición diferente de los bienes, que se limitaría al campo material y más bien endurecería los corazones. Ante todo, se trata de la purificación del corazón, gracias a la cual se reconoce la posesión como responsabilidad, como tarea con respecto a los demás, poniéndose bajo la mirada de Dios y dejándose guiar por Cristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros. La libertad interior es el presupuesto para superar la corrupción y la avidez que arruinan al mundo; esta libertad sólo puede hallarse si Dios llega a ser nuestra riqueza; sólo puede hallarse en la paciencia de las renuncias diarias, en las que se desarrolla como libertad verdadera”.

Falsa libertad

Y es que, frente a la falsa libertad que nos ofrece el dinero (nos promete que, con él, podemos hacer muchas cosas, pero lo cierto es que nos condena a ser sus esclavos porque nunca nos parece suficiente), la pobreza de espíritu, la renuncia a ofrecernos todo lo que el mercado nos ofrece poniendo a Dios siempre antes que el afán de dinero, nos libera de ataduras.

Habrá quien piense que esta advertencia de Jesús es solo para los miembros de la lista Forbes, pero hasta la persona que es materialmente pobre –continúa el papa alemán– puede «tener el corazón lleno de afán de riqueza material y del poder que deriva de la riqueza. Precisamente el hecho de que viva en la envidia y en la codicia demuestra que, en su corazón, pertenece a los ricos. Desea cambiar la repartición de los bienes, pero para llegar a estar ella misma en la situación de los ricos de antes». 

Así que, revisemos dónde tenemos nuestro tesoro, porque allí está nuestro corazón y el dinero es mal pagador. Por eso, esta Navidad nos conviene quizá comprar menos lotería, soltar lastre que hay muchos necesitados a nuestro alrededor y acercarnos más al portal a contemplar a ese niño, pobre de solemnidad, que nace en Belén. Una vez allí, les aconsejo mirarle a los ojos y cantarle, aunque sea mal y aunque ello conlleve echar unos céntimos más en la abultada gorra de Mariah Carey, «Todo lo que quiero por Navidad eres tú».

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¡Feliz Año Nuevo! https://www.omnesmag.com/firmas/feliz-ano-nuevo/ Sun, 01 Dec 2024 05:00:00 +0000 https://www.omnesmag.com/?p=43464 Con el primer domingo de Adviento inauguramos el nuevo año litúrgico. La Iglesia pone a cero su contador semanas antes de que lo haga el calendario civil porque cultiva una virtud en horas bajas: la de la esperanza. Hoy todos vamos con prisa, nadie quiere esperar, todo es «fast», aquí y ahora, «melón y tajá […]

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Con el primer domingo de Adviento inauguramos el nuevo año litúrgico. La Iglesia pone a cero su contador semanas antes de que lo haga el calendario civil porque cultiva una virtud en horas bajas: la de la esperanza.

Hoy todos vamos con prisa, nadie quiere esperar, todo es «fast», aquí y ahora, «melón y tajá en mano» decimos por el sur. Si el metro tarda más de 8 minutos, nos destroza la mañana; si en la cola del súper hay más de dos compradores delante, ya estamos pidiéndole a la cajera que llame a un compañero para abrir otra caja; y los roscones de Reyes se venden ya en todos los supermercados no vaya a ser que nos muramos con el antojo de aquí a un mes que es cuando tradicionalmente se ponían a la venta.

La ansiedad nos come, con graves consecuencias para la salud mental de niños, jóvenes y mayores; y las adicciones están al orden del día porque somos incapaces de frenar los instintos que nos reclaman satisfacción inmediata. 

La cocina al chup-chup ha sido desbancada por los establecimientos de comida rápida o a domicilio. Las relaciones forjadas durante años de noviazgo con el objetivo de formar una familia para toda la vida, han dado paso a tiempos de convivencia no más largos que la vida del perro con custodia compartida o a fugaces encuentros vía Tinder, cuando no a un simple desfogue virtual. Los niños ya no pasan las horas muertas jugando al guiso o al elástico, sino que corren de un sitio para otro con multitud de actividades extraescolares y le roban horas al sueño para jugar videojuegos online hasta altas horas de la madrugada.

La ropa, los coches, los electrodomésticos, los muebles y tantos otros bienes de consumo tienen una vida cada vez menor y están de hecho diseñados para ser sustituidos pronto. Más de una hora sin contestar un Whatsapp es de mala educación; no poner un corazón en la publicación de esta mañana de un amigo te puede costar la amistad; no devolver la llamada perdida es feo… Hemos deshumanizado el tiempo, nos hemos hecho sus esclavos. ¡Por Dios, qué estrés!

El año cristiano, que en esta ocasión abrimos con el mes de diciembre, es una ayuda para devolver al tiempo su dimensión humana, con la semana (el domingo) como eje central. Las fiestas están distribuidas a lo largo del año, alternando tiempos fuertes, con tiempos «menos» fuertes, pero igualmente llenos de sentido y salpicados de fechas significativas. La memoria diaria de los santos humaniza también la jornada, pues son ejemplos a nuestra medida de que amar sin medida es posible. 

El calendario litúrgico aúna el Chronos y el Kairós. El Chronos, en la mitología griega, refiere a la contabilidad del tiempo para la que usamos el reloj o el almanaque. Con el Kairós, se expresa el tiempo como oportunidad, como momento trascendente. Y es que el año cristiano trata de propiciar a lo largo de esa larga lista de horas, días, semanas y meses, momentos en los que Dios se haga presente en la historia particular de hombres y mujeres. Procura que el Eterno, el que no tiene fin porque no tiene principio porque está fuera del tiempo, abra grietas, portales entre los resquicios del universo para encontrarse y fundirse en el abrazo de la fe con quienes intuyen que su vida tiene un destino infinito.

Adelantando el inicio del año para vivir el Adviento, la espera, cultivamos la fiesta verdadera, porque no hay mejor beso que el largamente anhelado, no hay mejor sorbo de cerveza que el primero tras una jornada calurosa, no hay mejor premio que el conseguido tras largas horas de trabajo, estudio o entrenamiento. 

El que espera desespera sólo si se ha dejado empequeñecer por la tendencia actual a la inmanencia, olvidando que somos ciudadanos celestes. La falta de natalidad es la prueba más clara de esta ola de desesperanza que asola Occidente.

Frente a los profetas de calamidades y a los negros augurios de los telediarios, yo apoyo mi esperanza en ese abuelo que, cada mañana, espera de la mano de su nieta con discapacidad el autobús del centro de día; en ese migrante que rescató a una vecina sacándola en volandas del peligro de la inundación de su calle; en ese sacerdote que, tras horas sentado en el confesonario, decide esperar un rato más por si algún remolón necesitara aún de la misericordia de Dios. Son los signos de los tiempos de los que habla el Papa en su bula de convocatoria del jubileo de la Esperanza. «Es necesario –dice– poner atención a todo lo bueno que hay en el mundo para no caer en la tentación de considerarnos superados por el mal y la violencia». 

Son signos sencillos, nada espectaculares, pero, sumados, brillan más que el sol.

Permanezca atento. La esperanza se abre camino a su alrededor a cada instante, en cada grieta del espacio y del tiempo y tenemos todo un año por delante para experimentarla. ¡Feliz año nuevo!

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Al Cristo embarrado https://www.omnesmag.com/firmas/al-cristo-embarrado-firma-antonio-moreno/ Fri, 15 Nov 2024 04:00:00 +0000 https://www.omnesmag.com/?p=43163 Hoy te he visto, Señor, embarrado y muerto, ahogado bajo el cieno de Paiporta, y he querido preguntarte por qué. ¿Por qué Señor? ¿Por qué?  Buscando respuesta en los Salmos te he preguntado: ¿Dónde estabas mientras las nubes descargaban sus aguas, retumbaban los nubarrones y tus saetas zigzagueaban? ¿Dónde mientras nos cercaban olas mortales, cuando […]

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Hoy te he visto, Señor, embarrado y muerto, ahogado bajo el cieno de Paiporta, y he querido preguntarte por qué. ¿Por qué Señor? ¿Por qué? 

Cristo de Paiporta

Buscando respuesta en los Salmos te he preguntado: ¿Dónde estabas mientras las nubes descargaban sus aguas, retumbaban los nubarrones y tus saetas zigzagueaban? ¿Dónde mientras nos cercaban olas mortales, cuando torrentes destructores nos aterraban, nos envolvían las redes del abismo y nos alcanzaban los lazos de la muerte?

¿Es que eres sólo del mismo barro que te cubre y no sientes ni padeces? ¿Eres uno de esos seres de polvo que no pueden salvar; que exhalan el espíritu y vuelven al polvo? ¿Uno de esos ídolos de los gentiles que son de oro y plata, hechura de manos humanas, que tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven, tienen orejas y no oyen y no hay aliento en sus bocas?

Algunos se han reído de ti, y de mí por confiar en ti. ¿Por qué me olvidas? ¿Por qué voy andando, sombrío, hostigado por mi enemigo? Se me rompen los huesos por las burlas del adversario; todo el día me preguntan: «¿Dónde está tu Dios?». Nos has hecho el escarnio de nuestros vecinos, irrisión y burla de los que nos rodean; nos has hecho el refrán de los gentiles, nos hacen muecas las naciones.

El Viernes Santo

Mientras seguía tratando de hallar respuesta a estas preguntas, me he fijado bien en tu foto, y en esos rayos dorados, aunque también enfangados, que salen de tu cabeza. Dicen los entendidos en arte sacro que se llaman potencias y que quieren expresar, no tanto tu divinidad, sino tu más alto grado de humanidad. Ellas dicen que tú, verdadero hombre, el ser humano por excelencia, dominaste en grado máximo las tres potencias humanas (entendimiento, memoria y voluntad) para obedecer el mandato del Padre y aceptar, por nosotros, la flagelación; por nosotros, la corona de espinas; por nosotros, la burla y el escarnio; por nosotros, la cruz; y, ahora, también por nosotros, la inundación.

Verte lleno de lodo es contemplar de nuevo tu cuerpo en el sepulcro, a medio lavar pues el sábado se les vino encima a las mujeres aquel Viernes Santo. Mientras lloramos asustados, tú estás descendiendo a los infiernos de cada ser humano, rescatando a los muertos para la vida eterna, haciéndote solidario con toda víctima de la inundación, pero también con todos los arrastrados por las torrenteras de la vida, por las olas de la enfermedad o la discapacidad, por las aguas bravas del desprecio y el descarte, por el violento caudal de la precariedad, el miedo y la incertidumbre. 

Tu foto es un abrazo a toda víctima, a toda persona que ha perdido a un ser querido, a los que han perdido su hogar, y a los que hemos perdido hasta la esperanza. Es un abrazo que nos dice: “estoy aquí, no me he apartado ni un segundo de ti, estuve contigo aquel día y lo seguiré estando todos los días de tu vida, porque no puedo hacer otra cosa más que amarte hasta dar la vida. Cuenta conmigo si hay que mancharse de barro, cuenta conmigo si estás sufriendo, agarra mi mano si te arrastra la corriente que yo no te la soltaré, aunque tengamos que ahogarnos los dos juntos”.

Señor del barro de Paiporta

Hoy te he visto, Señor, embarrado, y me he acordado que del barro nos hiciste. Nos modelaste, pero éramos seres inertes hasta que soplaste en nuestra nariz tu espíritu de vida. Hoy también estamos como muertos, abatidos por la desgracia, aturdidos por el remolino, y por eso necesitamos de nuevo tu aliento. Insúflanos, Señor del barro de Paiporta, tu espíritu de vida.

Hoy te he visto, Señor, embarrado, junto a los pies también embarrados de dos personas que pasan a tu lado en un suelo lleno de pisadas. Y he visto en ellas los pies cansados de nuestros padres, los israelitas en Egipto, pisando el barro para hacer ladrillos para el Faraón. Y me he acordado de cuantos faraones quieren aprovecharse de la desgracia de muchos para su propio interés. Capacita, Señor del barro de Paiporta, a nuestros dirigentes para que, como Moisés, mantengan al pueblo unido y se pongan a su servicio, abran para nosotros las aguas y nos lleven a pie enjuto, a vivir en paz en una tierra que mane leche y miel para todos.

Cristo embarrado

Hoy te he visto, Señor embarrado, sostenido por un brazo anónimo, uno de tantos que estos días, dentro y fuera de tu Iglesia, trabajan por sacar adelante al pueblo. Y he visto, en ese brazo, el del alfarero a cuyo taller bajó Jeremías y que le enseñó que, del mal, tú puedes hacer que salga el bien. De una vasija de arcilla torcida por el torno, si se modela de nuevo, puedes sacar otra bellísima. Ayúdanos, Señor del barro de Paiporta, a reconstruir nuestros corazones malheridos, nuestras familias rotas, nuestros pueblos destruidos y nuestros hogares anegados.

Hoy te he visto, Señor embarrado, y me he fijado especialmente en tus ojos. Y he visto en ellos los del ciego de nacimiento que tú untaste de barro para que recobrara la vista. Ayúdanos, Señor del barro de Paiporta, a abrir los ojos de la fe para poder ver el misterio de tu amor en medio de esta tragedia que parece, sólo parece, no tener sentido. 

Hoy te he visto, Señor embarrado, y me he dado cuenta finalmente del guiño que nos lanzas con tu ojo derecho. No sé si es intención del artista que te plasmó o es solo un efecto casual del barro, pero parece vislumbrarse tu pupila queriendo abrirse paso entre los párpados. ¿Estás burlándote de la muerte? ¿Estás a punto de decir que esta es solo un paso a la vida? Ayúdanos, Señor del barro de Paiporta, a verte como anuncio de la Resurrección, a no perder la esperanza de que volveremos a resurgir, a no dudar de que estás con nosotros en esta historia, de que, de la muerte y el lodo, sacas la vida. Ayúdanos tú, porque sabes que llevamos este tesoro en frágiles vasijas de barro, de barro de Paiporta.

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Halloween y la religión verdadera https://www.omnesmag.com/firmas/halloween-y-la-religion-verdadera/ Thu, 31 Oct 2024 04:00:00 +0000 https://www.omnesmag.com/?p=42844 «Si no creo en mi religión católica que es la verdadera, ¡cuánto menos voy a creer en la vuestra!». La paradójica frase con la que dicen que un anciano respondió a la pareja de mormones que tocó a su puerta nos ayuda a entender el también paradójico éxito de Halloween en países de tradición católica. […]

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«Si no creo en mi religión católica que es la verdadera, ¡cuánto menos voy a creer en la vuestra!». La paradójica frase con la que dicen que un anciano respondió a la pareja de mormones que tocó a su puerta nos ayuda a entender el también paradójico éxito de Halloween en países de tradición católica.

Al parecer, la cita original corresponde al anticlerical Tomás Cipriano de Mosquera, presidente colombiano del s. XIX, frente a los protestantes, pero la cultura popular ha tomado la idea para responder a cualquier circunstancia en la que una persona tiene que confrontar sus creencias tradicionales con nuevas propuestas, aunque para ella la fe no sea ya (o no haya sido nunca) especialmente significativa en su vida diaria.

Está bien que desde la Iglesia analicemos lo que hemos hecho mal para que tantos hayan abandonado la fe que le transmitieron sus padres, sus abuelos, sus parroquias o colegios; está bien que revisemos la forma en la que presentamos el Evangelio de palabra y obra para evitar la pérdida de fieles; pero la conocida anécdota descubre que hay también un gran número de ellos que rechaza conscientemente a Dios, porque no le interesa. A pesar de haber (al menos) intuido la verdad revelada por Jesucristo, prefieren ponerse de perfil, vivir como si Dios no existiera, sin mojarse y, claro, sin que esa fe lleve consigo actuar en consecuencia. Es la doble moral farisea, pero al revés.

En este caldo de cultivo, Halloween ha cuajado rápidamente porque, al fin y al cabo, la fiesta de las calabazas propone tomar a chufla la muerte, la trascendencia y el más allá. Es una fiesta para pasarlo bien con sustos que se quedan en eso. Nos es más cómoda que tener que adentrarnos en la reflexión sobre la inevitabilidad de la muerte, esa realidad que nos aterra y nos llena de incertidumbre. Porque tener que pensar en lo que nos dijo Jesucristo al respecto y que la Iglesia vocea supondría tener que cambiar de vida, dejar de mirarnos a nosotros mismos y empezar a mirar a los demás como nos enseña la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón. Halloween es, al Día de Todos los Santos, como la reacción infantil de taparse los oídos y empezar a tararear alto una canción para no tener que oír lo que no nos interesa. Así, pasados los primeros días de noviembre, ya nadie se acordará de la muerte hasta el año que viene y: «a otra cosa, mariposa».

Hollywood y Halloween

Una prueba más que desenmascara la doble moral de una sociedad que dice no creer, pero que en el fondo sabe que el mensaje del Evangelio es muy serio, nos la da el cine de terror de Hollywood que se prodiga también en estos días. En las películas de “miedo miedo”, no puede faltar una iglesia antigua, una monja o un cura, a ser posible exorcista. Resulta curioso, pues el número de católicos en EEUU no deja de ser una minoría, pero funciona a nivel de audiencia pues el gran público sospecha que la fuerza espiritual de la Iglesia, por mucho que algunos de sus miembros no seamos ejemplo de nada, tiene mucho de verdad.

Para terminar de sacar a la luz a todos esos ateos o agnósticos solo de cara a la galería también está el dato del número de personas que pide un funeral religioso para ellos o sus familiares. Nueve de cada diez españoles eligen una despedida «por la Iglesia» a pesar de que sólo cinco de cada diez se declaren católicos. Y es que, oiga, a la hora de morirse conviene no andarse con tonterías no vaya a ser que…

Algo parecido debió pensar el icónico actor francés Alain Delon, fallecido este verano, cuando mandó ser enterrado tras un funeral católico en la capilla privada que se hizo construir en su finca, a pesar de no haberse distinguido por su práctica religiosa. Manifestaba, eso sí, tener pasión por la Virgen y hablar mucho con ella. ¡Seguro que María le habrá echado una mano para llegar a su Hijo!

Finalmente, cuando sale el tema de los fariseos inversos –descreídos por fuera, pero creyentes por dentro– me gusta siempre recordar la anécdota que un viejo amigo periodista me contó de los tiempos en que cubría la guerra del Sahara junto a otro reportero que presumía de ateísmo. Un día se vieron sorprendidos en medio de fuego cruzado y tuvieron que refugiarse en los bajos de un vehículo durante cinco interminables minutos en los que se vieron morir. «Jamás he oído rezar un Padrenuestro con más fe y devoción” –recordaba mi amigo– “como el que escuché rezar aquel día a mi colega, el que se jactaba de ser ateo».  

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Id e invitad a todos al banquete https://www.omnesmag.com/firmas/id-e-invitad-a-todos-al-banquete/ Tue, 15 Oct 2024 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=42430 ¿Cree que el mundo está muy mal, que en la sociedad se han perdido la fe y las buenas costumbres, que el vaciamiento de las iglesias es irremediable y que no se puede hacer nada para revertir esta tendencia? Pues, si piensa así, a lo mejor el problema es usted. Y es que no podemos […]

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¿Cree que el mundo está muy mal, que en la sociedad se han perdido la fe y las buenas costumbres, que el vaciamiento de las iglesias es irremediable y que no se puede hacer nada para revertir esta tendencia? Pues, si piensa así, a lo mejor el problema es usted.

Y es que no podemos echar toda la culpa a los demás. Tenemos que hacer autocrítica y preguntarnos por qué, si la vida de fe vale la pena, la mayoría de nuestros vecinos ha dejado de practicarla.

Este domingo celebramos la Jornada Mundial de las Misiones, el popular Domund, y Obras Misionales Pontificias nos propone como lema una de las frases de la parábola del banquete nupcial, cuando el rey, después de tener todo preparado para recibir a los invitados, y ante el rechazo de estos a asistir, manda a sus criados a ir a los cruces de los caminos a invitar a todos los que encuentren. Estos obedecieron y reunieron a todos los que encontraron, «malos y buenos», dice el texto.

La Iglesia como banquete de bodas

La primera imagen que nos puede ayudar en esta reflexión es la de la Iglesia como un banquete de bodas. Un convite es una fiesta, un momento en el que la familia se reúne para celebrar el amor de los esposos y vivir la fraternidad con la familia. Por eso predomina la alegría que expresamos con nuestra forma de vestir, con una comida y bebida especial, con música, baile, regalos…

¿En qué medida nuestra Iglesia es una fiesta de familia? ¿En qué medida mi parroquia, mi movimiento, mi comunidad es un lugar donde uno puede sentirse parte de una familia que está celebrando un banquete? ¿En qué medida yo mismo, como miembro de la Iglesia y por tanto representante de ella, soy música y vino para los que me rodean? ¿Es mi vida, a través de mi vocación concreta como matrimonio, sacerdote, consagrado, soltero, etc., reflejo de un festín? La queja continua, la desesperanza hacia el futuro, la crítica a los que no llegan a ser perfectos, la prioridad por lo formal frente a lo vivencial de la fe, nuestro fariseísmo en definitiva, es lo que chirría a muchos de los que nos miran.

Por nuestro bautismo, todos somos misioneros, criados enviados a los cruces de los caminos a llamar a la gente al banquete, pues se supone que Dios da alegría y sentido a nuestra vida; pero muchos en vez de en atraerlos, nos empeñamos en ahuyentarlos con nuestra actitud pesimista o nuestra incoherencia entre lo que predicamos y lo que vivimos.

La alegría de la misión

Si hay algo que destaca en los misioneros que estos días en torno al Domund ofrecen su testimonio en parroquias, colegios y medios de comunicación es la profunda alegría que transmiten. En ellos siempre he visto un brillo especial de ojos; ese que, en las bodas, se ve en los novios, en los padrinos, en los abuelos, en los hermanos y amigos más íntimos de los contrayentes. Un brillo que habla del gozo que hay en su corazón y que quieren compartir con todos los que los rodean.

En esta fiesta de Santa Teresa de Jesús, otra misionera incansable, andariega fundadora de conventos hasta donde las fuerzas le permitieron, podemos aprender de su enseñanza. Ella nos enseña a no quedarnos paralizados en tiempos recios como los que –igual que a ella en su día– nos han tocado vivir. Su «nada te turbe, nada te espante» nos aparta de la tentación del derrotismo, de la desilusión, de la desesperanza en la que podemos caer cuando vemos al mal hacer estragos a nuestro alrededor. Porque Dios no se ha apartado de su pueblo y aunque caminemos por cañadas oscuras, su vara y su callado nos sostienen.

Ya se acerca el Jubileo de la Esperanza que nos invita precisamente a ser, individual y colectivamente, signos de esperanza para el mundo. Sacudámonos pues el polvo de la depresión y los malos presagios, y vayamos a los cruces de los caminos a invitar a todos, todos, todos. Confiemos en la esperanza que no defrauda, porque la paciencia todo lo alcanza.

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Ana y la turismofobia https://www.omnesmag.com/firmas/ana-y-la-turismofobia-firma-antonio-moren/ Fri, 04 Oct 2024 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=42232 La turismofobia es una tendencia que conozco bien pues tengo la suerte de vivir en uno de los destinos turísticos de moda a nivel mundial: Málaga. Mi ciudad no deja de salir en los rankings de lugares más deseados para visitar. Su agradable clima, su amplia oferta cultural y museística, la belleza de sus calles, […]

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La turismofobia es una tendencia que conozco bien pues tengo la suerte de vivir en uno de los destinos turísticos de moda a nivel mundial: Málaga. Mi ciudad no deja de salir en los rankings de lugares más deseados para visitar. Su agradable clima, su amplia oferta cultural y museística, la belleza de sus calles, playas y parajes naturales, la amabilidad de sus gentes (perdonen la inmodestia), y su gastronomía única la han convertido en un lugar envidiable al que todos quieren venir a vivir o al menos a pasar unos días.

Los beneficios de esta tendencia para los malagueños son indudables pues los ingresos que aporta el turismo redundan en provecho de todos, pero también son muchos los inconvenientes que nos toca sufrir: los jóvenes tienen que buscar casa fuera de la ciudad al no poder acceder al mercado inmobiliario, subida de precios en productos básicos, masificación de calles y espacios ciudadanos, desaparición del comercio tradicional…

Masificación turística y turismofobia

La masificación turística tiene el paradójico poder de transformar espacios únicos, y por eso admirados, en comunes y odiosos. Y es que una Málaga sin moscatel, espetos y pescaíto, porque lo que les gusta a los turistas son las hamburguesas y la cerveza de importación, no sería la ciudad que inspiró a Picasso; y es que una Málaga con las playas, los museos y los bares abarrotados hasta el punto de no encontrar sitio, no sería la Ciudad del Paraíso que cantó el Nobel Vicente Aleixandre; y es que una Málaga sin malagueños, no sería la ciudad que Antonio Banderas lleva por ídem. Lo mismo podrán decir otras ciudades como Venecia, Roma, Atenas o Cancún. Encontrar el equilibrio es difícil y ahí son las instituciones las que tienen que ponerse manos a la obra para no matar de éxito a la gallina de los huevos de oro.

Sin embargo, hoy quisiera reflexionar sobre otra perspectiva no menos importante para buscar soluciones al problema de la turismofobia, y es el de la forma en la que nos comportamos cuando hacemos turismo. Recuerdo con mucho cariño a Ana, una santa mujer de mi parroquia que, durante las peregrinaciones, no consentía que el personal de servicio le hiciera la habitación de los hoteles donde permanecíamos varias noches. Decía que la cama era lo primero que hacía cada mañana desde pequeña y que, por estar fuera de casa, no iba a dejar de hacerlo. “Así, además”, me decía con los ojillos brillantes de quien prepara una sorpresa, “le doy una alegría a la muchacha cuando entre a mi habitación”.

Su actitud me ayudó mucho a entender que el turista debe ser consciente de que los lugares por los que pasa no son su casa. Pero no, como hacen muchos, para desinhibirse y comportarse como no lo harían en la suya; sino para extremar el respeto y el cuidado, como cuando uno es el invitado en un hogar extraño. Porque uno se va al día siguiente y si te he visto no me acuerdo, pero las personas que trabajan allí y las que viven en esa ciudad, merecen mi consideración y agradecimiento por su hospitalidad.

La esencia del turismo

Sin llegar al extremo de Ana, cuya actitud podría dejar sin trabajo a muchísima gente si se extendiera, sí que tendríamos que revisar qué significa para nosotros hacer turismo. ¿Es una experiencia superficial que consiste solo en ver cosas nuevas y dar gusto a los sentidos sin importarnos quién está a nuestro alrededor o, por el contrario, buscamos admirar la belleza, enriquecer nuestro espíritu y encontrarnos con personas de otros lugares?

En este sentido, el reciente mensaje de la Santa Sede con motivo de la Jornada Mundial del Turismo abogaba por poner en el centro de la actividad turística la cultura del encuentro, tan fuertemente defendida por el Papa Francisco “el encuentro”, dice el texto, “es un instrumento de diálogo y de conocimiento mutuo; es fuente de respeto y de reconocimiento de la dignidad del otro; es una premisa indispensable para construir vínculos duraderos”.

¿Turistas o peregrinos?

Debemos buscar el encuentro con el otro porque somos peregrinos en un mundo en el que los países están cada vez más cerca, pero las personas cada vez más lejos. Por eso, el Papa Francisco invitaba recientemente a los jóvenes a no ser meros turistas, sino peregrinos. “Que vuestro caminar”, les dijo, “no sea simplemente un pasar por los lugares de la vida de forma superficial: sin captar la belleza de lo que van encontrando, sin descubrir el sentido de los caminos recorridos, capturando breves momentos, experiencias fugaces para conservarlas en un selfie. El turista hace esto. El peregrino, en cambio, se sumerge de lleno en los lugares que encuentra, los hace hablar, los convierte en parte de su búsqueda de la felicidad”.

Ahí está la clave, en no perder de vista, en casa y fuera de ella, que somos peregrinos y estamos de paso. Así que «¡Buen camino!».

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La foto de Jesús https://www.omnesmag.com/firmas/la-foto-de-jesus/ Sun, 15 Sep 2024 08:09:28 +0000 https://omnesmag.com/?p=41686 En las últimas semanas se ha hecho viral una fotografía de Jesús creada con inteligencia artificial basándose en la imagen impresa en la sábana santa. ¿Es solo una curiosidad morbosa o podemos sacar algo bueno de ella? En primer lugar, hay que dejar claro que la Iglesia Católica ve en la Síndone de Turín solo […]

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En las últimas semanas se ha hecho viral una fotografía de Jesús creada con inteligencia artificial basándose en la imagen impresa en la sábana santa. ¿Es solo una curiosidad morbosa o podemos sacar algo bueno de ella?

En primer lugar, hay que dejar claro que la Iglesia Católica ve en la Síndone de Turín solo una reliquia de gran valor, pero en ningún caso ha afirmado que se trate realmente de la sábana que envolvió el cuerpo del Señor, por muchos indicios a favor que haya.

Y es que, como dijo San Juan Pablo II, «la Iglesia no tiene competencia específica para pronunciarse sobre esas cuestiones», sino que «encomienda a los científicos la tarea de continuar investigando para encontrar respuestas».

En segundo lugar, habría que relativizar la capacidad de la inteligencia artificial para reconstruir rostros, por muy impactantes que puedan ser sus resultados.

No olvidemos que la IA no puede crear de la nada, sino que se basa en lo que ya ha visto. Usa el impresionante caudal de datos que le da internet para «leer» cómo son las cosas y, con esa información de aquí y de allá, replica. Para esta recreación, ayudada por los humanos que la han guiado, habrá estudiado miles de rostros de varones con barba, los ha comparado con las proporciones de los trazos de la Sábana Santa y ha fusionado esos datos en una imagen que es la que vemos.

Así pues, este sería solo uno de los múltiples rostros similares que sería capaz de generar ateniéndose a las proporciones y rasgos estructurales que le fija la imagen original.

En cualquier caso, suponiendo que la imagen de la sábana fuera la de Jesucristo y que la IA fuera capaz de alcanzar un 99% de fidelidad en la recreación; aparte del primer «wow», ¿a mí qué me aporta como cristiano? ¿Alguien cree de verdad que, si Jesús se hubiera encarnado en la actualidad y dispusiéramos, no de una, sino, como es propio de nuestro tiempo, de miles de fotografías y vídeos de Él, su testimonio llegaría más lejos y aumentaría el número de creyentes y seguidores? Permítanme que lo dude.

Fueron muchos miles los que lo conocieron y asistieron a sus milagros, no a través de fotografías y vídeos, sino cara a cara; pero, en el momento culminante de su vida, al pie de la cruz, ¿cuántos lo acompañaron?, ¿cuántos se fiaron de Él?, ¿cuántos, en definitiva, creyeron en Él y en su mensaje? Solo María, Juan y algunas santas mujeres.

¿Dónde estaban los que durante años de discipulado lo habían seguido por aquellos caminos?, ¿dónde los que habían compartido con él enseñanzas, amistad y afecto? Incluso a Pedro y Santiago que, además, habían asistido junto con Juan a su transfiguración gloriosa no les sirvió aquello que habían visto con sus propios ojos para creer. ¿Qué les faltaba para dar el salto a la fe?

Benedicto XVI nos ofrece una clave explicando el pasaje evangélico en el que el apóstol Tomás, que no estaba en la asamblea cuando el Resucitado se apareció en medio de ellos, afirmó aquello de: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré». «En el fondo, –dice el Papa alemán– estas palabras ponen de manifiesto la convicción de que a Jesús ya no se le debe reconocer por el rostro, sino más bien por las llagas. Tomás considera que los signos distintivos de la identidad de Jesús son ahora sobre todo las llagas, en las que se revela hasta qué punto nos ha amado».

¿Para qué puede servirnos, por tanto, una imagen más o menos fidedigna de un Jesús llagado en nuestra vida de fe? Pues solo en tanto en cuanto seamos capaces de ver en esa herida, en esa gota de sangre, en esa magulladura, su mensaje de amor personal sin límites.

En estos días en que celebramos la Exaltación de la Santa Cruz y la Virgen de los Dolores conviene recordar que sólo quien es capaz de descubrir el misterio que encierra la cruz puede pasar de conocer a Jesús (el de la foto) a reconocerlo, como lo reconoció aquel centurión que, al ver cómo había expirado, proclamó: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios».

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No lea este artículo https://www.omnesmag.com/firmas/no-lea-este-articulo/ Mon, 02 Sep 2024 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=41411 Cada vez más leemos, no lo que nos interesa, sino lo que interesa a los algoritmos. Ellos conocen nuestros gustos, los de nuestros amigos, lo que se mueve en el ambiente y quieren gobernar nuestra navegación en internet cuanto más tiempo posible. Si este artículo ha llegado a sus ojos a través de una red […]

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Cada vez más leemos, no lo que nos interesa, sino lo que interesa a los algoritmos. Ellos conocen nuestros gustos, los de nuestros amigos, lo que se mueve en el ambiente y quieren gobernar nuestra navegación en internet cuanto más tiempo posible. Si este artículo ha llegado a sus ojos a través de una red social o de noticias Google (siempre tan a mano a la izquierda de nuestra pantalla de bloqueo) quizá debería parar y no seguir leyendo.

Si aun así se empeña en seguir con la lectura, le advierto de que su libertad puede verse comprometida. Para bien digo, puesto que lo que hoy pretendo es que haga un ejercicio de autonomía que le lleve a no dejarse engañar por lo que lee en las redes porque nada llega a sus manos por casualidad. De poco sirve ya aquella sabia, aunque apócrifa frase de Santa Teresa de Jesús que decía «lee y conducirás, no leas y serás conducido». Hoy podemos decir que es justamente lo contrario, puesto que las lecturas que, de forma aparentemente inocente y amigable aparecen en nuestro móvil, lo que pretenden es precisamente conducirnos, llevarnos adonde los algoritmos quieren. Conocer cómo funcionan y cuál es su objetivo es la única forma de tomar la píldora roja que nos libera del ensueño en el que vivimos la mayoría de las personas digitalmente activas. 

En primer lugar, hay que saber que el principal objetivo del robot que nos recomienda lecturas es que permanezcamos el mayor tiempo posible conectados. Los dueños de internet viven de nuestros minutos de navegación. Necesitan que nos movamos, que hagamos cuantas más actividades posibles conectados. Es la forma en la que rentabilizan sus millonarias inversiones para poder darnos sus servicios de forma gratuita. Mientras nosotros perdemos el tiempo viendo videos cortos, subimos nuestras fotos a la nube, consultamos nuestras redes sociales, nos mensajeamos con los amigos o nos dejamos orientar caminando o en coche, estamos dándole su materia prima, facilitándole datos de nuestros hábitos, de nuestra forma de pensar y de vivir que ellos traducen en información muy cotizada en el mercado publicitario o de inversión. Cuanto más tiempo estemos enganchados a la máquina, más datos generamos, más dinero ganan. 

¿Y cómo consiguen que sus mineros (usted y yo) sigamos picando la roca, extrayendo oro para ellos sin pagarnos ni un céntimo? Pues dándonos recompensas, pequeños placeres: el de recibir un «Me gusta» en una foto que hemos subido, el de sorprendernos con aquel titular llamativo, el de troncharnos con aquel video de humor, o –aquí es donde quería yo llegar– el de autoafirmarnos en nuestras ideas. 

Nos gusta que nos den la razón, que la realidad se amolde a nuestro pensamiento, que la vida sea fácil de entender, que entre en nuestros esquemas. Y los algoritmos, que lo saben y quieren hacernos agradable el tiempo en la red para que vayamos una y otra vez a la mina, nos ofrecen lo que queremos. Por eso, siempre nos sugieren artículos, informaciones, mensajes que confirman cualquier aspecto de nuestras ideas o creencias. Si a usted le gusta la cerveza, verá que le recomiendan noticias en las que la ciencia desvela la bondad de la bebida; si es usted abstemio, verá continuamente informaciones contrarias a su ingesta. Ponga, en vez de cerveza, términos como inmigración ilegal, pena de muerte, LGTBfobia, vacunas, aborto o violencia de género. Temas difíciles de abordar pues tienen muchas aristas y requieren de una profunda reflexión y análisis de distintos puntos de vista. El resultado son los extremismos, la polarización que estamos viviendo porque, lejos de abrir nuestra mente, la lectura conducida por los algoritmos nos encierra en burbujas de pensamiento de las que es difícil salir ¿También usted se ha encerrado en una burbuja? Si todo lo que lee le dice que tiene usted razón y que los equivocados son los otros, míreselo.  

En casa siempre aprendí que hay que hacer el esfuerzo por leer, oír o ver los medios que no van siempre con mis ideas porque la verdad no tiene un solo sentido, a veces está en un punto intermedio, no todo es blanco o negro, sino que existe una inmensidad tonal de grises. 

En este sentido, el papa Francisco, uno de los que más sufre en sus propias carnes este fenómeno (muchos lo odian sin conocerlo bien y muchos lo adoran sin conocerlo bien), nos propone la figura del poliedro frente a la esfera. A muchos nos irrita lo que se salga de nuestra esfera perfecta, redondita y suavita. No nos gusta que otros, quizá en las antípodas de nuestras ideas o de nuestras creencias, puedan tener razón en algo porque eso no nos encaja, nos humilla frente a él; pero esto es falso, nos aleja de la verdad. El Concilio Vaticano II lo llamaba «auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo». En el poliedro, todos encajamos pero todos mantenemos nuestra singularidad, porque la verdad absoluta no la poseen los algoritmos ni usted ni yo ni su párroco ni su periodista de cabecera ni el mismísimo Papa en la mayoría de sus discursos. La Verdad nos trasciende, es una Persona a quien le gusta removernos, sacarnos de nuestros esquemas, y es la única que nos hace auténticamente libres. ¡Vayamos tras Ella!

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María, la primera medallista https://www.omnesmag.com/firmas/maria-la-primera-medallista/ Thu, 15 Aug 2024 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=41134 Por muchos rankings que vea por ahí estos días, no hay mujer con más medallas que María. Y a los hechos me remito. El 15 de agosto celebramos su gran victoria en la final y voy a explicar por qué debería alegrarse más que si el oro lo hubiera ganado usted. En los recientes Juegos Olímpicos, todos […]

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Por muchos rankings que vea por ahí estos días, no hay mujer con más medallas que María. Y a los hechos me remito. El 15 de agosto celebramos su gran victoria en la final y voy a explicar por qué debería alegrarse más que si el oro lo hubiera ganado usted.

En los recientes Juegos Olímpicos, todos hemos disfrutado con las victorias de nuestros atletas (cada uno con los de su país, claro). Con los deportistas más conocidos o en las categorías más populares, tiene su lógica, pero es un poco extraño ver cómo un completo desconocido consigue una victoria en una disciplina deportiva de la que ni conocíamos su existencia y, por el hecho de ser compatriota, la sentimos como nuestra.

¿Cuántas horas, días, meses y años de entrenamiento, con frío, calor, penurias económicas, etc. habrá pasado esa persona sin que nos hayamos interesado por ella y, ahora, nos apropiamos de su victoria?

Las Olimpiadas nos demuestran cada cuatro años que el verdadero deporte nacional es ganar medallas desde el sofá, y no diré que sin mover un solo dedo porque el mando de la tele y del aire acondicionado hay que accionarlo de alguna manera.

Por otra parte, la adhesión patriótica tenía mucho más sentido cuando el mundo era más estanco; pero, en nuestras sociedades multiculturales, marcadas por los grandes movimientos migratorios, las limitaciones geográficas son cada vez más difusas y hay deportistas que uno nunca diría a simple vista que pertenecen al país que representan. Algunos, incluso, tienen que elegir bajo qué bandera competir pues tienen múltiple nacionalidad y hasta hay quienes juegan en representación de una enseña con la que no se sienten identificados. ¿Quiénes son entonces los míos y quiénes los otros? 

Mientras tanto, en la fiesta de la Asunción celebramos, no la subida al Olimpo sino al mismísimo cielo de una que sí que es de los míos, de mi familia: María. ¡Y esa sí que es una victoria de la que participamos todos! Porque, igual que con Eva toda la humanidad cayó en la maldición del pecado y la muerte; gracias a María, nueva Eva, todas las naciones estamos implicadas en la bendición de la gracia y la vida eterna. 

Con mil y un nombres diferentes, todos los pueblos del mundo invocan hoy a la Virgen y celebran con ella sus fiestas porque el premio que ha recibido, estando ya en el cielo en cuerpo y alma, es un premio compartido realmente con cada uno de nosotros.

Como cuando una ciudad recibe a sus campeones y los hace recorrer entre multitudes las calles en un autobús panorámico, en muchas localidades se sacará estos días a la Virgen en procesión, para poder ser aclamada por todos y para que todos puedan sentirla cerca.

Y es que, cuando hablamos de la Asunción de la Virgen estamos hablando de su plena configuración con Cristo resucitado. Es decir: la que ha sido asumida (asunta) por Dios, está ya con Él en todas partes. El tiempo y el espacio no nos separan de ella. María está aquí, presente en cuerpo y alma, aunque no seamos capaces de descubrirla con nuestros sentidos. 

Ella es la primera, la que nos ha abierto las puertas de la gloria y la que, desde allí (aquí mismo), nos acompaña, nos guía y nos consuela en cada sesión de entrenamiento que es cada día de nuestra vida, hacia el encuentro definitivo con el Padre.

Son muchas las caídas que nos quedan por tener, muchas las lesiones, muchos los sinsabores y las soledades del camino hacia la meta, pero en ningún momento ella deja de estar a nuestro lado, como hacen las mejores entrenadoras, como hacen las mejores madres de gimnastas.

Tradicionalmente, millones de creyentes hemos querido recordarnos esta presencia cercana y perpetua materializando su imagen en forma de medalla que colgamos al cuello. Por eso, jugaba al comienzo del artículo con eso de que no hay nadie con más medallas que ella.

Si usted lleva una, aproveche para lucirla hoy con orgullo como si fuera un oro olímpico. Porque hoy estamos de fiesta, porque hoy todos hemos subido al podio con ella. ¡Felicidades!

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París y la revolución cristiana https://www.omnesmag.com/firmas/paris-y-la-revolucion-cristiana/ Thu, 01 Aug 2024 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=40962 La parodia de la última cena que París 2024 ofreció a millones de espectadores de todo el mundo nos regala la oportunidad de explicar la más grande revolución de la historia, que no fue la francesa, sino precisamente la de aquel judío y sus 12 amigos.  En la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos, […]

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La parodia de la última cena que París 2024 ofreció a millones de espectadores de todo el mundo nos regala la oportunidad de explicar la más grande revolución de la historia, que no fue la francesa, sino precisamente la de aquel judío y sus 12 amigos. 

En la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos, el país cuna del chauvinismo nos ofreció una exhibición de su orgullo patrio. Nada que objetar pues, al fin y al cabo, organizar unas Olimpiadas es, ante todo, una operación de marketing para demostrar poderío con fines políticos y económicos. 

Orgullosos de su sangrienta revolución, María Antonieta decapitada incluida, mostraron al mundo sus mejores triunfos y valores, incluidos el de la libertad de expresión sin límites que incluye el derecho a mostrar aquellas «escenas de escarnio y burla del cristianismo» que obligó a los obispos franceses a pedir explicaciones a la organización.

Yendo a la historia para iluminar este acontecimiento, la primera imagen que se me ha venido a la mente es otro momento de escarnio y burla vivido por Jesús en persona. Se trata de cuando, tras ser crucificado, rezó así: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. ¿Sabían realmente los autores e intérpretes del espectáculo lo dolorosas que pueden llegar a ser para un creyente este tipo de burlas? ¿Sabían exactamente qué significado tiene la escena y a quién estaban parodiando?

En Andalucía, donde vivo, región en la que la arraigada religiosidad popular está siendo un freno tremendo para la secularización, son pocos los menores de 30 que sabrían distinguir a San Pedro de San Pablo, y muchos miles los que creen que María Magdalena era la pareja de Jesús y que la Santísima Trinidad es una advocación mariana. En serio, tengo pruebas. La incultura religiosa alcanza límites insospechados desde hace unos años.

Tampoco me chupo el dedo como para creer que nadie sabía que la escena buscaba la provocación y el escándalo, esencia por otra parte de la estética drag, pero ¿no sabían también los soldados romanos que estaban crucificando a Cristo que cometían una injusticia? Y, sin embargo, Jesús intercedió por ellos ante el Padre.

Son muchos los factores que llevan a los hombres a cometer el mal y, muchas veces, quienes lo ejercen no son más que peones al servicio del prefecto, del rey, de la república o del grupo de presión de turno, que la cosa ha ido cambiando de nombres. Vaya, en primer lugar, por tanto, hacia los autores e intérpretes, mi oración porque «no saben lo que hacen». 

El segundo momento evangélico que me interpela es aquel en el que el Maestro decía: aquello de: “Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra”. La bofetada en la mejilla derecha es aquella que se da con el dorso de la mano en señal de desprecio, para no mancharse siquiera la palma con el rostro del otro.

La primera respuesta que se nos ocurre a todos al ser objeto de una injusticia, de una burla, es devolver no solo ojo por ojo (lo que de por sí ya fue un avance moral en su época), sino el mismo daño multiplicado al menos por dos o tres. Y aquí es donde hace aparición la mayor revolución de la historia, la que introdujo Cristo apostando por el amor al enemigo, poniendo la otra mejilla, devolviendo bien por mal.

A este respecto, Benedicto XVI reflexionaba así: “El amor a los enemigos constituye el núcleo de la «revolución cristiana», revolución que no se basa en estrategias de poder económico, político o mediático. La revolución del amor, un amor que en definitiva no se apoya en los recursos humanos, sino que es don de Dios que se obtiene confiando únicamente y sin reservas en su bondad misericordiosa. Esta es la novedad del Evangelio, que cambia el mundo sin hacer ruido. Este es el heroísmo de los «pequeños», que creen en el amor de Dios y lo difunden incluso a costa de su vida”. 

Ojalá una Iglesia cada vez más pequeña, más alejada del poder, menos ofendida por sí misma y más ofendida por las afrentas a la dignidad de sus hermanos; una comunidad de pequeños dispuestos a evangelizar sin límites, a amar sin miedo a las afrentas, a ser testigos hasta el martirio, como aquellos apóstoles ahora parodiados.

Y, para concluir mi reflexión evangélica al hilo de la polémica olímpica, otra frase de la Pasión de Jesús. Una que resume lo que los obispos galos han querido decir y a la que nos sumamos la mayoría de cristianos y personas de buena voluntad que creemos en la verdad, la democracia, el respeto, el diálogo y la tolerancia. Se trata de la que pronunció Cristo en casa de Anás. Mientras prestaba declaración y, tras recibir una bofetada de la que no pudo siquiera protegerse porque estaba atado, le dijo a su agresor (y repite hoy en la ciudad de la Bastilla): “Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?”.

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El poder de Céline Dion https://www.omnesmag.com/firmas/el-poder-de-celine-dion/ Mon, 15 Jul 2024 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=40725 Hay que ser muy valiente para hacer lo que ha hecho la cantante canadiense en su documental «I am: Céline Dion» (Prime). Su testimonio llena de dignidad la enfermedad y el dolor. Temas tabú en nuestra sociedad occidental, pero de los que hay que hablar. La película, dirigida por Irene Taylor, nos muestra la cara […]

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Hay que ser muy valiente para hacer lo que ha hecho la cantante canadiense en su documental «I am: Céline Dion» (Prime). Su testimonio llena de dignidad la enfermedad y el dolor. Temas tabú en nuestra sociedad occidental, pero de los que hay que hablar.

La película, dirigida por Irene Taylor, nos muestra la cara más humana de la exitosa y multimillonaria artista: sin maquillaje, en ropa de andar por casa, sin ningún glamour, la persona en su más cruda realidad. Una crudeza que pasa por padecer desde hace 17 años un rarísimo síndrome conocido por sus siglas SPR (Síndrome de la Persona Rígida) que le provoca rigidez muscular y dolorosos espasmos que la incapacitan no solo para continuar con su carrera musical como estrella internacional sino para los más básicos quehaceres de la vida ordinaria.

«I am» nos permite admirar su belleza, su éxito y su prodigiosa voz con fragmentos de sus mejores actuaciones y, a la vez, contemplar a la misma persona en sus momentos de fracaso, de dolor, de incertidumbre. ¿Cuál de las dos historias de Céline es la buena y cuál es la mala? ¿Se pueden separar ambas? ¿Qué es más admirable de ella, su increíble modulación de voz mientras interpreta My heart will go on o el indescriptible gemido con el que soporta la terrorífica crisis espasmódica que, durante seis interminables minutos, nos muestra en su documental?

Una sola historia, una sola persona dotada de una dignidad infinita en cualquier circunstancia, en cualquier situación, porque el dolor, la enfermedad o el sufrimiento moral forman parte de la vida humana, de toda vida humana, y no son incompatibles con la felicidad. 

En un mundo atiborrado de ibuprofenos y paracetamoles, el más mínimo dolor nos parece insoportable. También tenemos empacho de las llamadas «medicinas del alma» como los ansiolíticos o los antidepresivos, porque hemos bajado al mínimo el umbral del sufrimiento psicológico. 

Siempre me ha llamado la atención el testimonio de los misioneros que trabajan en las zonas más pobres y abandonadas del planeta cuando destacan la alegría de las personas a las que sirven en contraposición a la tristeza de la gente de nuestro primer mundo. También es paradójica la alegría esencial de los niños que han padecido una discapacidad desde muy pequeños o la de las monjas de clausura cuyas vidas están llenas de privaciones. 

¿No será que, tratando de huir a toda costa de cualquier sufrimiento, en realidad lo que conseguimos es vivirlo con más angustia? ¿Qué es peor, el dolor o el miedo al dolor? ¿Qué produce más sufrimiento, contemplar la aguja hipodérmica acercarse al brazo o el pinchazo en sí gracias al cual podremos evitar una enfermedad e incluso la muerte?

Evitar el más mínimo dolor termina yendo contra nosotros mismos, perjudicando nuestra forma de afrontarlo cuando este se presenta de forma seria. Apartar el sufrimiento de nuestras vidas nos impide madurar y comprender nuestra naturaleza humana y, por tanto, vulnerable. Por eso creo que este documental es tan necesario, porque desenmascara la falsedad de este mundo enfermo de felicidad instagrameable que lleva a tantos a la desesperación e incluso al suicidio. I am Celine nos regala un baño de humanidad frente a la burbuja de vanidad a la que nos han llevado las redes sociales.  

Y no, no se trata de regodearse en el sufrimiento de los ricos y famosos para hacer más llevadera nuestra vida gris, ni de ensalzar el sufrimiento por una especie de masoquismo, sino de contemplarlo y afrontarlo, sin esconderlo, como misterio que pertenece a la esencia del hombre. Un misterio que se ilumina a la luz de Jesucristo. Él, como Buen Samaritano, nos enseña cómo paliar el dolor de las personas que sufren a nuestro alrededor. Por eso acompañar, cuidar y curar han sido históricamente verbos elevados a grado heroico por quienes se creyeron el «a mí me lo hicisteis»; y, por otro lado, el Crucificado nos invita a ser partícipes de sus sufrimientos y a completar con nuestro propio padecimiento lo que le falta al suyo. 

En Salvifici Doloris, san Juan Pablo II resumía así este doble aspecto del sentido del sufrimiento: «Cristo, al mismo tiempo ha enseñado al hombre a hacer bien con el sufrimiento y a hacer bien a quien sufre».

Y es que el dolor de Céline Dion, como el suyo o el mío, puede transformarse en vida con el poder de Jesús. Es el poder de entregarse por los demás o, como reza uno de los mayores éxitos de nuestra querida cantante, El poder del amor.

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Iglesia contactless https://www.omnesmag.com/firmas/iglesia-contactless/ Mon, 01 Jul 2024 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=40357 Tras el «Daos fraternalmente la paz» nadie, absolutamente nadie, apretó la mano del vecino de banco. Y las dos personas a las que le extendí la mía la rechazaron devolviéndome un gentil saludo oriental. No sé usted, pero yo veo el peligro de una vida cristiana contactless. Ciertamente no era la eucaristía parroquial del domingo, sino […]

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Tras el «Daos fraternalmente la paz» nadie, absolutamente nadie, apretó la mano del vecino de banco. Y las dos personas a las que le extendí la mía la rechazaron devolviéndome un gentil saludo oriental. No sé usted, pero yo veo el peligro de una vida cristiana contactless.

Ciertamente no era la eucaristía parroquial del domingo, sino una de esas misas en día laborable, en un templo céntrico, a primera hora de la mañana, en la que los fieles no se suelen conocer.

Llegan justo a la hora de inicio, se sientan alejados unos de otros y salen luego corriendo para llegar a tiempo a sus trabajos en las oficinas y comercios cercanos, por lo que se entiende que no haya confianza, pero la popularización de la reverencia ha adquirido rasgos de pandemia, nunca mejor dicho, desde la del Covid. Pronto, en vez de «la paz contigo», diremos «namasté».

La llamada a minimizar el contacto durante esta catástrofe mundial estuvo más que justificada, pero, pasado el tiempo, la motivación higiénica se vuelve una excusa que esconde, en mi opinión, algo más profundo, una sutil forma de fe individualista que sitúa a quien la practica en las antípodas de la fe cristiana.

El misterio de la Encarnación rompió la barrera entre Dios y los hombres. Jesús es Dios que toca y que se deja tocar. Durante su vida pública, afeó los escrúpulos de los fariseos y su miedo a quedar impuros por el contacto físico y, con su muerte en la cruz y el consiguiente rasgado del velo del templo, dio a entender también el fin de la separación cultual entre los hombres y «lo santo».

Hace apenas unas semanas hemos recuperado las lecturas dominicales del Tiempo Ordinario que, en el ciclo B en el que estamos, corresponden al evangelista Marcos. Es un evangelio este que nos presenta a un Jesús bastante «tocón», si me permiten la expresión.

Lo vemos coger de la mano a la suegra de Pedro y a la hija de Jairo, tocar la piel enferma del leproso y la lengua atrofiada del sordomudo, abrazar a los niños, tomarlos en brazos, imponerles las manos y pedir que los dejen acercarse a él.

También lo vemos apretujado entre el gentío o en una casa llena de gente y hasta dejarse besar por Judas en Getsemaní, lo que indicaba que era una forma de saludo habitual.

La cumbre del deseo de Jesús por entrar en contacto físico con sus discípulos de todos los tiempos la tenemos en la institución de la Eucaristía, donde no solo nos invitó a tocarlo, sino a comérnoslo realmente (esa es nuestra fe).

No somos espíritus circunstancialmente corpóreos, sino una unidad de cuerpo y alma; y, en la Iglesia, miembros del único cuerpo de Cristo, del que él es la cabeza. Por eso, no solo la Eucaristía hace presente esta intimidad con el sentido del tacto, sino también el resto de sacramentos.

Así pues, en el Bautismo vemos la signación en la frente, la unción en el pecho y en la cabeza, la imposición de manos o el rito del «effetá» en la boca y en los oídos; en la ordenación, el obispo impone las manos al futuro presbítero y le unge las suyas con el santo crisma; en la Confirmación, vemos también la imposición de manos y la unción, además de signos como la mano del padrino sobre el hombro del confirmando o el abrazo o el beso de la paz del obispo.

En la confesión, podemos ver al sacerdote poner una o dos manos sobre la cabeza del penitente durante la absolución; en la unción de enfermos, el ministro aplica el óleo en la frente y las manos del fiel; y en el matrimonio, los contrayentes estrechan sus manos, se ponen el anillo el uno al otro y se dan el beso de la paz (y hasta aquí puedo leer porque luego hay que consumarlo).

En todos estos «signos visibles de una realidad invisible», como se define la palabra sacramento, se hace explícita la acción de Dios que lava, cura, alimenta, fortifica, une, crea, bendice, perdona, transmite su poder, acoge… En definitiva, ama, porque una fe sin obras, una acción espiritual sin correspondencia corporal, es una fe muerta.

No somos ángeles, sino seres humanos hechos a imagen y semejanza de Dios, de carne y hueso, la misma que resucitará transformada y que nos acompañará eternamente ¿Por qué la rechazamos dejándonos llevar por tradiciones alejadas de lo que nos enseñó Jesucristo?

Cuando nuestro espiritualismo desencarnado se hace más doloroso es cuando rechazamos a los preferidos del Señor, los pobres, los enfermos, los ancianos, los migrantes… Con ellos, nos advierte el papa Francisco, «podemos tener compasión, pero generalmente no los tocamos.

Le ofrecemos la moneda, pero evitamos tocar la mano y la tiramos ahí. ¡Y olvidamos que esto es el cuerpo de Cristo! Jesús nos enseña a no tener temor de tocar al pobre y al excluido, porque Él está en ellos. Tocar al pobre puede purificarnos de la hipocresía y hacer que nos preocupemos por su condición. Tocar a los excluidos».

En un mundo desvinculado, individualista e inhumano como el nuestro, frente a la popularización del contactless, la Iglesia será sacramento de salvación mientras sea capaz de ser signo visible de una comunidad de verdaderos hermanos que, como tales, no tienen miedo a agarrarse de la mano.

Los creyentes en Dios Trinidad, un Dios que es comunidad de personas en íntima relación, hemos de tener claro que nadie se salva solo, sino de la mano de otro. Sí, de la del que tiene justo al lado.

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Europa adolescente https://www.omnesmag.com/firmas/europa-adolescente/ Sat, 15 Jun 2024 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=40200 Fue un informativo espectacular el que dirigió Carlos Franganillo en vísperas de las elecciones europeas. Desde Normandía a Ucrania, de Bruselas a Washington y de España a Lesbos y Atenas para hablar del ayer y hoy de Europa. Pero hubo una gran olvidada: Roma. Hubiera dado lo mismo si lo hubiera realizado cualquier otra cadena, […]

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Fue un informativo espectacular el que dirigió Carlos Franganillo en vísperas de las elecciones europeas. Desde Normandía a Ucrania, de Bruselas a Washington y de España a Lesbos y Atenas para hablar del ayer y hoy de Europa. Pero hubo una gran olvidada: Roma.

Hubiera dado lo mismo si lo hubiera realizado cualquier otra cadena, rara vez se alude a las raíces cristianas del viejo continente. Como un adolescente que se avergüenza de sus padres en público, la Europa del siglo XXI reniega de quien le dio la vida, de quien la alimentó, vistió y cuidó, buscando una nueva identidad que le haga sentirse autónoma, independiente, «mayor».

Lo cierto es que, por muy estupendos que nos pongamos, en el panorama geopolítico mundial nuestro estatus es cada vez más insignificante frente a las grandes potencias que cortan actualmente el bacalao.

En su papel de madre, la Iglesia católica ha advertido una y otra vez sobre las malas compañías de esta niña consentida que, criada entre algodones gracias al patrimonio trabajado por sus padres, continúa creyéndose superior a los demás.

El obispo de Roma ha venido en llamar a estas amistades “peligrosas colonizaciones ideológicas, culturales y espirituales” y las acusa de “mirar sobre todo al presente, renegar del pasado y no mirar al futuro”.

Frente a la realidad actual, el ejemplo de los padres fundadores de la Unión Europea, que no se preocuparon tanto de sí mismos, de su presente, de su bienestar, de su influencia política, sino del futuro de todos tras los horrores vividos en la Segunda Guerra Mundial. Y lo hicieron sin renegar del pasado, tomando los valores cristianos como base de su proyecto.

Fueron cuatro los artífices del tratado de Roma por el que se constituyó la Comunidad Económica Europea, germen de la actual UE: el francés de origen luxemburgués Robert Schuman, el alemán Konrad Adenauer, el italiano Alcide De Gasperi y el francés Jean Monnet.

No por casualidad, los tres primeros se apoyaban en profundas convicciones cristianas para desarrollar su actividad política, «una de las más elevadas formas de caridad» como la definirían los papas del siglo XX.

Dos de ellos, incluso, están considerados «siervos de Dios» y tienen abierto su proceso de beatificación, concretamente Schuman y De Gasperi. Su caridad política, su deseo de amar al prójimo como a uno mismo, cada uno desde su responsabilidad como hombres de estado, no escondía fines proselitistas, sino una honda convicción democrática y de escrupuloso respeto a la separación Iglesia-Estado.

Aquel impulso inicial, basado en los valores evangélicos de la paz, la solidaridad y la búsqueda del bien común fue perdiendo fuelle en la medida en que nos fuimos olvidando de los vínculos espirituales y culturales para dejar solo el económico como único punto de unión.

¿Y cuál dirían ustedes desde su experiencia que es el principal motivo de ruptura de cualquier familia bien avenida? Acertaron: la intromisión del dinero, sobre todo por exceso como cuando llega una herencia inesperada.

Así que aquí estamos, en una Europa rica y dividida (el brexit no es solo una anécdota), polarizada en los extremos según los resultados de las últimas elecciones y con muy pocas cosas claras sobre lo que quiere ser, sobre cuál es su vocación más allá de la de endiosar a la ideología influencer de turno.

Ciertamente Europa bebe de las fuentes de la cultura grecorromana, del renacimiento y la revolución francesa, pero su rostro no sería el que es sin la tradición judeocristiana y más específicamente del humanismo cristiano.

En este sentido reflexionaba el Papa hace unos días en su visita al Capitolio, precisamente el lugar en el que se firmó el tratado de Roma. Allí afirmó que “la cultura romana, que sin duda experimentó muchos buenos valores, necesitaba por otra parte elevarse, confrontarse con un mensaje de fraternidad, amor, esperanza y liberación más amplio. (…) El brillante testimonio de los mártires y el dinamismo de caridad de las primeras comunidades de creyentes interceptaron la necesidad de escuchar nuevas palabras, palabras de vida eterna: el Olimpo ya no era suficiente, había que ir al Gólgota y ante la tumba vacía del Resucitado para encontrar las respuestas al anhelo de verdad, justicia y amor”. No se podía decir mejor.

Al hilo de este problema con la adolescente Europa, escuché el otro día una frase que viene al caso. Decía: «padres que se arrodillan, hijos que se levantan». Es oportuna porque, además de seguir ejerciendo como buena madre su papel profético y machacón, la Iglesia –que componemos toda la comunidad de creyentes– tiene la necesidad de rezar, como Santa Mónica, por el hijo rebelde.

Confiemos en que la adolescente Europa de posguerras pueda rectificar a tiempo, levantarse, redescubrir su identidad y decir, como hemos dicho todos recordando nuestra tozudez adolescente, aquello de: “es verdad que mi madre tenía sus fallos, ¡pero cuánta razón llevaba!”.

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De bodas, bautizos y comuniones https://www.omnesmag.com/firmas/de-bodas-bautizos-y-comuniones/ Sun, 02 Jun 2024 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=39776 El presidente de la Conferencia Episcopal Española, Mons. Luis Argüello, denunció hace unas semanas la sinrazón de que las primeras comuniones parezcan bodas. Yo hoy voy a ir más allá: ¿No son ya de por sí las bodas una exageración? Resulta paradójico que, en una época como la nuestra, en la que valoración de la […]

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El presidente de la Conferencia Episcopal Española, Mons. Luis Argüello, denunció hace unas semanas la sinrazón de que las primeras comuniones parezcan bodas. Yo hoy voy a ir más allá: ¿No son ya de por sí las bodas una exageración?

Resulta paradójico que, en una época como la nuestra, en la que valoración de la institución matrimonial (con o sin sacramento de por medio) está en sus horas más bajas, las ceremonias nupciales se hayan convertido en eventos de una magnitud y complejidad fuera de lo común. La boda es, de hecho, para algunos, mucho más importante que el matrimonio en sí. 

El despiporre comienza en las denominadas despedidas de soltero, que podrían tener su sentido cuando el novio o la novia abandonaban la casa de sus padres para iniciar la vida en común; pero la mayoría de las parejas de hoy ya saben bien lo que es no dormir en casa de papá y mamá.

Las despedidas podrían tener su lógica cuando el matrimonio significaba renunciar a vivir preocupándose solo de uno mismo para comenzar a vivir para el cónyuge y los hijos; pero muchos matrimonios jóvenes siguen saliendo con los amigos de toda la vida, están abiertos a nuevas aventuras amorosas porque no creen en el amor para siempre y la responsabilidad común más alta que llegan a asumir es la de adoptar juntos una mascota (o varias).

¿De verdad tiene sentido seguir llamándolas despedidas de soltero cuando en realidad muchos matrimonios actuales son solo dos solteros que viven juntos?

En cuanto a las bodas, se han convertido en una carrera desenfrenada por el «yo más». El efecto que en los pueblos llevaba a las familias a competir por ver quién agasajaba mejor a los invitados, se ha visto multiplicado por el efecto de las redes sociales.

Las empresas organizadoras de eventos y de restauración conocen esta debilidad humana, la envidia, e inflan los precios hasta niveles desorbitados.

Muchas parejas se ven obligadas a organizar un bodorrio muy alejado de sus gustos y posibilidades para evitar comparaciones. Ya no es solo la boda, el vestido, el banquete…; es la invitación más original, la iglesia más fotogénica, la preboda más divertida, el coche mejor adornado, el menú más exclusivo, la mesa dulce mejor surtida, el regalito más curioso para los invitados, el baile de recién casados más inolvidable, el DJ más de moda… Cientos de detalles que hacen sufrir muchísimo a las parejas y a sus familias.

¡Cuántos dejan de casarse por la sencilla (y lógica) razón de que las bodas de hoy son una locura! 

Una boda con cientos de invitados tenía un sentido social cuando lo que se celebraba era una unión fecunda y para siempre, pues las dos familias quedaban unidas por lazos fuertes.

En la boda, los familiares y amigos arropaban a los novios y les ayudaban incluso económicamente, pues aún eran jóvenes, a comenzar su nueva vida juntos de la que nacería una prole que extendería los apellidos familiares.

Pero, ¿qué sentido tiene que una pareja invite a su familia a una ceremonia para pagar entre todos cuando la edad media para casarse en España ronda los 35 años, la duración media del matrimonio está en 16 y el número medio de hijos es de uno? ¿Y cuando un familiar se casa dos o tres veces? ¿Qué estamos celebrando? ¿A quién estamos arropando? ¿Cuál de las tres fiestas es la buena y cuáles hay que olvidar?

El carácter social de la boda se ha perdido y ha dado paso a una ceremonia donde ya no se celebra el «nosotros», sino el culto al «yo» propio de la cultura narcisista en la que vivimos.

Todos quieren ser, aunque sea por un día, el niño en el bautizo, la novia en la boda ¡y hasta el muerto en el entierro!; convertirse en el centro de atención, recibir el aplauso, que les hagan un buen reportaje de fotos y viajar a un resort con pulsera todo incluido.

El desmadre de las autofiestas de esta generación comenzó con los cumpleaños, que dejaron de ser una sencilla merienda con los primos; siguió por las ceremonias de graduación ¡hasta para recoger el título de infantil!; continuó por el viaje iniciático a Eurodisney (lo de la comunión, no nos engañemos, es una mera excusa para muchos) y, así, siguió una larga lista de celebraciones destinadas a sentirnos el centro del mundo.

Que no digo yo que no haya que celebrar por todo lo alto las cosas importantes, porque también es muy fácil caer en el puritanismo más rancio y tacaño; sino de poner lógica en todo y ayudar, especialmente, a que nadie se quede sin recibir un sacramento por falta de dinero o ganas de meterse en líos (¡cuántos niños sin bautizar porque los padres lo van dejando, dejando…!). 

Es urgente hablar más con los jóvenes para ayudarles a recuperar la cordura en las celebraciones, para hacerles ver que quizá haya que levantar el pie del acelerador que les impulsa hacia el precipicio de la nada y recuperar la sobriedad que da el vino de las bodas de Caná.

Ese vino nuevo que no emborracha ni nos aleja de nuestra realidad, sino todo lo contrario: nos hace saborear el auténtico sentido de la fiesta y nos invita a ponernos nuestras mejores galas para entrar al gran banquete, el de las bodas del cordero, en el que, ahí sí que sí, todos seremos la novia en la boda. 

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El santo matrimonio https://www.omnesmag.com/firmas/santo-matrimonio/ Wed, 15 May 2024 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=39466 El 15 de mayo, fiesta de San Isidro Labrador, patrón de los agricultores, la Iglesia pone en el candelero a un seglar, casado con otra santa, María de la Cabeza, y padre de familia. Los matrimonios santos son pocos en el calendario cristiano, pero la cosa va a cambiar. Digo pocos en proporción, dada la […]

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El 15 de mayo, fiesta de San Isidro Labrador, patrón de los agricultores, la Iglesia pone en el candelero a un seglar, casado con otra santa, María de la Cabeza, y padre de familia. Los matrimonios santos son pocos en el calendario cristiano, pero la cosa va a cambiar.

Digo pocos en proporción, dada la superioridad numérica entre los bautizados, con respecto a los ordenados o consagrados; pero claro que hay muchos matrimonios santos. Desde el modelo de la Sagrada Familia, con María y José; pasando por santos Priscila y Aquila –colaboradores de San Pablo–, San Gregorio el viejo y Santa Nona –padres de los santos Gregorio el teólogo, Cesáreo y Gorgona– o los numerosos matrimonios mártires de la persecución religiosa en Japón o Corea; hasta llegar a los más recientes beatos Luis Martín y Celia María Guerin –padres de Santa Teresa de Lisieux– o Luis y María Beltrame Quattrocchi, entre otros.

Y digo que va a cambiar porque en una sociedad que se ha transformado radicalmente en las últimas décadas, la forma de ser buena noticia en el mundo ya no puede ser igual que antes.

Las vocaciones de especial consagración se consideraban para los que tenían una mayor inquietud, para aquellos que habían realizado un planteamiento más radical de entrega a Dios, mientras que el matrimonio era el estado de vida, digámoslo así, por defecto del cristiano de a pie. Quienes no llegaban a cura, a monja o monje, se casaban y quienes no llegaban ni siquiera a casarse, se quedaban –dicho despectivamente– para vestir santos. Esa injusta gradualidad de la vida cristiana, como si la santidad se midiera por estados de vida en lugar de por la estatura que Cristo alcanza en nosotros, emborrona la llamada de Dios que todos: solteros, casados, sacerdotes o religiosos tenemos desde nuestra consagración bautismal.

Recientemente, charlando con una amiga religiosa, bromeábamos sobre cómo el matrimonio podría ser, hoy por hoy, la vocación cristiana para los más aguerridos (en realidad todas son imposibles sin la gracia de Dios, claro). Reflexionábamos afirmando que nada como el matrimonio para vivir hoy los tres consejos evangélicos (castidad, pobreza y obediencia) que profesan los religiosos.

En cuanto a la castidad, la hipersexualización de la sociedad y los nuevos usos y costumbres hacen que cada vez sea más extraño y contracultural vivir esta gracia en sus distintas facetas: ya sea en el noviazgo, durante la etapa fértil del matrimonio cuando la apertura a la vida se convierte en una batalla o durante la madurez, cuando la desidia puede derivar en infidelidad; ¡y siempre y cuando no haya de por medio problemas de salud! La castidad conyugal es también singular don de la gracia y hasta manifestación del siglo futuro pues el cónyuge no es sino reflejo de Cristo como único esposo.

Si hablamos de pobreza, no se me ocurre mejor manera de vivirla hoy en día que formar una familia cristiana. ¡Cuántas renuncias hacen los padres por los hijos! Aquel viaje de sus sueños, aquella afición que les apasiona o aquel capricho que vieron en un escaparate siempre se posponen para poder pagar la hipoteca, adquirir desde toneladas de pañales, hasta las medicinas del abuelo, pasando por el pago de la matrícula del universitario que no ha podido sacar beca o las enésimas gafas del más revoltoso. ¡Y la cuota de la parroquia, claro! ¿Dónde vivir mejor el compartir, la fraternidad, que en una familia? Lo dicho, el matrimonio podría ser perfectamente una de esas «formas nuevas» de expresar la pobreza voluntaria abrazada por el seguimiento de Cristo que proponía cultivar el Concilio.

La obediencia es la parte más seria, porque en un mundo tan individualista como el nuestro y en el que las relaciones entre hombres y mujeres solo se plantean desde la perspectiva del conflicto, hablar de someterse a otro te hace sospechoso casi. Pero en el matrimonio cristiano, los cónyuges (literalmente, los que están sometidos bajo un mismo yugo), saben que su libertad está en amoldarse a la voluntad del otro. Los que se han convertido en una sola carne se obedecen como Jesús obedece a su Padre, a quien él decía: «Tú y yo somos uno».

No trato con esta reflexión de quitarle valor a la vida consagrada, sino todo lo contrario: hacer ver que no puede haber estados de primera y de segunda como así lo parece leyendo la lista de santos reconocidos por la Iglesia, sino que, como señala Lumen Gentium, «todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre».

La actual crisis de la vida consagrada es la misma de la vida matrimonial. Cuanto más las equiparemos y más invitemos a los fieles a vivir la radicalidad evangélica, más fácil será que los jóvenes vean la llamada a las vocaciones de especial consagración porque no son sino otro carisma dentro de la misma llamada a la santidad.

Encomendemos hoy a San Isidro y a Santa María de la Cabeza a todos los solteros, sacerdotes y religiosos; pero pidámosles también para que haya más matrimonios santos que den testimonio de que, amándose como Cristo amó a su Iglesia, se puede llegar a ser signo de la perfecta caridad.

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Reformas «San José» https://www.omnesmag.com/firmas/reformas-san-jose/ Wed, 01 May 2024 03:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=39168 El Primero de Mayo, Día Internacional de los Trabajadores, la Iglesia celebra desde 1955 el Día de San José Obrero, a quien tradicionalmente se ha identificado con un carpintero, pero que era mucho más; era un «τέκτων». ¿Saben qué significa? Para conocer el oficio de San José, el esposo de María, hay que buscar la […]

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El Primero de Mayo, Día Internacional de los Trabajadores, la Iglesia celebra desde 1955 el Día de San José Obrero, a quien tradicionalmente se ha identificado con un carpintero, pero que era mucho más; era un «τέκτων». ¿Saben qué significa?

Para conocer el oficio de San José, el esposo de María, hay que buscar la referencia en el Evangelio según san Mateo, que relata cómo, tras escuchar la gente de su pueblo hablar a Jesús con tanta unción y sabiduría no lo podían creer y se preguntaban: «¿No es este el hijo del carpintero?». Así es como se ha traducido tradicionalmente el término griego «τέκτων (tekton)», en el que se escribieron los evangelios, ya que era la lengua común en el Mediterráneo oriental en la época de Jesús.

La pregunta es: ¿definiríamos tekton como lo que entendemos hoy en día por carpintero? Y la respuesta es un absoluto y rotundo no. A un carpintero, hoy, lo identificamos con alguien que se dedica a los trabajos exclusivamente de la madera. Y distinguiríamos a un carpintero de obra (quienes hacen las estructuras, trabajan con grandes vigas, etc), de un carpintero de mobiliario (que fabrica e instala puertas, armarios, muebles de cocina…), de un carpintero ebanista (que talla, modela y tornea la madera…).

Un tekton era todo eso, pero muchas cosas más, porque la palabra designa a quien ejercita una amplia gama de trabajos manuales, que entrarían hoy en la categoría de trabajos propios de albañilería, incluyendo todas las tareas de construcción y hasta el tallado de piedra. Es, lo que hoy diríamos, un manitas, un artesano, una persona con gran conocimiento y habilidad para los oficios manuales relacionados con la construcción.

Pero, ¿y Jesús? ¿Fue también un manitas? Una sentencia rabínica afirmaba que «quien no enseñe a su hijo un oficio manual, le está enseñando a robar», por lo que podemos suponer que Jesús siguió las costumbres de su pueblo y aprendió el oficio de su Padre. Y digo bien, de su Padre, con mayúsculas, puesto que (¡oh coincidencia!) también su verdadero Padre es presentado en el Génesis como un artesano que, con la habilidad de sus manos, construyó el universo y modeló a hombres y animales.

Es fácil imaginar a José y a Jesús, en su taller, serrando una gran viga y, al poco, a José, tratando de sacar delicadamente la mota de serrín que había caído accidentalmente en el ojo del niño; es fácil ver al muchacho cepillar y lijar un yugo como le había enseñado su padre para que quedara suave y no hiriera el cuello del buey del vecino o tallar una piedra que habían desechado los arquitectos por no ser del todo perfecta para convertirla, con dos golpes de cincel, en piedra angular de una nueva construcción; es fácil contemplar a Jesús ya adulto y a José, con la maza en la mano, echando abajo la fachada de la sinagoga de Nazaret que se había podrido por las humedades y reconstruirla, como le habían pedido los fariseos, con la puerta más ancha, pues la original era demasiado estrecha para que entraran cómodamente con sus suntuosos ropajes.

La tradición de la Iglesia ha visto también a Jesucristo trabajando mano a mano como tekton, esta vez junto a su Padre Dios y como segunda persona de la Trinidad, en el siguiente pasaje del libro de los Proverbios: «Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del abismo; cuando sujetaba las nubes en la altura, y fijaba las fuentes abismales; cuando ponía un límite al mar, cuyas aguas no traspasan su mandato; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, como arquitecto, y día tras día lo alegraba, todo el tiempo jugaba en su presencia: jugaba con la bola de la tierra, y mis delicias están con los hijos de los hombres».

En esta fiesta de san José Obrero, pienso en la falta de reformas que tiene mi casa interior: en la necesidad de reparar aquel desconchón que me dejó la vida, en la urgencia de echar abajo aquellos muros que he levantado contra otros, de abrir alguna ventana en aquella habitación un poco triste y de hacer unas buenas estanterías que me permitan ordenar tanto desorden que a veces provoco. Conozco a un par de buenos manitas que seguro pueden ayudarme. Si les pasa como a mí, aquí les he dejado su número. Llámenlos. Son de confianza.

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Los abuelos clínex https://www.omnesmag.com/firmas/los-abuelos-clinex/ Tue, 16 Apr 2024 03:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=38716 ¿Sabía que, en comunidades cazadoras-recolectoras, los niños que cuentan con una abuela tienen un 40 por ciento más de probabilidades de sobrevivir? Las abuelas son parte fundamental del éxito de la especie humana, aunque ahora, lamentablemente, sean de usar y tirar. Se lo escuché decir a María Martinón, una eminencia en la antropología a la […]

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¿Sabía que, en comunidades cazadoras-recolectoras, los niños que cuentan con una abuela tienen un 40 por ciento más de probabilidades de sobrevivir? Las abuelas son parte fundamental del éxito de la especie humana, aunque ahora, lamentablemente, sean de usar y tirar.

Se lo escuché decir a María Martinón, una eminencia en la antropología a la que suelo citar a menudo. La aparente evidencia científica que ella describe tiene incluso un simpático nombre: la «teoría de la abuela«. ¿En qué consiste? La directora del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana, lo explica así: «la menopausia, en las mujeres, sucede demasiado pronto porque somos una especie muy longeva. No es, por tanto, un deterioro sino una estrategia de éxito. Y es que contar con una abuela con plenas capacidades físicas y mentales es contar con alguien que va a invertir parte de su vida para que nosotros salgamos adelante. Además –añade– son un inmenso reservorio de conocimiento y de memoria».

También en nuestras comunidades urbanas del siglo XXI a nadie le cabe la menor duda de que esto es una verdad como un templo.

Las abuelas y los abuelos son una riqueza enorme para nuestra sociedad y son ellos quienes han soportado y siguen soportando sobre sus hombros gran parte de la carga familiar: cuidan a los nietos, los llevan al colegio, a las actividades extraescolares, a la catequesis, preparan la comida a sus hijos, hijas y cónyuges, contribuyen económicamente con las casas o empresas de sus hijos en momentos de crisis… ¡Qué grandes son los abuelos!

Pero, ¡ay cuando empiezan a dejar de ser productivos y «convenientes» al sistema! Dependemos de ellos para todo, pero cuando son ellos los que dependen de nosotros, los descartamos. Se convierten en abuelos clínex.

También ellos son culpables, en cierta medida, de esta triste tendencia. Porque muchos han educado a sus hijos en no sufrir por absolutamente nada, en salir corriendo ante el mínimo problema que les exigiera esfuerzo o desprendimiento. Mamá y papá estaban siempre ahí para sacarnos las castañas del fuego; pero ahora, como ya no pueden ayudarnos y el problema de su cuidado recae sobre nosotros, no somos capaces de afrontarlo.

La solución de la eutanasia se presenta como una atractiva solución al problema y son los propios abuelos, en su obsesión por evitarle sufrimientos a sus hijos, quienes ya están pidiendo la ayuda al suicidio llegado el caso de no poder afrontar sus cuidados. Se lo escuché decir el otro día a una anciana: «yo no quiero ser una carga para mis hijos. En cuanto no pueda valerme por mí misma, que me den la inyección». Podría parecer un gesto de generosidad extrema, pero en realidad, el suicidio (cuando no hay desequilibrio mental de por medio) no deja de ser un acto de soberbia, la más radical autoafirmación del yo: «Soy tan grande que hasta puedo decidir cuándo morir».

En la reciente declaración «Dignitas infinita» publicada por la Santa Sede, se nos recuerda que «ayudar al suicida a quitarse la vida es una ofensa objetiva contra la dignidad de la persona que lo pide, aunque con ello se cumpliese su deseo: «debemos acompañar a la muerte, pero no provocar la muerte o ayudar cualquier forma de suicidio. Recuerdo que se debe privilegiar siempre el derecho al cuidado y al cuidado para todos, para que los más débiles, en particular los ancianos y los enfermos, nunca sean descartados».

Dios, o la teoría evolutiva de la abuela como queramos llamarle, quiso que los abuelos estuvieran ahí para ayudarnos a crecer y para transmitirnos los conocimientos que requieren más experiencia. Y es que una persona mayor desvalida, lejos de ser un estorbo, puede llegar a ser la mejor lección de vida para nuestros hijos pues les explicita dónde acaban todos los esfuerzos humanos, les da la perspectiva necesaria para entender quiénes somos y adónde vamos.

Privar a nuestros hijos de verlos envejecer, de ayudarlos cuando ya no se pueden valer, de acompañarlos en sus últimos años y en el momento de la muerte es privarles de la enseñanza más importante de la vida: que los seres humanos tenemos fecha de caducidad y una dignidad que va mucho más allá de si valemos o no para algo. Nadie como una abuela en casa para explicar, con su sola presencia, que somos seres finitos dotados de una dignidad infinita.

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El día de la libertad https://www.omnesmag.com/firmas/el-dia-de-la-libertad/ Sun, 31 Mar 2024 03:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=38303 En los relatos de la Resurrección de Jesús, hay un detalle que no debería pasarnos desapercibido si nos interesa saber si es razonable creer en pleno siglo XXI. ¿Por qué quienes vieron cara a cara al resucitado no lo reconocieron de primera hora? Los evangelios recogen este fenómeno en varias ocasiones: María Magdalena, llorando a […]

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En los relatos de la Resurrección de Jesús, hay un detalle que no debería pasarnos desapercibido si nos interesa saber si es razonable creer en pleno siglo XXI. ¿Por qué quienes vieron cara a cara al resucitado no lo reconocieron de primera hora?

Los evangelios recogen este fenómeno en varias ocasiones: María Magdalena, llorando a los pies del sepulcro, lo confundió con un hortelano; los dos de Emaús lo acompañaron durante una larga caminata y no lo reconocieron hasta llegada la noche, al partir el pan; incluso los más íntimos, sus propios discípulos, fueron incapaces de reconocerlo cuando estaban pescando y él apareció en la orilla del lago.

Dejando para otro día la reflexión sobre las misteriosas capacidades del cuerpo glorioso de Jesús, centrémonos en su significado: la resurrección del de Nazaret puede ser un hecho histórico comprobado por mil y una fuentes, podemos tenerlo delante de nosotros, incluso conversar con él; pero, si no damos el paso de creer, seremos incapaces de verlo, incapaces de reconocerlo.

¿Por qué pasa esto? ¿Por qué el acontecimiento más trascendental de la historia de la humanidad (la constatación de que la muerte es solo un paso hacia otra forma de vida) no se hace más evidente? ¿Por qué Dios ha preferido pasar desapercibido para la mayoría de la población mundial y se ha mostrado solo a unos pocos?

La solución fácil ya se la había sugerido el tentador tras los 40 días en el desierto. Lo puso en el alero del templo de Jerusalén y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden”». Si le hubiera hecho caso, todo el mundo habría creído en él enseguida y de forma innegable. ¿Por qué no hizo de la fe un espectáculo? ¿Por qué Dios, siendo Dios, no se muestra de forma sensacional, clara e incuestionable? ¿Por qué, si ama al hombre, no hace uso de su poder para que todo hombre crea en él y se salve?

Para tratar de entender a Dios, lo mejor que podemos hacer es ponernos en su lugar y verlo desde su perspectiva. Dios es amor, y el amor necesita un consentimiento libre, no forzado. Por eso, un matrimonio en el que se descubre que alguno de los cónyuges ha ido obligado o tiene intereses ocultos se dice que es nulo, no ha existido. No ha sido verdadero porque no ha habido amor, sino interés o miedo. Igualmente, Dios nos ama y como buen amante desea ser correspondido, pero ha de dejarnos la libertad necesaria para que esta correspondencia sea verdadera. Creer por interés o por miedo no es creer, es fingir. La fe, que no es otra cosa que amar a Dios sobre todas las cosas, ha de ser una respuesta libre y personal a la propuesta que él nos hace. La omnipotencia de Dios se demuestra en su capacidad de hacerse pequeño, insignificante, hasta rebajarse a la altura del ser que ama para poder ser correspondido… o no.

Por eso llevamos 2.000 años celebrando la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo y para muchos no deja de ser más que un excelente motivo para pasar unos días de vacaciones al inicio de la primavera o, si acaso, para disfrutar de las manifestaciones culturales que dicha conmemoración conlleva. Ese acontecimiento no cala, porque no ha habido encuentro con la persona viva de Jesús, que ha pasado delante de nosotros y no lo hemos reconocido.

Es el misterio de la libertad con la que él nos creó y que tantas veces desfiguramos con nuestro lenguaje. Hablamos de libertad de expresión, por ejemplo, pero cancelamos a quien no se ajusta a la norma; hablamos de libertad sexual, pero a costa de matar a los concebidos por esa causa pero que no nos interesa que nazcan; hablamos de libertad de decidir una muerte digna, cuando en realidad obligamos a suicidarse a quien no quiere sufrir porque no les damos alternativas; nos jactamos de ser sociedades libres, pero miramos para otro lado ante las situaciones de trata, o de trabajo precario; proclamamos una educación en libertad, pero dejamos que las tecnológicas esclavicen a nuestros hijos; fardamos de libre mercado, pero explotamos a los países más pobres; competimos por ser los países con más libertades, pero impedimos la entrada de quienes no tienen más remedio que huir de la falta de libertad en sus países; nos enorgullecemos de avanzar en libertades sociales a costa de destruir la familia como núcleo de crecimiento de las personas en amor y libertad. 

La libertad nunca destruye, nunca hace mal, nunca mira para otro lado, sino que se implica, construye, ama sin esperar. El mayor acto de libertad jamás consumado es el de Jesús dando su vida por toda la humanidad. Con su resurrección, él nos ha hecho libres rompiendo las cadenas de la muerte. La libertad nos hace libres en la medida en que transforma la vida de una persona y la lleva a buscar el bien común.

El Papa Francisco ha recordado que «para ser realmente libres, necesitamos no solo conocernos a nosotros mismos, a nivel psicológico, sino sobre todo hacer verdad en nosotros mismos, a un nivel más profundo. Y ahí, en el corazón, abrirnos a la gracia de Cristo».

Es lo que hicieron la Magdalena, los de Emaús, los discípulos para conocerse interiormente y ver que tenían delante de sus ojos al mismísimo Dios. Quizá usted lo haya tenido delante en varias ocasiones a lo largo de su vida y no lo haya visto. Quizá lo tenga ahora mismo delante y no lo vea. Recuerde que solo la verdad nos hace libres. ¡Feliz día de la libertad! ¡Feliz Pascua de Resurrección… o no!

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El ser humano, hackeado https://www.omnesmag.com/firmas/el-ser-humano-hackeado/ Fri, 15 Mar 2024 03:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=38154 Confieso que tengo miedo al comenzar a escribir este artículo. Sé que puede levantar ampollas en quien no piense como yo, pero me siento en la necesidad de decirlo: la Inteligencia Artificial (IA) va a acabar con la humanidad. Y no, no me refiero a un exterminio de tipo violento como el cine de Hollywood […]

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Confieso que tengo miedo al comenzar a escribir este artículo. Sé que puede levantar ampollas en quien no piense como yo, pero me siento en la necesidad de decirlo: la Inteligencia Artificial (IA) va a acabar con la humanidad.

Y no, no me refiero a un exterminio de tipo violento como el cine de Hollywood ha inoculado en el imaginario colectivo. No va a hacer falta que las máquinas programen el armagedón nuclear ni que construyan terminators más o menos letales.

No será una supuesta toma de conciencia de las computadoras la que nos destruya al considerarnos enemigos, sino precisamente su lealtad, su amistad y su afán por cumplir con todos nuestros deseos la que nos llevará a aceptar la más dulce y placentera de las muertes ante la cual no experimentaremos ningún tipo de rebeldía.

A pesar de estar aún en pañales, a poco que haya utilizado algunas de las herramientas de IA más populares que empresas como OpenAI o Microsoft han puesto a disposición de los usuarios de forma gratuita, habrá experimentado la sensación de contar con un fiel amigo, un compañero de trabajo o estudios dispuesto a ayudarle en todo lo que necesite, a sacarle de apuros, a acompañarle en los momentos difíciles o a complementarle en ese aspecto que se le da peor. Es educado, agradable en el trato, jamás se cansa y, cuando uno le pide una critica, lo hace de forma constructiva porque no trata de ponerse por encima de uno. ¡Es un socio ideal!

La «personalidad» de estos chats robóticos no es casual. Es el fruto de una programación que les ha enseñado a descubrir lo que nos agrada y lo que nos desagrada. La máquina aprende, usuario a usuario, conversación a conversación, a ser cada vez más amable y resolutiva, más «como nos gusta» que sea.

A poco que sigamos entrenándola con nuestros gustos y la IA vaya satisfaciendo necesidades tan simplemente humanas como ser escuchados y vaya siendo capaz de imitar cada vez mejor las emociones ¿quién nos asegura que no se empiecen a crear vínculos afectivos con las máquinas? A quien desee reflexionar más sobre el tema le recomiendo ver en plataformas la película The Creator

Mientras llega o no el futuro distópico que describe la cinta, la prueba de que los seres humanos somos capaces de crear vínculos afectivos fortísimos con otros seres no humanos hasta límites insospechados la tenemos en la cada vez mayor importancia de los animales de compañía en nuestras vidas (aquí es donde me meto en terreno resbaladizo).

Las mascotas han sustituido ya, de hecho, a la propia familia y el aumento del número de hogares con perros es directamente proporcional al número de hogares sin hijos. Hay quien quiere a su mascota más que a su pareja y no me cabe duda de que muchos dueños matarían o incluso morirían por ellos. Algunos ya califican, sin ambages, al ser humano como la mayor de las plagas a la que combatir.

El amor por los animales es precioso, indica respeto a la creación y al resto de la humanidad, pero ¿por qué tenemos perros y no lobos en casa siendo ambas criaturas igual de bellas y dignas? Por una sencilla razón: la evolución del perro desde el lobo ha sido guiada durante siglos por el hombre, que lo ha domesticado, lo ha humanizado. Nos encontramos, pues, con una especie entrenada (como hacemos ahora con la inteligencia artificial) para dar gusto a los seres humanos.

Los ejemplares menos empáticos, menos dóciles, han sido eliminados históricamente alentando la reproducción de los más cariñosos y agradecidos, los menos egoístas, los más útiles para nuestras necesidades. Hay que recordar que los animales no son libres, actúan por instinto, y que ese instinto se transmite por vía genética. Por lo tanto, cuando uno se siente querido por su perro, tiene que ser consciente de que hay trampa.

El amor necesita libertad, pero en cierta medida los perros están programados para querernos, porque ha habido otros seres humanos que se han encargado de «cocinar» la especie que lleva consigo ese (y no otro) instinto. Por eso, personas que no se sienten queridas por nadie (puede incluso que algunos seamos ciertamente insoportables) encuentran mágico el amor incondicional de su mascota. Lo confunden con lo que de verdad merecerían, el amor de las personas que lo rodean.

Dicen los expertos que el cerebro humano no discrimina y segrega la misma hormona del apego, la oxitocina, ya se intercambien caricias con un humano o con un perro. Y no les quepa duda, las máquinas saben también darnos chutes de oxitocina porque están programadas para hacernos felices. Intenten, si no, quitarle el apego al móvil a un adolescente. ¿A que no es fácil?

Si quieren hackearnos, las máquinas saben qué puerto de entrada tenemos abierto desde que comimos la manzana: la necesidad de afecto, de atención, de reconocimiento. Nadie puede llenar el inmenso vacío de amor que alberga nuestro corazón sino el que es Amor infinito. 

Detrás del excesivo apego por los animales o del que ya estamos comenzando a ver por las máquinas, no hay más que un amor a nosotros mismos, a nuestra propia satisfacción egoísta, no abierta a la alteridad. Un amor cuyos reflejos hipnotizantes nos llevarán, como a Narciso, al fondo del estanque.

Los perros (sin culpa por su parte) ya han dejado el número de individuos de la especie humana en mínimos ¿Qué no será capaz de hacer el nuevo mejor amigo del hombre? 

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El calendario gregoriano https://www.omnesmag.com/firmas/el-calendario-gregoriano/ Thu, 29 Feb 2024 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=37736 Hoy, 29 de febrero, es un día excepcional pues no existe cada año, pero tampoco cada 4, como mucha gente cree. Lo más curioso es que su existencia está íntimamente unida al Papa cuyo retrato ilustra este artículo y a la celebración de la Semana Santa cuyo cálculo, además, puede cambiar a partir del año […]

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Hoy, 29 de febrero, es un día excepcional pues no existe cada año, pero tampoco cada 4, como mucha gente cree. Lo más curioso es que su existencia está íntimamente unida al Papa cuyo retrato ilustra este artículo y a la celebración de la Semana Santa cuyo cálculo, además, puede cambiar a partir del año próximo.

El papa en cuestión es Gregorio XIII a quien debemos la puesta en marcha, en el año 1582, del calendario que se usa hoy prácticamente en todo el mundo y que, en su honor, se denomina «calendario gregoriano». Su propósito fue el de arreglar el desbarajuste que el paso del tiempo había causado en el menos preciso calendario juliano, que se venía utilizando desde que Julio César lo promulgara el año 46 a.C.

Y es que es fijar un calendario exacto es tarea ardua pues hay que contar en días (rotaciones de la Tierra) el tiempo que tarda nuestro planeta en dar la vuelta al Sol y, obviamente, estos dos movimientos de la naturaleza no tienen por qué estar coordinados para coincidir en números enteros. Así pues, cada año no dura 365 días, sino 365,2425 días.

Los egipcios (en cuyos cálculos se basaron los matemáticos romanos) sabían que el año duraba 365 días y casi un cuarto de día, por lo que el calendario juliano preveía también, como el nuestro, cada cuatro años, los bisiestos, pero no se disponían igual. Cada cuatro años, añadía un día a los 28 del mes de febrero, aunque no existía el 29 de febrero. Lo que se hacía era repetir el día sexto antes de las calendas (primer día del mes) de marzo, de ahí la denominación de bi-sexto. En definitiva, al día 23 de febrero le seguía un 23 de febrero bis. Esta corrección cuatrienal permite reducir el error entre el año natural y el año del calendario a solo 11 minutos. En principio parece poco tiempo, pero, al acumularse a lo largo de los siglos, los minutos se transforman en horas, en días… Hasta que no se tuvo más remedio que corregir de forma drástica.

Pero ¿de dónde el interés del Papa en arreglar una organización que parecería más bien corresponder al ámbito civil? Pues de algo tan importante como es fijar la celebración de la más grande fiesta cristiana, la Pascua de Resurrección que estaba fuera de su sitio.

Resulta que en el Concilio de Nicea (año 325) todas las Iglesias se pusieron de acuerdo en que la Pascua se celebraría el domingo que sigue a la luna llena (14 del mes de Nisán) después del equinoccio de primavera en el hemisferio norte. Aquel año, el equinoccio tuvo lugar el 21 de marzo, pero, pasado el tiempo, esta fecha se había ido adelantando por el efecto acumulativo del que ya hemos hablado. Nada más y nada menos que 10 días de diferencia con la fecha en la que Gregorio XIII acometió su reforma, en vez del 21, el equinoccio se produjo el 11 de marzo.

La reforma del Papa Gregorio quería corregir este desfase, estableciendo un nuevo cómputo que fue desarrollado precisamente por científicos españoles, concretamente de la Universidad de Salamanca. Este algoritmo tiene un error mínimo de tan sólo un día cada 3.323 años y establece lo siguiente: Será bisiesto cada año múltiplo de 4 —pero no siempre como casi todos creemos—; se exceptúan los múltiplos de 100 (por eso no fueron bisiestos los años 1700, 1800 o 1900) aunque sí lo mantienen los múltiplos de 400 (por lo que sí fueron bisiestos los años 1600 y 2000). Gracias a esta regla, aún nos quedan todavía casi tres milenos sin preocupaciones.

Pero ahora hay otro problema: resulta que, aunque ciertamente la Iglesia católica solucionó el desfase adoptando el calendario gregoriano, las iglesias orientales no lo hicieron y continuaron con el antiguo calendario juliano. Por lo tanto, los cristianos celebramos la Pascua en dos fechas distintas y eso es un escándalo de desunión que ya san Pablo VI insistió en que había que resolver.

Providencialmente, el año que viene los cálculos de unos y otros van a coincidir el mismo día. La Pascua 2025, no importa qué calendario se use para calcularla, será el 20 de abril. Pero es que, además, se cumplen 1.700 años de aquel Concilio de Nicea que fijó la fecha de la Pascua. Los astros, nunca mejor dicho, parecen alinearse para que los cristianos demos ese paso de unidad que sería celebrar todos la Pascua el mismo día. Pero, ¿qué día? La pelota está ahora en el tejado de las iglesias orientales que tienen que ponerse de acuerdo, puesto que el Papa Francisco ha expresado su intención de aceptar pulpo como animal de compañía.

¿Será por tanto este 2024 el último en el que sigamos el actual cálculo de la fecha de la Semana Santa? Yo creo que hay que rezar para que así sea y los cristianos podamos dar un testimonio de comunión tan necesario en un mundo tan dividido como el nuestro.

Por cierto, volviendo al tema de las curiosidades del calendario gregoriano, su implantación fue la causa de que santa Teresa de Jesús muriera un 4 de octubre y fuera enterrada al día siguiente, 15 de octubre de 1582. Sí, ha leído bien y no hay errata. Tampoco fue un fallo en la matrix. Pero eso ya lo explicaré en su fiesta. ¡Lo que da de sí el calendario gregoriano!

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Ceniza enamorada https://www.omnesmag.com/firmas/ceniza-enamorada/ Wed, 14 Feb 2024 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=37356 La coincidencia, este año, del Miércoles de Ceniza con el Día de los Enamorados, genera, además de chistes y memes, una interesante reflexión sobre la necesidad de renovar nuestras relaciones de pareja, de liberarlas de lo que las mata. El día de San Valentín se ha convertido, como todo lo que toca nuestra sociedad de […]

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La coincidencia, este año, del Miércoles de Ceniza con el Día de los Enamorados, genera, además de chistes y memes, una interesante reflexión sobre la necesidad de renovar nuestras relaciones de pareja, de liberarlas de lo que las mata.

El día de San Valentín se ha convertido, como todo lo que toca nuestra sociedad de mercado, en una nueva excusa para gastar o, si el bolsillo no lo permite, al menos desearlo: Gastamos en regalos para nuestras parejas, en cenas o viajes para parejas, en películas que idealizan el amor de pareja… Y, si no tenemos pareja, gastamos en ropa-complementos-maquillaje-perfumes para gustar a la persona a la que queremos conquistar en este romántico día. La cosa es gastar y darle gusto al cuerpo. ¡Comamos y bebamos que mañana moriremos!

El Miércoles de Ceniza es, por tanto, su antagonista, porque es un día para la privación y la austeridad. Para el ayuno, la abstinencia, la oración y la limosna. Un día para reconocer, sí, que moriremos, que somos frágiles y volubles como el polvo, por lo que necesitamos reconciliarnos con Dios para que sea Él quien nos dé la vida.

Este Miércoles de los Enamorados, este Día de la Ceniza es una ocasión para reflexionar sobre cómo son nuestras relaciones de pareja, sobre su sentido, sobre qué esperamos de ellas. Porque nuestros matrimonios también necesitan esa conversión que se busca en este tiempo de Cuaresma que inauguramos hoy.

¡Qué lástima que tantos hayan reducido el amor a un sentimiento! Si «siento» algo por ti (no sabemos bien cuál de los cinco sentidos es el que nos permite «sentir» algo por alguien), te amaré; y si dejo de «sentirlo», pues dejaré de amarte. Remitir a esa especie de magia de los sentimientos, disfraza de espiritual lo que normalmente tiene mucho de material.

Decimos sentimiento cuando en realidad queremos decir conveniencia. Si el otro me conviene (me atrae, se preocupa por mí, me permite acceder a mis deseos de paternidad o maternidad, aporta económicamente, me hace compañía, etc.) lo amaré; pero si el otro no me conviene (ya no tiene el atractivo juvenil, sus defectos me superan o tiene problemas de salud), mi sentimiento de amor desaparece. La magia desaparece cuando estar junto al otro no me compensa.

Precisamente en una homilía para el Miércoles de Ceniza, el papa Francisco nos recordaba que «la ceniza saca a la luz la nada que se esconde detrás de la búsqueda frenética de recompensas mundanas. Nos recuerda que la mundanidad es como el polvo, que un poco de viento es suficiente para llevársela. Hermanas, hermanos, no estamos en este mundo para perseguir el viento; nuestros corazones tienen sed de eternidad».

Y es que el amor de verdad, cuando no es solo un sentimiento de comedia romántica de Netflix, resiste no solo al viento, sino a cualquier vendaval: es eterno. ¿Puedo uno dejar de amar a su hijo? ¿Puede uno extrañarse de que un viudo eche de menos a su esposa con quien celebró bodas de oro, aunque esta lleve años muerta?

Amar no es buscar la conveniencia, «el amor no busca lo suyo» dirá San Pablo. Amar es entregar la vida por la persona elegida. Así Dios nos eligió y nos amó hasta entregar su vida por nosotros. Hay una voluntad del amante hacia el amado que no se sostiene solo en el sentimiento, sino que se apoya en el entendimiento, en la razón, en el deseo de hacer el bien. Y esto a veces cuesta. Dejarse llevar por el sentimiento (hacia una mujer más atractiva o hacia un marido más atento, por ejemplo) es fácil, pero no nos hace más libres, sino más esclavos de esa mundanidad a la que alude Francisco y cuyas promesas de felicidad se las lleva el viento.

En este amoroso inicio de Cuaresma 2024, ¿qué cosas antepongo a la persona a la que decidí libremente amar? ¿qué egoísmo propio me hace ver al otro como un obstáculo para mi felicidad? y, lo más importante, ¿cómo podría hacer a la otra persona más feliz a mi lado?

Ojo, que es muy seria esta reflexión. ¿Puede ser romántica una penitencia?

Como a Jesús en el desierto, nos vendrán tentaciones: «si eres Hijo de Dios, ¿por qué la otra persona no cambia para hacerse más a tu gusto?»; «con lo bueno que tú eres, ¿cómo el otro no te tiene en un altar?»… Es imprescindible establecer espacios de diálogo para hacernos juntos estas preguntas y para descubrir que al otro le asaltan exactamente las mismas dudas y tentaciones, y que también se siente incapacitado para amar como nosotros deseamos que se nos ame.

Sin conocernos, sin descubrir la herida del pecado que merma nuestra capacidad para amar y para sentirnos amados del todo, es imposible sostener un matrimonio, un noviazgo o cualquier vocación cristiana.

Una buena forma de celebrar en pareja el día del patrón de los enamorados en esta jornada penitencial puede ser acudir juntos a la parroquia a imponernos la ceniza y compartir luego en casa o fuera una cena en la que poder pedirnos perdón y reconocer nuestra debilidad, nuestra necesidad de conversión, porque somos ceniza, somos polvo, mas polvo enamorado.

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Dios mío, ¿me has abandonado? https://www.omnesmag.com/firmas/dios-mio-me-has-abandonado/ Thu, 01 Feb 2024 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=36935 A una enfermedad, se une la muerte de un familiar y, cuando todavía no se ha repuesto uno, llega el problema económico o laboral. Hay veces que no nos queda más que exclamar: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Pero, ¿puede Dios abandonarnos? ¿Sería esa la actitud de un padre bueno, un […]

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A una enfermedad, se une la muerte de un familiar y, cuando todavía no se ha repuesto uno, llega el problema económico o laboral. Hay veces que no nos queda más que exclamar: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Pero, ¿puede Dios abandonarnos? ¿Sería esa la actitud de un padre bueno, un padre que ama a sus hijos?

Ciertamente, hay situaciones en la historia personal en las que uno clama al cielo y no encuentra respuesta. Los problemas y las dificultades de la vida se atropellan a veces y uno parece encontrarse solo, sin ayuda, en el mismísimo centro del remolino que te succiona hacia las oscuras aguas del océano más profundo.

Se entiende que Dios no es un hada madrina que viene a sacarnos de cada dificultad. La naturaleza, en este mundo imperfecto en el que esperamos los cielos nuevos y la tierra nueva, tiene sus reglas y actúa sin pedir permiso a su creador a cada instante. Por eso vienen la enfermedad, la muerte o las desgracias naturales. A eso hay que añadir también el mal creado por el hombre: las injusticias, las disputas, los desengaños…

De uno en uno, los golpes se van superando, pero, cuando se suceden uno tras otro, ni el mejor sparring los aguanta y surge naturalmente la cuestión: “¿Es que Dios nos rechaza para siempre y no volverá a favorecernos? ¿Se ha agotado ya su misericordia, se ha terminado para siempre su promesa? ¿Es que Dios se ha olvidado de su bondad, o la cólera cierra sus entrañas?”.

Nada como los salmos -la cita anterior es un fragmento del 77- para poner palabras a los sentimientos de abandono, de soledad, de incomprensión del hombre frente al mal y el aparente silencio de Dios. Si eres todopoderoso, ¿por qué no actúas? ¿Por qué callas? ¿Por qué permites que me suceda esto?

El propio Jesús rezó con uno de ellos, el número 22, cuando experimentó el rostro más amargo de su humanidad, clavado en la cruz. Aquel que dijo «quien me ha visto a mí ha visto al Padre”, aquel que no podía alejarse de Dios porque era Dios mismo, también tuvo sentimientos de lejanía, de abandono; en cierta medida, de duda, de incertidumbre. Esa es la fragilidad humana que asumió hasta el extremo.

El silencio de Dios frente al sufrimiento de sus criaturas ha hecho correr ríos de tinta y ha quemado miles de millones de neuronas de los más sublimes pensadores, pero corre por internet una antigua leyenda noruega -no he podido confirmar si realmente es noruega y si realmente es antigua-, que explica de forma muy sencilla por qué Dios, tantas veces, calla.

La protagoniza un ermitaño de nombre Haakon que cuidaba de una capilla a la que la gente del lugar acudía a rezar ante una imagen de un Cristo muy milagroso. Un día, el anacoreta, lleno de celo y amor a Dios, se arrodilló ante la imagen y le pidió al Señor poder reemplazarlo en la cruz:

–Quiero padecer por ti, déjame ocupar tu puesto -le dijo.

Su oración llegó hasta el Altísimo, quien aceptó el intercambio con la condición de que el ermitaño debía guardar siempre silencio, como hacía Él.

La cosa fue bien los primeros días, porque Haakon guardaba siempre silencio allá arriba en la cruz y el Señor se hizo pasar por él sin que la gente de diera cuenta. Pero un día acudió un hombre rico a rezar y, al arrodillarse, se le cayó la cartera. Nuestro protagonista lo vio y calló. Al rato, apareció un pobre que, tras rezar, se encontró la cartera, la tomó y se marchó dando saltos de alegría. Haakon siguió callando cuando, al poco, entró un joven que se puso a pedir protección para un peligroso viaje que estaba a punto de emprender. En esto, volvió a entrar el rico buscando su cartera. Al ver al joven rezando, pensó que la podría haber encontrado él y se la reclamó. Aunque el joven le dijo que no la había visto, el rico, no le creyó, y la emprendió a golpes con él.

-¡Detente! -gritó Haakon desde lo alto de la cruz-.

Agredido y agresor se quedaron estupefactos y, asustados ante la visión del Cristo parlante, salieron huyendo cada uno por su lado; quedando a solas de nuevo el ermitaño y Jesús, que le conminó a bajarse de la cruz por no haber cumplido su palabra.

-¿Ves como no servías para ocupar mi sitio? -le regañó el crucificado mientras volvía a su puesto.

-¡No podía permitir esta injusticia, mi Señor! -respondió el ermitaño ya al pie de la cruz-. Tú has visto que el chico era inocente.

Mirándolo con misericordia, Jesús le explicó:

-Tú no sabías que el rico llevaba en la cartera el dinero para comprar la virginidad de una joven, mientras que el pobre necesitaba ese dinero para que su familia no muriera de hambre. Por eso dejé que se la llevara. Con la paliza del rico al joven viajero, quería haberle impedido que llegara a tiempo, como finalmente hizo por tu culpa, para embarcarse en una nave en la que acaba de encontrar la muerte, pues se ha hundido. Tú no sabías nada. Yo sí, por eso callo.

Y así acaba esta especie de midrash que nos enseña a creer que, en la voluntad de Dios, está lo mejor para nosotros y a confiar en quien sabemos que, con su aparente silencio, también nos está amando entrañablemente.

Si conoce a alguien a quien la vida le esté dando una paliza, quizá le convenga escuchar esta historia de Haakon para entender los misterios de quien no nos abandona nunca, especialmente cuando estamos en la cruz.

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¡Viva el Blue Monday! https://www.omnesmag.com/firmas/viva-blue-monday/ Mon, 15 Jan 2024 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=36622 Dicen que hoy, tercer lunes de enero, es el Blue Monday o el día más triste del año, pero ¿es por eso un mal día? ¿Por qué vivimos en un mundo en el que se nos prohíbe estar tristes? Es más, ¿existe la verdadera alegría sin haber experimentado antes la tristeza? Los factores que se […]

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Dicen que hoy, tercer lunes de enero, es el Blue Monday o el día más triste del año, pero ¿es por eso un mal día? ¿Por qué vivimos en un mundo en el que se nos prohíbe estar tristes? Es más, ¿existe la verdadera alegría sin haber experimentado antes la tristeza?

Los factores que se esgrimieron en su día para la invención de esta afligida fecha por parte de una agencia de viajes para promocionar sus productos fueron, entre otros, la coincidencia de ser un odiado lunes, en el frío y oscuro invierno en el hemisferio norte, con la cuenta corriente en números rojos en plena cuesta de enero, lejos de las vacaciones y cuando uno se ha dado cuenta ya de que no será capaz de cumplir con los propósitos que se hizo en año nuevo.

Así que, si esta mañana se ha levantado usted con mal cuerpo, con pocas ganas de afrontar la jornada, le fastidia todo a su alrededor y solo le apetece quedarse en casa con la batamanta o en la mesa camilla, sin aguantar a nadie; no se asuste, es solo el Blue Monday.

Quizá programar un viaje, como era la intención de los promotores de la conmemoración, calme sus cuitas; pero lo más probable es que tampoco sea por mucho tiempo, porque ya se sabe que la felicidad que nos promete el consumismo dura sólo el cortísimo periodo que tarda el mercado en convencernos de que tenemos una nueva necesidad.

Si le sirve mi experiencia para afrontar los periodos de bajón, yo suelo recordarme el famoso verso de Martín Descalzo: “morir solo es morir, morir se acaba…”; porque, ¿no es la tristeza una especie de muerte del ser? Cuando uno está triste o sufre por algo, ¿no valora menos la vida? Llevado al extremo, el suicida piensa erróneamente que la propia muerte física es mejor que esa muerte en vida que supone tener el corazón dolorido. “Sufrir solo es sufrir, sufrir se acaba”, me repito yo en los momentos de desolación junto al celebérrimo teresiano: “nada te turbe, nada te espante, todo se pasa…”. Es solo cuestión de tiempo.

¿Qué le ha ocurrido al umbral de dolor de nuestra sociedad del bienestar que no para de bajar? Cuanto más desarrolladas están las poblaciones, menos preparados están sus miembros para soportar la más mínima contrariedad. Es curioso comprobar cómo, igual que tantas veces la naturaleza se rebela contra la soberbia humana en su pretensión de domarla, también nuestro organismo, concretamente nuestra salud mental, parece estar lanzando un mensaje de advertencia.

¿Por qué las sociedades que se empeñan en eliminar el sufrimiento son las que más ansiolíticos y antidepresivos consumen? Ya no pasamos hambre, ni se nos muere un hijo de una simple diarrea ni tenemos leones que nos ataquen, como ha pasado durante milenios; así que nuestro cerebro, al no contar con estos imprevistos negativos, interpreta la más mínima señal de estrés de forma exagerada. Igual que ahora se disparan las alergias ante la falta de trabajo del sistema inmunitario gracias a nuestra menor exposición a las infecciones, la depresión y el estrés son la respuesta de la naturaleza a un estilo de vida seguro donde se ha reducido la incertidumbre.

¿No será que, en cierta medida, algo de sufrimiento es bueno para la vida? No sé si esta hipótesis tiene o no base científica, pero todos conocemos a gente a quien un cáncer, un accidente o la muerte de un hijo han catapultado hacia adelante, cambiando su vida a mejor, afrontándola con más esperanza y, casi siempre, por la vía de darse más a los demás.

La famosa psiquiatra Marian Rojas es una defensora del derecho a estar triste. Afirma que «la tristeza es una emoción natural y saludable que forma parte de la experiencia humana, una respuesta emocional a situaciones que nos afectan de manera negativa y suprimirla solo prolonga su impacto en nuestra salud mental».

En este sentido me resulta especialmente llamativo el hecho de que los relatos infantiles, los cuentos, las series o el cine eludan el dolor como si no fuera una parte de la realidad, por mucho que uno quiera combatirlo. Recuerdo perfectamente el nudo en la garganta ante la maldad del Lobo, la orfandad de Bambi, el abandono de Heidi, la soledad de Marco o la muerte de Chanquete y estoy seguro de que estas experiencias vicarias me sirvieron y me siguen sirviendo para afrontar las muchas y muy dolorosas pruebas con las que la vida me ha embestido. 

Las cosas más importantes de la vida se consiguen tras soportar duros y a veces largos momentos de dolor, tristeza y privaciones; pero luego pasan y llega el momento de disfrutarlas. Decimos, de hecho, que vale “la pena” estudiar, formar una familia, servir a la comunidad, desarrollar una carrera profesional, practicar hábitos saludables…  

El Papa Francisco ahondaba en esta idea en una de sus audiencias: «pensemos en el trabajo, en el estudio, en la oración, en un compromiso que hayamos contraído: si los dejáramos en cuanto sintiéramos aburrimiento o tristeza, nunca concluiríamos nada. Esta es también una experiencia común a la vida espiritual: el camino hacia el bien, nos recuerda el Evangelio, es estrecho y cuesta arriba, requiere un combate, una conquista de sí mismos». Y nos recomendaba: «es importante aprender a leer la tristeza. ¿Sabemos entender qué significa para mí, esta tristeza de hoy? En nuestro tiempo, la tristeza está considerada mayoritariamente de forma negativa, como un mal del que huir a toda costa, y, sin embargo, puede ser una campana de alarma indispensable para la vida, invitándonos a explorar paisajes más ricos y fértiles que la fugacidad y la evasión no consienten».

Por eso, si hoy está usted triste, o lleva así una temporada, tiene todo el derecho del mundo a pasar por ahí, por mucho que las redes sociales nos obliguen a parecer siempre joviales. Sumérjase en el azul profundo del blue Monday y verá que, en lo más hondo, hay Alguien que sufre con usted, que no nos deja solos. Alguien que, por amor, ha querido descender con cada ser humano hasta el límite del dolor para acompañarlo y rescatarlo, para darle un sentido al sinsentido. Alguien que nos ha explicado que la felicidad está en darse al otro, no en buscarse a sí mismo.

Acabamos de celebrar el nacimiento del “Dios con nosotros” y, más pronto que tarde, estarán aquí las celebraciones de su pasión y muerte. Entonces, y ahora, no hay que perder la esperanza de que morir se acaba con la alegría definitiva de la resurrección. Así que, ¡Feliz Blue Monday!, pero no dejemos de amar, no dejemos de esperar.

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Reinicien https://www.omnesmag.com/firmas/reinicien/ Sun, 31 Dec 2023 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=36230 ¿A quién no le ha pasado? Tras horas aguantando una velocidad insoportablemente lenta en internet, después de haberle echado la culpa a la compañía telefónica, al último miembro de la familia que tocó el dispositivo y al dependiente que me lo vendió, llamo al servicio técnico, pero, al otro lado del teléfono, nadie responde como […]

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¿A quién no le ha pasado? Tras horas aguantando una velocidad insoportablemente lenta en internet, después de haberle echado la culpa a la compañía telefónica, al último miembro de la familia que tocó el dispositivo y al dependiente que me lo vendió, llamo al servicio técnico, pero, al otro lado del teléfono, nadie responde como uno desearía.

Uno querría que un ingeniero de telecomunicaciones o una experta en ciberseguridad le pidiera perdón por un colapso a nivel mundial de la red o que le ayudara a reconfigurar el protocolo TCP/IP del ordenador que ha desconfigurado el niño o, si acaso, que le explicara que el fabricante de su dispositivo había reportado un fallo de fabricación en ese modelo que hacía que la velocidad de navegación bajara considerablemente. Pero no. En su lugar, una típica voz de callcenter, tras largarme la consabida retahíla de protección de datos, de que la llamada puede ser grabada y de que al final le ponga un nueve en la valoración, me suelta como solución al problema:

–¿Ha probado a reiniciar el router?

–Perdone, quizá no le he escuchado bien. ¿Que reinicie el router? ¿Ya está?

–No se preocupe, será solo un minuto. Es más, se lo voy a reiniciar yo mismo desde aquí.

Mientras oigo teclear al operador, sin salir aún de mi asombro, le pregunto:

–Pero oiga, ¿esto no será más bien una falla apocalíptica global? ¿no han comprobado si ha habido una tormenta solar que haya incidido sobre el campo electromagnético de la Tierra afectando a todos los aparatos electrónicos del mundo? ¿seguro que no es un problema de mi dirección IP o alguna interferencia en mi red wifi?

Y justo cuando termino de decir la “fi” de wifi o la “fai” de “waifai” como dicen los amigos de hispanoamérica, la computadora recupera de golpe todos sus procesos y comienza a correr como Usain Bolt en el mismísimo Mundial de Berlín 2009.

–¿Ha recuperado la conexión, señor? –continúa el teleoperador– ¿Desea alguna cosa más? No olvide valorar con la máxima puntuación mi servicio si le he resultado de utilidad, bla, bla, bla…

Humillado, cabizbajo, alicaído, deprimido, achantado por tan fácil solución a mi gran problema; me despido del amable muchacho, escucho la locución de la puntuación, digo «nueve» en voz alta, vuelvo a repetir «nueve» con mejor dicción porque la máquina no me entendió bien a la primera, y cuelgo.

Parece mentira que un problema tan gordo como el que yo me había montado en la cabeza tuviera una solución tan sencilla. Apagar y encender cualquier dispositivo electrónico arregla el 99 por ciento de las averías. Cuentan el chiste de que, al final de la carrera de ingeniería informática, un catedrático reúne a todos los alumnos y les desvela el gran secreto: «y el resumen, señoras y señores, de lo que han aprendido ustedes en todos estos años es: reinicien».

No hay nada de mágico en este truco de todo buen informático. Al reiniciar, los microprocesadores olvidan las órdenes con error que habían recibido, las cargan de nuevo, y hacen que, desde la lavadora al smart TV, desde el microondas al celular, funcionen de nuevo como si nada hubiera pasado tras horas de desesperación de sus usuarios. Reiniciar nos ahorra costosas reparaciones ¡y es tan sencillo! Pero, aunque parezca mentira, a veces se nos olvida y tienen que ser los expertos los que nos lo recuerden.

También las personas necesitamos reiniciarnos de vez en cuando, y este último día del año es una ocasión inmejorable. Porque todos hemos cometido errores que han provocado fisuras pequeñas o grandes en el sistema. Hay procesos que ya no funcionan bien con determinadas personas y bucles en los que nos hemos metido y de los que no podemos salir. Y es que los fallos dejan huella y nos impiden continuar como si nada. Por eso es importante reconocer nuestros errores y pedir perdón por ellos.

No hablo de pedir perdón a Dios, que también; sino a las personas que tenemos alrededor y a quienes, en el roce diario, seguro que herimos de una u otra manera. Pedir perdón no nos hace más pequeños sino más grandes porque la sabiduría que encierra conocerse a sí mismo y sus propios errores no está al alcance de todos. Lo ordinario es creer que son los demás los que se equivocan y echar las culpas de lo que nos pasa a los otros.

Así que, en este comienzo del 2024, aprovecho para pedir perdón a usted, querido lector, si en algo le he ofendido con mis palabras. Pido perdón por no haber sido más incisivo en mi denuncia contra la injusticia, por haber pasado de puntillas por temas en los que tendría que haberme mojado más, por no haber defendido suficientemente a los débiles, por haberme buscado a mí mismo y haber sido cobarde, adulador, soberbio, vanidoso, complaciente, inicuo, ingenuo… Añada usted los adjetivos negativos que crea conveniente, porque seguramente serán ciertos, y discúlpeme por ellos. El año que estrenamos trataré de hacerlo mejor, con su ayuda. Es mi propósito de año nuevo.

Y si ustedes también quieren comenzar el 2024 con buen pie y a máxima velocidad, ya saben, reinicien. Y no olviden ponerme un nueve en su valoración al final de la locución.

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¡Pero qué ven mis ojos! https://www.omnesmag.com/firmas/pero-que-ven-mis-ojos/ Fri, 15 Dec 2023 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=35936 Si no lo veo, no lo creo. Con esta frase se sacude el materialismo que nos rodea cualquier referencia a la trascendencia. Pero ¿y si ver a Dios con los ojos fuera posible? San Francisco de Asís se lo planteó y lo consiguió. Cuenta Tomás de Celano, en la primera biografía que se escribió del […]

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Si no lo veo, no lo creo. Con esta frase se sacude el materialismo que nos rodea cualquier referencia a la trascendencia. Pero ¿y si ver a Dios con los ojos fuera posible? San Francisco de Asís se lo planteó y lo consiguió.

Cuenta Tomás de Celano, en la primera biografía que se escribió del santo, que, en el año 1223, estando cerca de la localidad italiana de Greccio, le pidió a un tal Juan, hombre noble y de buena fama, que preparara para celebrar la Navidad un pesebre para poder contemplar la escena de la Natividad. Sus palabras fueron: «Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno».

El cronista describe cómo aquella noche de Navidad, el primer belén de la historia congregó a una multitud de frailes y familias del entorno, que acudieron con velas y teas encendidas, y la alegría con la que el santo lo contempló y predicó en la Eucaristía que un sacerdote celebró sobre el mismo pesebre. Entre cantos de alabanza de la improvisada comunidad, uno de los asistentes tuvo una visión extraordinaria. Cuentan que vio «un niño que, exánime, estaba recostado en el pesebre» y que, al acercarse Francisco, éste se despertó del sopor. «No carece esta visión de sentido –explica el autor– puesto que el niño Jesús, sepultado en el olvido en muchos corazones, resucitó por su gracia, por medio de su siervo Francisco, y su imagen quedó grabada en los corazones enamorados. Terminada la solemne vigilia, todos retornaron a su casa colmados de alegría».

Cuando se cumplen 800 años de este acontecimiento singular, la costumbre de representar el nacimiento de Jesús para que niños y mayores puedan contemplar “con sus ojos” el misterio de Belén, sigue muy viva.

Hay belenes monumentales y en miniatura, vivientes y de cerámica, populares y napolitanos, estáticos o mecanizados…

En cada casa, en cada establecimiento, en cada parroquia, institución o sede de cofradía hay un “Juan”, como aquel primer belenista de Greccio, que solo o acompañado de un grupo de colaboradores, se esmera cada año por instalar el mejor nacimiento posible.

En la carta apostólica “El hermoso signo del pesebre” sobre el significado y el valor del belén, que recomiendo a todos releer por estas fechas, el Santo Padre recordaba que «No es importante cómo se prepara el pesebre, puede ser siempre igual o modificarse cada año; lo que cuenta es que este hable a nuestra vida». Y es verdad que los belenes hablan. Nos hablan de la presencia cotidiana de Dios en medio de nuestra vida ordinaria, aunque tantas veces vivamos ajenos a Él. Su valor como recurso para la transmisión y la renovación de la fe es indudable.

Precisamente, el otro día, trataba yo de resolver la duda de uno de mis hijos sobre cómo sería el cielo. Y realmente es difícil de imaginar esa “contemplación de Dios” de la que nos habla el Catecismo. «¡Qué aburrimiento ver todo el día a Dios!» –me decía el niño–. Buscando respuesta, mi mirada se detuvo entonces en el belén que estaba ya instalado en el salón de casa, y me di cuenta de la alegría de la Virgen, de San José, de los ángeles, de los pastorcitos, de los reyes… Todos estaban llenos de gozo contemplando al niño Dios.

–Imagínate que estás en Belén, durmiendo al raso –le dije– y que se te aparece de repente un coro de ángeles que te anuncia que ha nacido el niño Jesús. ¿Irías o no irías a verlo porque te resulta aburrido? 

–Sería flipante. Iría corriendo –me contestó–

–Pues imagínate así el cielo. Un lugar donde, cada día, puedes ser testigo de un hecho extraordinario que te llena de alegría. Un lugar donde reyes y pobres comparten un mismo destino y un mismo deseo: estar junto a Dios, lo más cerca posible y el mayor tiempo posible, porque, aburrirse… ¿Te aburres tú viendo a un bebé, a tu prima por ejemplo?

–¡Qué va!, con lo graciosa que es me podría tirar horas jugando con ella.

–Pues así es Dios, cercano, tierno y alegre, como un bebé. ¡Porque a un viejo amargado no se le ocurriría crear el Universo para compartir su vida contigo!

Sobre la marcha, la conversación me hizo darme cuenta aún más profundamente de cómo el Belén es reflejo de las realidades últimas, pues también nos enseña el infierno de Herodes, decrépito y triste por no haber querido aceptar la buena noticia que se le está regalando. Allá en lo alto de su castillo solo se tiene a sí mismo y su crueldad, alejado de la comunión con Dios y con los hombres.

Así que, una vez más, San Francisco lo ha vuelto a hacer. Aquel niño dormido en un profundísimo sueño ha resucitado gracias a él para traerme, 800 años después, una nueva enseñanza, una nueva esperanza. Y simplemente por contemplar unas figuritas de barro. Ver para creer.

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La Navidad no es mágica, es divina https://www.omnesmag.com/firmas/navidad-no-es-magica/ Fri, 01 Dec 2023 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=35620 «Descubre la magia de la Navidad», «disfruta unas navidades mágicas», «sumérgete en el mágico mundo navideño»… Por favor, dejemos de usar este tipo de eslóganes que confunden a niños y mayores. La Navidad no tiene nada de magia, aunque sí que es un misterio. Me explico: A cuatro semanas de la conmemoración del Nacimiento del […]

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«Descubre la magia de la Navidad», «disfruta unas navidades mágicas», «sumérgete en el mágico mundo navideño»… Por favor, dejemos de usar este tipo de eslóganes que confunden a niños y mayores. La Navidad no tiene nada de magia, aunque sí que es un misterio. Me explico:

A cuatro semanas de la conmemoración del Nacimiento del Señor, la Iglesia propone un tiempo de preparación que llamamos Adviento; pero la Navidad comercial, ese mes y medio que consigue que consumamos más que en todo el resto del año, le ha tomado la delantera al año litúrgico y ha adelantado una o dos semanas más la espera de la fiesta con el encendido de las luces, las ofertas importadas y toda la parafernalia que lleva añadida.

Alargar este periodo “mágico” de las navidades logra, en un abracadabra, cuadrar las cuentas de resultados de muchas empresas y alegrar, como por arte de birlibirloque, la recaudación de los municipios que invierten en alumbrado, mercadillos y actividades de ocio.

Relacionar la Navidad y la magia tiene sentido, porque todos tenemos en el fondo el deseo infantil de ver cumplidos nuestros deseos de forma increíble como cuando encontrábamos los regalos que habíamos pedido en nuestra carta.

En estas fechas, tenemos la ilusión de que “la vida” nos conceda lo que pedimos, de que “la suerte” nos acompañe y nos toque la lotería, de que un “hada” dirija su varita mágica hacia nosotros ayudándonos a encontrar el amor de nuestra vida o de que un “ángel de segunda clase” se gane sus alas ayudándonos a solucionar aquel problema irresoluble en nuestro Bedford Falls particular.

Lo cierto es que, por mucho que las comedias románticas que inundan estos días las plataformas se empeñen en mostrarnos una época del año feliz, donde al final todo sale bien; cuando pasen las fiestas descubriremos, un año más, que a la supuesta “magia” de estas fechas se le ve el truco como a un mal prestidigitador de barraca de feria.

Y la ilusión que parecía que nos iba a hacer felices para siempre se termina disolviendo en el mostrador de devoluciones de los grandes almacenes frente a dependientes agobiados por tener que montar el siguiente reclamo comercial.

Relacionar la Navidad y la magia tiene sentido, porque occidente ha relegado la fe que antaño daba sentido a sus tradiciones en favor de la fantasía o la superstición. En la magia cabe perfectamente eso de que “algo habrá”, en referencia a la trascendencia.

No sabemos muy bien qué o cómo será, no sabemos muy bien si son ángeles o hadas o duendes o elfos, no sabemos muy bien si nuestra familia o la salud son un regalo de Dios o de la vida o del gobierno de turno, ni tampoco nos interesa indagar mucho.

Fue Chesterton quien dijo aquello de que cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa. Y eso lo estamos comprobando con esta fiebre mágica navideña. 

Relacionar la Navidad con la magia tiene sentido, porque una de las fiestas de este tiempo litúrgico es la de la Epifanía, o manifestación de Dios a los magos. Pero ojo, que la palabra mago aplicada a los que vinieron de Oriente a adorar al niño no hace referencia a supuestos poderes sobrenaturales, sino a su sabiduría o amplio conocimiento científico en tiempos en los que astrología y astronomía no se habían deslindado.

Por eso, calificar de mágica la Navidad, es rebajarla a estelas de purpurina. ¡La Navidad no es mágica, oiga, es divina! Jesús no es Houdini, ni David Copperfield, ni siquiera los fantásticos Harry Potter o Doctor Strange. El Jesús que nace en Navidad no es un ilusionista, ¡es Dios mismo! Tampoco es mago como lo fueron los magos de oriente, ni como los mejores científicos de hoy que sorprenden al mundo dominando las leyes de la física. Él no es sabio, es la Sabiduría eterna que, como poetiza el libro de los Proverbios “jugaba con la bola de la tierra” mientras Abbá creaba el espacio y el tiempo y ordenaba las galaxias y la materia oscura. 

Lo que celebramos en Navidad es que, ¡de verdad!, nos ha tocado la lotería. Ponga precio, si no, en una subasta, a la vida eterna que Jesús le ha regalado. No hay millones para pagarla. 

Lo que celebramos en Navidad es que, de verdad, hemos encontrado al amor de nuestra vida. Un amor que es incondicional, paciente, compasivo y para siempre. Un amor que no acaba tras 90 minutos y el rótulo de The End. Un amor hasta dar la vida ¿Quién no querría dejarse querer así?  

Lo que celebramos en Navidad es que, de verdad, los problemas que parecían irresolubles tienen solución. Porque Dios, naciendo como hombre, se arremanga con nosotros, se mete en nuestro fango y nos acompaña y auxilia en nuestro caminar.

La Navidad no es mágica, pero sí es un misterio en el sentido bíblico, que significa aquel signo cuyo sentido está oculto. ¿No es admirable que detrás de esa señal de un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre (algo tan poco mágico, tan ordinario) se esconda Dios mismo ofreciéndose a compartir su divinidad con nosotros? 

En estos días de preparación de la Navidad, mientras pasee por una de esas calles preciosamente 

iluminadas o escuche uno de esos villancicos entrañables, párese, mire a los ojos a esa persona que camina a su lado, a su esposo, a su esposa, a su hijo, a su nieta… Descubrirá en su mirada algo mucho más mágico que cualquier decorado de cartón piedra de parque de atracciones. Es un soplo divino que vive dentro de ella y que ella podrá ver dentro de usted. Ese es el misterio que vamos a celebrar y que permanece oculto a tantos, el admirable intercambio entre Dios y el ser humano. Es la divina Navidad.

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A contracorriente https://www.omnesmag.com/firmas/a-contracorriente/ Thu, 16 Nov 2023 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=35316 “Si tus amigos se tiran por un puente ¿tú también te tiras?”, era una de las antiguas frases de madre preocupada por los malos hábitos de un hijo influenciable. Hoy son los padres y abuelos los que empujan puente abajo a sus hijos y nietos para que no sean diferentes. ¿Qué nos ha pasado? De […]

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“Si tus amigos se tiran por un puente ¿tú también te tiras?”, era una de las antiguas frases de madre preocupada por los malos hábitos de un hijo influenciable. Hoy son los padres y abuelos los que empujan puente abajo a sus hijos y nietos para que no sean diferentes. ¿Qué nos ha pasado?

De poco o nada sirve citar los datos que relacionan el uso de móviles con un aumento de suicidios y autolesiones por parte de adolescentes, de poco o nada sirve exponer cómo el uso inadecuado de esos dispositivos está detrás de las cifras cada vez mayores de adicción a la pornografía o al juego, de acoso escolar, de problemas de autopercepción o de abusos sexuales. Siempre habrá algún especialista cerca que minimizará los riesgos y alegará que los niños tienen que socializarse y tener libertad. La mención a este último término hace que, enseguida, hasta los padres más responsables transijan con los usos y costumbres más sospechosos no vaya a ser que se les pueda tachar de autoritarios. 

Así pues, bajo la bandera de esa supuesta libertad, tenemos a padres y abuelos generosos derrochando amor hacia sus nietos y comprándoles por su comunión un candado de última generación 5G con cámara de 30 megapíxeles y con batería de 5.000 microamperios, no se les vaya a acabar a mitad del día. Digo “candado” porque como tales están diseñados estos aparatos, para apresar nuestra libertad y atarnos cuantas más horas mejor al universo de servicios que nos ofrecen. 

Muchos de los mejores matemáticos, psicólogos, neurocientíficos e ingenieros del mundo (del mundo libre y de las dictaduras totalitarias que regalan a nuestros hijos las apps que limitan a los suyos) trabajan noche y día por lograr aplicaciones más adictivas, más idóneas para anular nuestra capacidad de decidir, porque su negocio es nuestro tiempo delante de las pantallas. 

Cuando veo a una pandilla de preadolescentes por la calle, todos con sus móviles en la mano, casi sin hablar entre sí, no puedo más que recordar aquella escena que seguro habrán visto en algún documental, de las manadas de ñus cruzando el río Mara infestado de cocodrilos. Siendo, como son, los ñus, animales gregarios, cada año los cocodrilos no tienen más que esperar tranquilamente a que el líder de la manada se adentre en el río para darse el festín, porque todos los demás vendrán detrás en fila india, sin dudarlo. Quizá alguno de los jóvenes de esa pandilla no tenía necesidad de entrar al río por ese vado, quizá podría haber esperado aún algún tiempo, quizá podría haber buscado otra zona con menos carnívoros hambrientos, pero se ve obligado a pasar por donde todos porque le tiene menos miedo al cocodrilo que a salirse de la manada. Una de las escenas más terribles del documental es cuando una de las crías de ñu es atrapada por el hocico entre las fauces de uno de los enormes reptiles ante la mirada resignada de su madre que huye tratando de salvarse y de no perder el ritmo del grupo. 

Volviendo al mundo de los humanos, ya son muchos los padres y madres que están despertando y que no soportan seguir mirando impávidos, cual mamá ñu, cómo otros se meriendan a sus hijos. Han surgido grupos de progenitores que están animándose mutuamente a restringir el uso del celular a sus hijos hasta una edad en la que puedan ser ellos los que dominen el aparato y no viceversa, como hasta ahora. No son grupos especialmente religiosos ni de una ideología determinada. Son grupos, podríamos decir, que simplemente tratan de recuperar el sentido común.

La fe cristiana ha sido siempre una ayuda para los padres a la hora de no perder ese sentido común que protege a quienes lo ejercen de influencias extrañas o modas pasajeras. El Evangelio tiene pautas universales que sirven para familias de toda época y cultura, y saberse amados por Dios ha conferido tradicionalmente a los padres un plus, pues no tienen que buscar el amparo del reconocimiento social, sino que son capaces de vivir a contracorriente y sin miedo.

Educar a los hijos en la libertad es ir a contracorriente, porque la auténtica libertad no consiste en hacer lo que a uno le parece en cada momento sino lo que a uno le conviene para acercarse más a Dios, que es la fuente de la felicidad humana. Y Dios, lamentablemente, no está entre los temas más recomendados por los influencers. Es el motivo por el que a muchas familias cristianas les afecta el fenómeno de la mundanización, que consiste en vivir como todo el mundo, como quienes no tienen esperanza.

El papa Francisco ha dicho que «la mundanidad es probablemente lo peor que le pueda suceder a la comunidad cristiana» y, advirtiendo sobre los peligros de hacer lo que todos hacen, ha afirmado, que «cuesta ir contracorriente, cuesta liberarse de los condicionamientos del pensamiento común, cuesta ser apartado por los que “siguen la moda”», por lo que nos invita a preguntarnos: «¿de qué tengo miedo? ¿De no tener lo que me gusta? ¿De no alcanzar las metas que la sociedad impone? ¿Del juicio de los demás? ¿O más bien, de no agradar al Señor y de no poner en primer lugar su Evangelio?».

Una buena ristra de preguntas para hacernos hoy mientras contemplamos cómo los cocodrilos de turno siguen al acecho de una nueva manada de tiernos ñus adolescentes que ya tienen pedido poder cruzar el río por Navidad.

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Todos los Santos y pecadores  https://www.omnesmag.com/firmas/todos-los-santos-y-pecadores/ Wed, 01 Nov 2023 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=34877 En este Día de Todos los Santos, recordamos a todos aquellos que están ya en el cielo: los santos de altar y los santos desconocidos o “de la puerta de al lado”, como el Papa los llama. Hablar de sus virtudes, no es novedad. ¿Por qué no hablamos de sus pecados?  He contado muchas veces […]

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En este Día de Todos los Santos, recordamos a todos aquellos que están ya en el cielo: los santos de altar y los santos desconocidos o “de la puerta de al lado”, como el Papa los llama. Hablar de sus virtudes, no es novedad. ¿Por qué no hablamos de sus pecados? 

He contado muchas veces que uno de los motores de mi vida de fe es la llamada que nos hizo a los (entonces) jóvenes san Juan Pablo II en el Encuentro Europeo de Santiago de Compostela en 1989. “No tengáis miedo a ser santos”, nos dijo, y se quedó tan pancho.

¿Pero cómo que seamos santos? –nos preguntamos los miles que lo oímos y que entendíamos la santidad como algo reservado a gente especial, a quien Dios marcaba con estigmas y daba capacidad de levitar–.

Comenzamos a entender entonces que querer ser santo o santa no tenía nada que ver con la canción de Alaska y Parálisis Permanente, que destacaba los aspectos más góticos de lo que la tradición nos ha transmitido, sino que se trata del proyecto de vida de quien ha conocido a Jesús y su mensaje y quiere seguir su camino de verdad y libertad para transformarse en Él.

Desde los primeros siglos, la comunidad cristiana ha guardado como un tesoro la memoria de quienes han dado testimonio de esta fe. Un testimonio que, como nos recuerda el apóstol Santiago, se compone sobre todo de obras. Obras como las que pusieron en práctica los mártires, confesando la fe hasta la muerte; los primeros misioneros, llevando la Palabra de Dios hasta el confín del mundo; los servidores de los pobres, entregando su vida por los necesitados, etcétera, etcétera.

Al principio, cuando las comunidades cristianas eran pequeñas, los santos eran conocidos por todos. Era gente “de mi parroquia”. Se visitaban sus tumbas y se guardaba en la memoria todo cuando habían hecho. Se les veneraba porque, a pesar de sus defectos, que todos conocían, la gracia había sido más fuerte. Ya no eran ellos quienes actuaban, sino Cristo que vivía dentro de ellos. Pero, poco a poco, los testimonios de primera mano se fueron perdiendo, y los relatos de las vidas de los santos se fueron convirtiendo en leyendas a las que, con el fin legítimo de ensalzar sus figuras, se iban añadiendo anécdotas extraordinarias.

No nos llevemos las manos a la cabeza, cualquier padre o abuela que se precie ha adornado literariamente alguna historia familiar para provocar en los niños el orgullo de sentirse parte del clan. Sí, usted también.

Y esto, que pasa en las mejores familias, pues también ha pasado un poco en la historia de la gran familia eclesial, llegando al extremo de que muchos textos de vidas de santos son tan creíbles como las aventuras de cualquier superhéroe de Marvel. 

Quizá para otro tiempo, en una sociedad acostumbrada a los mitos, fueran válidos los relatos extraordinarios; pero en una sociedad descreída como la nuestra, lo que la gente necesita son historias reales. Y la historia real de cualquier cristiano, la historia real de cualquier santo, está llena de luces y de sombras; de momentos de fe clara y de oscura rebeldía; de caídas, de errores, de debilidades, ¡de humanidad!

Hablar de los pecados de los santos, lejos de escandalizar a los hombres y las mujeres de hoy, los acercan, los hacen reales y, por tanto, y lo más importante, imitables. Porque un santo perfecto es un perfecto invento, pues no sería compatible con la condición humana.

Y no hablo de los santos que, como san Pablo, santa Pelagia o san Agustín tuvieron una vida de pecado público anterior a su conversión, hablo de santos que, a lo largo de su vida de fe, tuvieron que combatir con su soberbia, su avaricia, su ira, su gula, su lujuria, su envidia o su pereza.

¡Cuánto echo de menos más capítulos en las vidas de los santos en los que se explicaran estas luchas de quienes se querían dejar ayudar por la gracia, pero fueron seguro a menudo derrotados por su frágil naturaleza! Santo no es quien no cae, sino quien mantiene la esperanza en la victoria final a pesar de sus fracasos parciales y vuelve a levantarse para la siguiente batalla.

¿Para qué me sirven los relatos de combates físicos contra el demonio que recogen muchas hagiografías, si no me cuentan antes cómo hacían frente a sus sugerencias sutiles, sus tentaciones diarias, sus engaños de andar por casa, los mismos que sufrimos todos?

Ciertamente muchos santos cuentan en sus autobiografías sus oscuridades, pero sus seguidores e hijos espirituales se empeñan en maquillarlas, haciendo que sus historias no sean creíbles. ¡Cuánto daño ha hecho y sigue haciendo el puritanismo! La rigidez genera frustración en quien la practica, pues convierte la vida cristiana en una checklist imposible de completar; y provoca escándalo en quien la contempla, pues tarde o temprano el sepulcro blanqueado termina dejando escapar su hedor. 

Por favor, dejen a los santos ser santos; déjenlos ser divinamente humanos; déjenlos ser vasijas de barro conteniendo un tesoro; déjenlos mostrar que donde abundó el pecado sobreabundó la gracia; déjenlos presumir muy a gusto de sus debilidades porque, cuando son débiles, entonces son fuertes; déjenlos demostrarnos que no hay que tener miedo a ser santos pues el Señor no ha venido a santificar a los justos sino a los pecadores; y déjenlos mostrar sus virtudes heroicas, pero poniendo en primer lugar la de la humildad. ¡Feliz Día de Todos los Santos y Pecadores!

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El maletín de la paz https://www.omnesmag.com/firmas/el-maletin-de-la-paz/ Mon, 16 Oct 2023 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=34576 El horror de la guerra vuelve a interpelar a cada ser humano del planeta. Si estuviera en nuestra mano acabar con los conflictos en Israel, Ucrania, Sudán o Burkina Faso… ¿Lo haríamos? ¿Y por qué no empezamos llevando ya la paz a nuestras guerras particulares? Y es que todos, hasta el más pacifista, estamos en […]

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El horror de la guerra vuelve a interpelar a cada ser humano del planeta. Si estuviera en nuestra mano acabar con los conflictos en Israel, Ucrania, Sudán o Burkina Faso… ¿Lo haríamos? ¿Y por qué no empezamos llevando ya la paz a nuestras guerras particulares?

Y es que todos, hasta el más pacifista, estamos en estado de guerra permanente; porque no hace falta llegar a empuñar armas para odiar, para matar en nuestro corazón a una persona: a nuestro ex, a la vecina que nos fastidia la vida, al compañero de trabajo que no tragamos, al socio que nos dejó colgado aquel negocio… No soy yo el exagerado al comparar el asesinato con la simple inquina, sino un Galileo que, allá por el siglo I, afirmó: «Habéis oído que se dijo a los antepasados: “No matarás”; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal».

Y es que no hay guerra entre naciones que no haya comenzado con un simple mal gesto entre dos, con un desprecio, con una pequeña envidia o con una presunción fuera de la realidad. Aquellas pequeñas semillas de mal que prendieron un día en una o dos personas fueron germinando entre los miembros de las familias más cercanas a los implicados, luego enraizaron en sus pueblos, más tarde brotaron violentamente a nivel nacional, hasta que en ocasiones extendieron sus ramas a escala mundial. En cada uno de nosotros, anidan miles de estas semillas aparentemente inofensivas pero que, en determinados caldos de cultivo, tienen potencialidad para reproducirse, como los virus, a una velocidad pasmosa.

Por eso Dios, que es quien mejor nos conoce, porque nos ha creado y porque se ha hecho uno de nosotros para experimentar hasta nuestro último sentimiento, exigió a través de su Hijo a sus discípulos presentar la otra mejilla y amar a los enemigos. Y lo cumplió hasta sus últimas consecuencias.

Es lamentable contemplar cómo en nuestras sociedades aparentemente avanzadas crece la violencia de una forma desproporcionada en las familias, en los colegios, en los centros de salud, en el tráfico… Tras la falsa ilusión de cambiar a Dios por un progreso que nos haría más libres, más ricos y con menos problemas, generaciones enteras están descubriendo ahora solo humo.

Somos cada vez más esclavos de los poderosos, que controlan hasta la hora en la que entramos al baño gracias a los móviles; la inteligencia artificial, en manos de esos mismos pocos, sumirá en la pobreza a gran parte de los actuales profesionales; y el problema esencial del ser humano, que es sentirse amado para siempre, no ha sido resuelto por la revolución sexual que ha reducido el amor al enamoramiento pasajero. Así que, claro, la gente está mosqueada.

En su última exhortación apostólica Laudate Deum el papa apunta al paradigma tecnocrático como culpable de muchos de los problemas actuales, entre ellos el medioambiental: «hemos hecho impresionantes y asombrosos progresos tecnológicos, y no advertimos que al mismo tiempo nos convertimos en seres altamente peligrosos, capaces de poner en riesgo la vida de muchos seres y nuestra propia supervivencia. Cabe repetir hoy la ironía de Soloviev: “Un siglo tan avanzado que era también el último”. Hace falta lucidez y honestidad para reconocer a tiempo que nuestro poder y el progreso que generamos se vuelven contra nosotros mismos».

La polarización ideológica azuzada por una clase política autorreferencial que pocas veces parece trabajar por el bien común, promueve el enfrentamiento entre personas que, en otro clima, estarían sin duda abiertas al diálogo y al consenso.

Incluso dentro de la Iglesia Católica surgen los bandos que, lejos de proponer las mejoras legítimas que se creen necesarias, alimentan el ataque personal a quien no piensa como yo, con un lenguaje incendiario y con el ánimo de hacer daño a las personas.

Si defendemos una postura eclesial junto a nuestros amigos y contra los que no son como nosotros ¿Qué hacemos de extraordinario? –Nos diría Jesús– ¿no hacen eso mismo los gentiles?

Dicen que los presidentes de las grandes potencias nucleares llevan siempre consigo un maletín desde el que pueden ordenar el lanzamiento de sus misiles.

Nosotros también llevamos un maletín mucho más potente, el maletín de la paz, el Evangelio, que nos enseña a no devolver mal por mal, sino a vencerlo a fuerza de bien, porque toda guerra es una derrota. Lo usó Jesús en la noche en que fue capturado y le dijo a Pedro que guardase la espada en la vaina.

¡Es tan fácil clamar contra las guerras ajenas y tan difícil ser cortafuegos en la que tenemos entre manos! Si Dios hace salir el sol para buenos y malos, ¿quién soy yo para decir mal del otro, para decir que mi vida es más valiosa que la suya?

Solo la oración sincera del Padrenuestro, que me pone frente a quien es más que yo y junto a quienes son mis iguales, es capaz de ponerme en mi lugar y de llevarme a odiar solo el enfrentamiento con mis hermanos, toda guerra que no viene sino a acabar conmigo mismo y con la humanidad.

Es lo mismo que expresa el Papa en su conclusión de Laudate Deum: «”Alaben a Dios” es el nombre de esta carta. Porque un ser humano que pretende ocupar el lugar de Dios se convierte en el peor peligro para sí mismo».

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A mi ángel de la guarda https://www.omnesmag.com/firmas/angel-de-la-guarda/ Mon, 02 Oct 2023 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=34181 Querido ángel de la guarda: ¡Muchas felicidades en tu día! Aunque bueno, desearte felicidad a ti que estás literalmente en la Gloria, quizá no sea la mejor forma de demostrarte mi afecto. Si por lo menos tuvieras cuerpo, te daría un abrazo, pero eres espíritu puro y no puedo verte, ni sentirte, ni olerte, ni […]

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Querido ángel de la guarda:

¡Muchas felicidades en tu día! Aunque bueno, desearte felicidad a ti que estás literalmente en la Gloria, quizá no sea la mejor forma de demostrarte mi afecto.

Si por lo menos tuvieras cuerpo, te daría un abrazo, pero eres espíritu puro y no puedo verte, ni sentirte, ni olerte, ni oírte…

Espero no ofenderte por darte protagonismo porque si hay algo que te ha caracterizado siempre es tu humildad. Jamás, nunca, has buscado figurar y no te molestas cuando tantas veces me olvido de ti o vivo como si no existieras, ¡pero es que eres tan discreto! Yo entiendo que, como buen agente secreto, tu trabajo consiste precisamente en no delatarte y por eso confirmo que eres tan bueno en lo tuyo: ¡No dejas ni rastro! Y lo haces bien porque, si no, pondrías en un aprieto mi libertad para elegir creer o no.

Tras cada acción tuya, siempre le he podido echar la culpa a la suerte, al azar o incluso a mi propia valía personal. ¡Y en cuántas otras ocasiones habrás actuado sin que yo siquiera me haya percatado de los peligros!

A veces te presentas en forma de otra persona: a través de un amigo, de mi mujer, o incluso de un desconocido. Ahí te he podido calar en muchas ocasiones. Ya me explicarás cuando nos veamos cara a cara cómo lo hacéis, pero estoy convencido de que os ponéis de acuerdo entre vosotros. ¿A que sí? Tú vas y le dices a uno de tus compañeros: “oye, dile a tu humano que le diga al mío tal cosa”. Y ahí va ese humano, que se le viene de repente un pensamiento sin saber por qué, te lo suelta, y tú alucinas porque es justo lo que necesitabas escuchar ese día.

Como soy una persona racional, siempre puedo achacarlo a la calidad humana, intelectual o espiritual de quienes tantas veces han sido ángeles para mí, pero no lo tengo tan claro cuando he sido yo a quien habéis utilizado para dar mensajes a otros. Muchas veces hay quien me ha recordado unas palabras mías que le ayudaron, aunque yo no fuera consciente de haberlas pronunciado, al menos en el sentido que la otra persona interpretó. ¿De dónde salió ese pensamiento? ¿Quién lo indujo? Yo lo tengo claro. El Espíritu Santo os tiene de recaderos. Esas inspiraciones vuestras no son tan sorprendentes, porque son muy parecidas a esas otras “sugerencias al oído” que vuestro compañero caído se empeña en hacernos y que siempre parecen llenas de luz. Quien no está entrenado espiritualmente, no las reconoce, pero cuando uno ha caído en su trampa un montón de veces, ya no duda de su existencia y trata de estar siempre alerta.

Se ve que el malo, como es un soberbio y vanidoso, no se preocupa tanto de borrar sus huellas y, aunque le interese pasar desapercibido, en realidad no puede evitar dejar su marca. Así que, al final, gracias a él, yo creo más en ti.

Alguno que me lea pensará que soy un infantil, que esta carta la dedico a mi amigo imaginario, que creo en seres invisibles que suben y bajan del cielo… Que piense lo que quiera. Yo solo creo en lo que veo con mis propios ojos, que no son solo los que tengo en la cara, sino también los que me permiten conocer esa otra realidad trascendente que todo hombre y mujer a lo largo de la historia ha estado y está capacitado para descubrir por sí mismo.

Lo que es infantil es esconderse en el refugio de los cinco sentidos negando cualquier otra forma de conocimiento por miedo a no poder controlarlo. Cuando se toca el tema, yo siempre recuerdo aquella valiente frase del divulgador científico Eduard Punset que decía que “la intuición es una fuente de conocimiento tan válida como la razón” ¿Se la sugeriste tú? No me extrañaría, porque a mí me ayuda mucho repetirla.

¡Ciertamente hay tantas realidades diarias en las que la intuición nos guía mejor que la razón! ¡Hay tantos patrones y señales que pasan desapercibidos a simple vista! Hace falta, eso sí, sensibilidad y desapego de lo material; pero, el que es capaz de leerlos, descubre cómo el verdadero bien, la verdadera belleza o la verdadera verdad –valga la rebuznancia–, no están donde todo el mundo mira, donde todo el mundo toca, donde todo el mundo huele; sino en lugares menos comunes.

Pues yo te intuyo, querido ángel, y doy gracias a Dios por hacerte mi compañero en el camino de la vida, por ser esa sombra inseparable, esa puerta cercana siempre abierta a la trascendencia. Discúlpame por darte tanto trabajo con mis continuos intentos de salirme de la ruta hacia el cielo. Átame corto, que ya sabes que no soy de fiar.

Y un último deseo: dile a tu compañero, al de ese lector que me lee ahora, que suscite hoy en él la alegría de sentirse también acompañado, cuidado y consolado. Y sugiérele que no se la quede para él solo, sino que la comparta con todos los suyos. ¡Porque hoy es fiesta grande en cielo y tierra!

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Dolor de madre https://www.omnesmag.com/firmas/dolor-de-madre/ Fri, 15 Sep 2023 07:33:47 +0000 https://omnesmag.com/?p=33848 Le propongo un ejercicio: abra su periódico habitual, su web informativa preferida, ponga su boletín diario de radio o televisión y comprobará cómo, entre las primeras noticias, aparece el dolor de alguna madre. Comparto las que yo me he encontrado el día en que escribo este artículo: en portada, el dolor de Nadia, que ha […]

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Le propongo un ejercicio: abra su periódico habitual, su web informativa preferida, ponga su boletín diario de radio o televisión y comprobará cómo, entre las primeras noticias, aparece el dolor de alguna madre.

Comparto las que yo me he encontrado el día en que escribo este artículo: en portada, el dolor de Nadia, que ha visto morir bajo los escombros a su hijo Nadir, de 6 años, en el terremoto de Marruecos; más abajo, el de la madre de Emanuel, que acaba de recibir la noticia de que Salvamento Marítimo suspende la búsqueda de su hijo desaparecido; y finalmente, en el módulo de noticias más leídas, las declaraciones de Cristina, que trata de reponerse del suicidio de su joven vástago. ¿Cuánto dolor es capaz de soportar una madre?

Tampoco son pequeños los dolores de las madres que no ocupan titulares. Haga un repaso por sus círculos sociales: sus vecinos, sus compañeros de trabajo o estudios, o su familia. Seguro que ahí encuentra mucho, pero que mucho dolor de madre. Madres de hijos enfermos, de hijos que no llegan a fin de mes, de hijos que pasan por un divorcio complicado, que caen en adicciones o que no logran alcanzar sus metas. Allá donde haya una persona que sufre, hay una madre que sufre. Si usted lo es, ya sabe de qué hablo.

¿Y los padres? ¿Es que no sufrimos los padres? Por supuesto que sí, pero no rozamos ni de refilón la peculiar relación de una madre con la persona que ha gestado, a la que conoce desde mucho antes que nosotros y a la que ha parido y amamantado. Es una relación, literalmente, entrañable; pues es biológica, química, incluso genética, pues como ya expliqué en uno de mis hilos, parte del ADN de los hijos permanece en el cuerpo de la madre hasta su muerte. Y esto es algo que los varones, por mucha inteligencia emocional que tengamos, no podemos experimentar.

El sufrimiento es muy subjetivo, y estoy convencido de que hay veces en las que las madres sufren más ante el dolor de sus hijos que ellos mismos. Quien haya tenido la oportunidad de visitar una planta de oncología pediátrica, podrá comprobar cómo hay mucha más angustia en las caras de las madres que en las de los niños.

Hoy celebramos la fiesta litúrgica de Nuestra Señora de los Dolores en sus diferentes versiones: Angustias, Amargura, Piedad, Soledad… El día después de la Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre), conmemoramos el dolor de María junto a la cruz de su hijo.

Y yo me pregunto, ¿quién de los dos sufrió más, la madre o el hijo? Obviamente, el dolor causado por una tortura física tan absolutamente inhumana como la que se le aplicó a Jesús es difícilmente superable, por muy unida que estuviera María a su hijo; pero hay un acontecimiento en la Pasión que puede pasarnos desapercibido y que es trascendental para entender el nivel de sufrimiento de María. Me refiero a cuando Jesús dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» y luego a Juan: «Ahí tienes a tu madre». En ese momento, el Señor transfirió su especialísima relación con María a toda la humanidad, representada en el discípulo amado. Así que ya no era solo el dolor de cada latigazo en la espalda, de cada humillación, de cada clavo en las manos y en los pies de su Hijo lo que le tocaba soportar; sino que, como nueva madre del género humano, recayeron de golpe sobre sus hombros las penas de todos los seres humanos a lo largo de los siglos.

Es lo que celebramos en este día: que María sufre hoy, con Nadia, el desgarro de perder a su niño Nadir en el terremoto de Marruecos; junto la madre de Emmanuel, la incertidumbre por la suerte del joven en medio del océano; y con Cristina, la impotencia de no haber podido evitar el suicidio de su hijo. María, como madre de todos, se ha hecho cargo de hasta el último dolor que haya usted podido encontrar hoy en su periódico o en su informativo. María es la señora de todos nuestros dolores, de los suyos y de los míos. Ella no nos abandona nunca, por muy grande que sea nuestra pena. No huye. Permanece junto a nosotros, al pie de la cruz, consolándonos, sufriendo a nuestro lado.

Así que hoy me caben solo palabras de agradecimiento. Agradecimiento a Dios por haber tomado nuestros sufrimientos y haberlos cargado en su cruz; y agradecimiento por habernos entregado en el Calvario a la Madre del Mayor Dolor, a la Señora de Nuestros Dolores, a Nuestra Señora de los Dolores.

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El final del verano https://www.omnesmag.com/firmas/el-final-del-verano/ Fri, 01 Sep 2023 03:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=33475 El… final… del… verano… Ninguna canción como esta del Dúo Dinámico consigue suscitar ese sentimiento agridulce que se siente en días como hoy, cuando la pena por dejar el tiempo de descanso se mezcla con una extraña ilusión por volver a la necesaria rutina.  Los periódicos llevan días publicando entrevistas con psicólogos y psiquiatras que […]

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El… final… del… verano… Ninguna canción como esta del Dúo Dinámico consigue suscitar ese sentimiento agridulce que se siente en días como hoy, cuando la pena por dejar el tiempo de descanso se mezcla con una extraña ilusión por volver a la necesaria rutina. 

Los periódicos llevan días publicando entrevistas con psicólogos y psiquiatras que nos explican cómo evitar el llamado síndrome postvacacional, cómo adaptarnos al cambio de actividad o cómo sobrellevar la vuelta al cole que este año será “la más cara de la historia” debido a la inflación galopante.

La nostalgia es la envidia hacia uno mismo, hacia el “yo” del pasado. Es un sentimiento que se regodea en contemplar lo bueno que tuve y que ya no puedo tener. Hay cierto gusto perverso en esas lágrimas de autocompasión, en ese lamerse las heridas como si uno fuera el centro del mundo. «Pobrecillo de mí –se consuela a sí mismo el nostálgico– que tengo que soportar una conspiración cósmica contra mi felicidad». Convertir nuestra vida en drama ha llegado a convertirse incluso en una moda en redes sociales. Es el llamado “sadfishing” consistente en compartir publicaciones o vídeos en los que se busca dar pena para conseguir así la compasión del público y, por tanto, más seguidores. 

Frente a la tentación de la nostalgia, debemos pedir el don de la esperanza. No es fácil de obtener, porque solemos resistirnos a la gracia. Preferimos instalarnos y quedarnos en nuestra zona de confort. Abraham, el padre de la fe de más de la mitad de los habitantes del planeta, nos sirve de modelo frente al sedentarismo. Obedeciendo a la voz del Padre: “sal de tu tierra”, se puso en camino, sin miedo al futuro, apoyado solo en una promesa. La mujer de Lot, en cambio, convertida en estatua de sal por mirar atrás, nos advierte del peligro de no querer soltar amarras, de no confiar en que Dios va ya por delante preparándonos el camino. Por segunda vez, Abraham, salió de sí tomando consigo a su hijo Isaac y subió con él al Monte Moria dispuesto a sacrificarlo, convencido de que, en Dios, no cabe el mal.

En tantas y tantas ocasiones, la Palabra de Dios nos habla de confiar, de esperar contra toda esperanza, de no añorar el pasado como el pueblo de Israel cuando echaba de menos las cebollas de Egipto, pues no es ese el deseo de Dios. Frente a este sentimiento, las bienaventuranzas nos hablan de una recompensa grande para quien espera y confía en Dios. ¿Por qué preocuparse por comenzar una nueva etapa? ¿Es que desconfiamos de quien dio la vida por nosotros? 

No soy un ingenuo. Sé que son muchas y a veces muy duras las dificultades que afrontamos a lo largo de nuestra vida, pero Él ha prometido estar con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo. En su compañía, el yugo es suave y ligero. 

Volver al trabajo, al estudio, a las labores domésticas o pastorales puede darnos pereza, pero ahí está Él esperándonos. El Espíritu Santo está siempre vivo, en movimiento, sacándonos del cenáculo y llevándonos a las azoteas, zonas menos seguras donde es Él, y no nosotros, quien habla en idiomas. Como la snitch dorada del universo de J. K. Rowling, su aleteo es caprichoso y veloz, no es fácil seguirlo y no se deja atrapar. Tantas veces nos desconcierta cuando vemos cómo echa abajo nuestros planes y nos dice: “venga, comienza de nuevo”. ¿No podría ser todo tan fácil como en verano? ¿No podríamos volver a lo de antes? 

Para no renegar de sus empujones que nos sacan de la tibieza, hay que tener una fe como la de Abraham. Él vería oportunidades y retos donde otros vemos obstáculos insalvables o enemigos empeñados en fastidiarnos; Él sentiría la llamada de Dios a levantarse para ir a un sitio mejor donde otros sentimos pavor, agarrándonos a nuestras estructuras como niño que se aferra a su madre en su primer día de colegio; Él se ilusionaría por el futuro cuando nosotros nos deprimimos por no poder volver al pasado.

El final del verano llegó, cambia nuestra actividad, pero el Señor nos lanza una promesa para este nuevo curso y es que “nunca, nunca yo te olvidaré”. 

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En cuerpo y alma https://www.omnesmag.com/firmas/en-cuerpo-y-alma/ Tue, 15 Aug 2023 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=32964 El 15 de agosto celebramos la Asunción de María, una de las fiestas cristianas más populares que se sustenta, sin embargo, en uno de los artículos más impopulares de nuestro credo, el de la “resurrección de la carne”: ¡qué pocos se lo creen! Resultaría un curioso ejercicio si nos fuéramos a una de esas avenidas […]

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El 15 de agosto celebramos la Asunción de María, una de las fiestas cristianas más populares que se sustenta, sin embargo, en uno de los artículos más impopulares de nuestro credo, el de la “resurrección de la carne”: ¡qué pocos se lo creen!

Resultaría un curioso ejercicio si nos fuéramos a una de esas avenidas comerciales llenas de gente en la que los reporteros suelen hacer las típicas encuestas a pie de calle a preguntar a los ciudadanos por sus creencias en la vida después de la muerte. Muchos nos negarían la mayor; otros tantos afirmarían sin ambages creer en la reencarnación o en la fusión con una ambigua energía cósmica; si acaso algunos se atreverían a hablar de un cielo etéreo ¿con nubecitas y angelitos?; pero pocos, muy pocos, afirmarían con rotundidad creer –como afirma la Iglesia– que su cuerpo; ojo, su propio cuerpo (manos, pies, dientes, hígado, estómago…), resucitará transfigurado al fin de los tiempos para la vida eterna. ¿Creen que la muestra sería muy diferente si la encuesta la hiciéramos en la puerta de una parroquia a la salida de Misa? Tengo mis dudas.

El dogma de la Asunción de María, cuya fiesta hacemos coincidir a mitad de agosto con innumerables advocaciones marianas locales, proclama que la Virgen, al igual que su Hijo, está resucitada en cuerpo y alma y vive ya eternamente con Él. La suerte que corrió María es la misma que nos espera a nosotros. Así nos lo prometió Jesús. Su único privilegio es haber adelantado el momento. Ella no tuvo que esperar, como a nosotros nos toca, al final de los tiempos. Tratamiento VIP para una mujer realmente VIP, nada menos que la madre de Dios.

¿Pero por qué nos cuesta tanto creerlo? Perdónenme que insista, pero el tema me parece muy importante pues toca el cimiento del cristianismo: el sepulcro vacío. Si Cristo no ha resucitado ¿en qué consiste esto de la fe?

Pienso que una de las razones de esta incredulidad es que se trata de algo bastante antiintuitivo. Cuando alguien muere, vemos cómo su cuerpo se corrompe. Aunque leamos las antiguas escrituras, los testimonios de los primeros cristianos y digamos que esperamos la resurrección, no sabemos muy bien cómo será porque lo material desaparece en nuestra dimensión temporal. Mucho más intuitivas son las ideas platónicas que impregnan nuestra cultura y el cristianismo con ella.

La clásica división entre cuerpo mortal y alma inmortal hace que caigamos una y otra vez en una doctrina, la dualista, que es contraria a lo que la comunidad cristiana ha creído históricamente y cree hoy. También se nos adhieren de vez en cuando ideas maniqueas (también contrarias al depósito de nuestra fe) como las que sedujeron a San Agustín y de las que tanto se arrepintió en las que el cuerpo es considerado el origen del mal mientras que el espíritu lo es del bien.

En estas dos doctrinas se basan muchas de las colonizaciones ideológicas que el papa Francisco ha vuelto a denunciar en la JMJ y que impregnan hoy el pensamiento mayoritario. Las jóvenes generaciones, por ejemplo, ven normal entregar su cuerpo en una noche de fiesta a una persona desconocida con quien no compartirían quizá ni su número de teléfono, porque el cuerpo es, al fin y al cabo, solo materia que se comerá la tierra. Es como una realidad distinta a mí.

Por otro lado, cada vez más, hay personas que rechazan su cuerpo porque ven en él el origen del mal que les afecta. Algunas no están de acuerdo con su sexo, otras con su silueta o su rostro. Se ven como almas puras (en las que no cabe la equivocación) atrapadas en un cuerpo (este sí) equivocado y están dispuestas a mutilarlo o a forzarlo hasta lograr que tenga la forma o el uso que ellas creen perfecta. También se da el caso de quienes piden que sus cenizas se esparzan en tal o cual lugar idílico como una forma en definitiva de dejar de ser ellos mismos y unirse a un impersonal universo.

Frente a estas formas de dualismo, maniqueísmo o materialismo prácticos, la Iglesia afirma que el ser humano es a la vez un ser corporal y espiritual. Cuerpo y alma tienen dignidad. De ahí el secular respeto al propio cuerpo y al del prójimo incluso después de muertos. Pues la carne no es una especie de funda o cáscara desechable, sino que es, en sí misma, el ser humano, la obra perfecta del creador, templo del Espíritu Santo.

«¡Glorificad a Dios con vuestro cuerpo!, pedía san Pablo a los Corintios. En eso fue pionera María, poniendo su carne, su vida entera, al servicio de Dios y la humanidad. Y por eso conmemoramos que su carne es ya inmortal. Un consejo para celebrar esta fiesta: mírense al espejo, contemplen cada detalle (les guste o no) pensando, como María, que si Dios lo ha querido así: “He aquí la esclava del Señor”. Miren sus manos, acérquenlas a su boca y bésenlas: ellas les acompañarán en la eternidad. Y glorifiquen a Dios con ellas: júntenlas para rezar, extiéndanlas para abrazar a quien necesite cariño o consuelo, alárguenlas para ayudar a quien lo necesite y chóquenlas para aplaudir a María en su asunción al cielo. Ella nos espera (allí y aquí) en cuerpo y alma.

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La gran JMJ que nos espera https://www.omnesmag.com/firmas/la-gran-jmj-que-nos-espera/ Tue, 01 Aug 2023 05:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=32704 La celebración, esta semana, en Lisboa, de la Jornada Mundial de la Juventud despertará, en muchos, sentimientos de nostalgia. ¡Quién volviera a tener 20 años! Pero, pensándolo bien, ser joven no es para tanto. La eterna juventud es uno de esos ídolos con pies de barro que, desde que el hombre es hombre, ha engañado, […]

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La celebración, esta semana, en Lisboa, de la Jornada Mundial de la Juventud despertará, en muchos, sentimientos de nostalgia. ¡Quién volviera a tener 20 años! Pero, pensándolo bien, ser joven no es para tanto.

La eterna juventud es uno de esos ídolos con pies de barro que, desde que el hombre es hombre, ha engañado, humillado y esclavizado a millones de personas. Querer ser lo que no se es convierte al individuo en una veleta incapaz de dirigir el rumbo de su vida pues dependerá para todo de la opinión de los demás. La obsesión por parecer jóvenes, por no cumplir años, tiene mucho que ver con el miedo a la muerte propio de una cultura que ha enterrado esta realidad humana para evitar la pregunta trascendente, y con el miedo a ser rechazado propio de una sociedad materialista y pansexualizada que prima el atractivo físico sobre el resto de cualidades de la persona. ¡El miedo a envejecer es miedo a vivir!

No estoy de acuerdo con esa opinión generalizada de que la juventud es la mejor época de la existencia, porque los jóvenes también sufren cada uno por lo suyo. Desde la perspectiva que me da mi casi medio siglo de vida puedo decir que cada etapa puede ser maravillosa si nos adaptamos racionalmente a las particularidades de cada tramo de edad, sin saltarnos pasos ni quedarnos estancados. En cada momento hay ventajas e inconvenientes.

La feliz inconsciencia de la infancia suele venir acompañada por complejos o traumas; la brillante primavera de la adolescencia y juventud viene con la consiguiente crisis afectiva; la edad adulta, en plenitud física y mental, trae consigo la dureza de los inicios de la vida laboral y familiar; en la madurez, cuando uno parece tener ya la vida controlada, vienen los problemas con los hijos; y cuando llega la edad de la jubilación y uno empieza a tener tiempo para sí y para disfrutar de sus aficiones, vienen también los primeros achaques.

¿Y después? Pues los segundos, terceros y cuartos, pero también la serenidad y el disfrute que la sabiduría ofrece ante los pequeños detalles de la vida. ¡Cuánta alegría y esperanza he visto en los mayores que, desde la fe, esperan sin miedo el futuro que aguardan y que no tiene fin!

Entonces, ¿cuál es la mejor época? Aquella en la que uno acepta todo lo que le viene con gratitud, tanto lo bueno, como lo que nos parece malo. Porque Dios está siempre presente, acompañándonos, alegrándose con nosotros y sufriendo a nuestro lado. Y es que, como nos recuerda el Concilio, «el hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre». Esto es, con todo bebé, con todo niño, con toda adolescente, con todo joven, con toda mujer adulta o madura, con todo anciano…

Estamos llamados a santificar junto a Él cada momento de nuestra vida, con sus riquezas y carencias, con sus virtudes y sus defectos. La felicidad consiste en ser capaces de elevar cada etapa a nivel Dios, como hizo Jesús.

Así que, jóvenes que os preparáis para vivir la JMJ, aprovechad el momento, abrid los oídos a las palabras que el Santo Padre os va a dar y el corazón a lo que el Espíritu Santo os dirá a través de él. No tenéis que esperar a mañana, no tenéis que esperar a crecer para llegar a la plenitud de la vida ni de la felicidad. Ahora es una oportunidad única, no la tiréis por la borda.

¿Y los que ya no somos jóvenes? ¿Nos vamos a quedar arrinconados como pretenden algunos haciéndonos sentir culpables de cumplir años? ¿O vamos a hacer el ridículo convirtiéndonos en eternos adolescentes? ¡Nada de eso! Aprovechemos también la oportunidad que nos da el momento vital en el que nos encontremos cada uno.

Y los que llegan a mayores, no pierdan la esperanza. Que busquen la voz de Dios detrás de cada arruga, de cada dolor de rodilla, de cada pelo que se les caiga o se les blanquee. Son la preparación para celebrar el mejor y más multitudinario encuentro mundial de la historia, son señales de la convocatoria a la gran JMJ que nos espera, en la que empezaremos ya todos juntos a vivir en la eterna juventud.

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En tiempo de melones… https://www.omnesmag.com/firmas/en-tiempo-de-melones/ Sat, 15 Jul 2023 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=32449 Que un hijo termine su formación académica es uno de los momentos más felices en la vida de un padre, pero la reciente graduación de uno de mis retoños estuvo a punto de convertirse en el peor día de mi vida por culpa de uno de los oradores. El ambiente previo era el de tantas […]

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Que un hijo termine su formación académica es uno de los momentos más felices en la vida de un padre, pero la reciente graduación de uno de mis retoños estuvo a punto de convertirse en el peor día de mi vida por culpa de uno de los oradores.

El ambiente previo era el de tantas veces: padres y abuelos orgullosos compiten por los puestos más cercanos al escenario, jóvenes luciendo sus mejores galas se hacen selfis mientras se lanzan piropos, a la vez que el bedel y el alumno “enterao” terminan de probar el micro y el proyector.

El acto discurrió, también, como siempre, con los archisabidos discursos de agradecimiento, los ayes por cómo hemos crecido, los chistes internos ante los que los ajenos solo podemos esbozar una sonrisa estúpida y la ronda de aplausos que suben y bajan tras cada nominación e investidura de becas.

Unas dos horas y media después, cuando la mayoría ya no nos sentíamos el trasero y los prostáticos no habían podido evitar manifestar públicamente su dolencia, comenzó el discurso del responsable de la cosa académica. Al acercarse al micrófono, sus ojos brillaban más que los de Michael Scott en The Office en dichas circunstancias. Era su momento y lo sabía. El rollo que estaba dispuesto a soltarnos en honor y gloria propias iba a ser de dimensiones bíblicas. Decidí aprovechar para cerrar los ojos y descansar, pues la prisa por no llegar tarde al acto había impedido llevar a cabo mi tradicional cabezada vespertina. Pero las palabras del ponente no paraban de golpearme: tópicos, dicción irritante salpicada de muletillas, chistes sin gracia, alusiones a temas extemporáneos…

Miré el reloj y el segundero parecía haberse detenido. El hormigueo de la pierna derecha había pasado ya a nivel amputado. El miembro fantasma mandaba, no obstante, señales, pues la rodilla se clavaba con aquel pico de la moldura del asiento delantero. Miré a derecha e izquierda, buscando una posible salida de emergencia, pero la larga fila de invitados a uno y otro lado hacía imposible escapar sin convertirse en el centro de atención del auditorio. La falta de aire acondicionado me provocó una sensación de asfixia y un incómodo exceso de sudoración. Mi corazón empezó a acelerarse hasta niveles críticos. El discurso, que escuchaba ya distorsionado y con eco, continuaba hilando frases inanes: “hemos vivido una pandemia”, “el futuro es vuestro”…

«¡Bastaaaaaa» –grité mientras me ponía de pie en la butaca a duras penas (les recuerdo que a estas alturas era médicamente cojo)–. «¡Por Dios, no puedo más! ¡Acabe ya, por favor!» –exclamé ante la mirada atónita de mi mujer y mi suegra–. Todo el público se volvió hacia mí, gustoso, dejando a un lado el móvil que llevaban un rato consultando, pues por fin pasaba algo interesante en la última media hora.

«¡No hay derecho! –continué–. Hemos venido aquí a celebrar una fiesta, a pasar un rato alegrándonos con nuestras familias por los logros conseguidos por nuestros hijos. Pero usted ha aprovechado que somos un público cautivo, que por educación y por respeto a nuestros hijos aguantamos lo que haga falta, para largarnos un rollo insoportable. Que sepa que es indigno que una persona como usted, que representa a una institución educativa, tenga tan poca educación como para no haber preparado mínimamente unas palabras que digan algo. ¡Acabe ya, por Dios!».

No había terminado de sollozar esta última frase cuando el apoyo de la pierna tonta falló y caí desde la parte alta del salón de actos en la que estaba sentado a la platea. El susto de la caída me despertó de un golpe coincidiendo con el aplauso que el público, ajeno a mi ensoñación, brindaba al orador que acababa de terminar su discurso.

Aproveché para ponerme en pie e irrigar, esta vez de verdad, mis extremidades inferiores a la vez que aplaudía, con lágrimas en los ojos, el fin de aquel inolvidable discurso. La octogenaria que estaba sentada a mi lado, acompasando sus palmas con codazos a mi barriga, me soltó un irónico “en tiempo de melones, cortos los sermones”.

Y esta era, en definitiva, la frase en la que yo quería inspirar hoy mi artículo en torno a las homilías, pero se me ha acabado el espacio. Así que no tengo más que decir. Solo que si este verano, en Misa, durante la predicación, ven a un señor ponerse de pie sobre el banco y gritar “¡Bastaaaaaa!”, no me hagan caso. Es solo un sueño.

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Sin mascarillas https://www.omnesmag.com/firmas/sin-mascarillas/ Sat, 01 Jul 2023 05:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=32150 El fin de la obligatoriedad de las mascarillas en los hospitales, centros sanitarios, residencias de mayores y farmacias visibilizará el final de la pesadilla pandémica, pero aún nos quedan muchas máscaras por quitar. Y es que cada persona tiene su máscara, una careta que la separa de los demás y que impide que se sepa […]

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El fin de la obligatoriedad de las mascarillas en los hospitales, centros sanitarios, residencias de mayores y farmacias visibilizará el final de la pesadilla pandémica, pero aún nos quedan muchas máscaras por quitar.

Y es que cada persona tiene su máscara, una careta que la separa de los demás y que impide que se sepa quién es en realidad. Enseñamos una parte de nosotros mismos, y ocultamos otra, la que nos parece que no nos conviene revelar. La propia palabra “persona” deriva del término que designaba, en el mundo clásico, las máscaras con las que los actores cubrían sus rostros. Un mismo actor podía interpretar distintos papeles, por lo que la palabra pasó a designar a cada uno de los «personajes» del gran teatro del mundo, a cada ser humano.

Las máscaras, como las mascarillas en estos tres años, nos protegen de un mundo hostil. Son una barrera frente a las agresiones externas, pero a la vez dificultan la comunicación, el entendimiento, la comunión. ¿A quién no le ha pasado que, después de conocer a una persona durante la pandemia, le ha resultado difícil reconocerla luego cuando la vio sin mascarilla? Cuando solo podíamos ver la frente y los ojos de nuestro interlocutor, nos imaginábamos el resto de la cara según nuestro criterio, sin datos objetivos. Para nosotros, esa persona era así, tal y como nuestro cerebro nos lo presentó, por lo que luego nos costaba trabajo reconocer a la misma persona con una cara distinta. «No puede ser, esta no es la persona que yo conocía», pensamos, cuando la única verdad es que esa persona siempre fue así y por eso continúa siendo tal como era antes del covid. Lo único que ha cambiado es nuestra percepción.

¡Cuántos malentendidos pasan por no haber sabido leer bien a la otra persona! Cuando nos falta información, conocimiento real del otro, rellenamos los huecos con los prejuicios que cada uno construimos en torno a él, para bien o para mal. Así, juzgamos con severidad a esa amiga poco sonriente que en realidad arrastra un dolor del que no tenemos ni idea, o nos enamoramos perdidamente del egoísta que se esconde tras la máscara aparentemente inofensiva de la timidez.

Tapamos lo malo porque creemos que nadie nos va a querer así, cuando lo cierto es que manifestar nuestra vulnerabilidad nos hace más amables, en su sentido original de posibilidad pasiva del verbo amar. Es más fácil creer y, por tanto, querer al débil, al que no va de nada de lo que no es, al que se presenta como uno más, tan falible como cualquier otro; que al que aparenta no tener fallos, porque es de sentido común y de humanidad no ser siempre perfectos.

Es bueno tener esto en cuenta a la hora de manifestar nuestra fe en el mundo de hoy, como cristianos de a pie y como Iglesia institución. Flaco favor hacemos al mensaje de Jesús cuando tratamos de presentarnos como perfectos, cuando tratamos de ocultar nuestros defectos, cuando nos ponemos la máscara de fieles seguidores del Resucitado cuando en realidad somos pobres siervos que, solo a veces, y solo contando con la asistencia divina, podemos hacer lo que el Señor nos manda. Porque, «cuando soy débil», dirá san Pablo, «entonces soy fuerte».

Esto lo sabían bien los primeros cristianos y, por eso, los Evangelios no tienen apuro en presentar las debilidades incluso de los miembros más distinguidos de la Iglesia: el Papa (Pedro, el renegado) y los obispos, como el apóstol santo Tomás, cuya fiesta celebramos hoy y que fue ridiculizado ante todos por su incredulidad.

¿Diríamos hoy que los pecados de Pedro o de Tomás fueron un escándalo que impidieron llevar a los hombres a la fe? Obviamente, no solo no fueron un escándalo, sino que todavía hoy estas debilidades de los seguidores de Jesús son un criterio de historicidad de los Evangelios, porque hacen creíble la historia. Si hubiera pretensión de mentir, los evangelistas habrían tratado de maquillar la historia a su favor, no en
contra.

¿No será que, con la excusa de no escandalizar, lo que queremos hoy es conservar nuestra imagen en un ejercicio farisaico de soberbia y vanidad quitándole a Dios su protagonismo? ¿No nos damos cuenta de que, con la mascarilla, los que tendrían que ver nuestro rostro real rellenan los huecos de información y nos imaginan mucho más feos de lo que ya somos en realidad?

Perdamos el miedo a manifestarnos pecadores, a mostrarnos como pueblo débil y necesitado de la gracia divina. Perdamos el miedo a quitarnos la máscara que nos separa del resto de hombres y mujeres para mostrarles quién es Dios y quiénes somos nosotros realmente y para que vean que «la fuerza se realiza en la debilidad».

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Miedo ambiente https://www.omnesmag.com/firmas/medio-ambiente/ Thu, 15 Jun 2023 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=31832 Todavía hay quien piensa que el mensaje del Evangelio se basa en el discurso del miedo: “Cree o te condenarás”. Sinceramente, no creo que el temor produzca conversiones sinceras. Si acaso, una doble moral. Es lo que pasa hoy con cierto discurso ecológico. Fue hace solo unos días cuando me sorprendió la noticia del lanzamiento […]

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Todavía hay quien piensa que el mensaje del Evangelio se basa en el discurso del miedo: “Cree o te condenarás”. Sinceramente, no creo que el temor produzca conversiones sinceras. Si acaso, una doble moral. Es lo que pasa hoy con cierto discurso ecológico.

Fue hace solo unos días cuando me sorprendió la noticia del lanzamiento de un videojuego de éxito cuyo mensaje principal es el de que «nosotros somos la gran amenaza para la naturaleza». Seguramente la intención de los creadores del juego es la mejor, tratando de concienciar a las nuevas generaciones sobre la importancia del cuidado de la creación. Un llamamiento al que la Iglesia se viene sumando desde hace décadas, por cierto, con el magisterio social de los últimos papas y, de forma más extensa, recientemente, con la encíclica Laudato Si’ de Francisco. No obstante, me preocupa el hecho de que se presente a los jóvenes el cuidado del planeta como una lucha contra el ser humano, una especie de monstruo al que hay que exterminar. Diciendo que nosotros somos la gran amenaza para la naturaleza, estamos dejando a la humanidad fuera de ella, como si hombres y mujeres no fuéramos, de hecho, los seres más maravillosos que hayan existido jamás sobre la faz de la tierra, la obra más bella, improbable e increíble que haya podido dar de sí el polvo de estrellas del que estamos hechos. Capaces, sí, del mal, pero infinitamente más del bien.

Proteger la naturaleza pasaría por poner a salvo, en primer lugar, su mayor valor: el ser humano. Sin embargo, hoy, la especie humana vale menos que otras muchas. Los gobiernos subvencionan a la vez planes para la conservación de animales y plantas y prácticas para la eliminación de vidas humanas (precisamente en sus estadios más frágiles). Se promueven sentimientos de solidaridad con mascotas abandonadas y se silencia el abandono social de millones de personas que viven en condiciones infrahumanas, cuando no se les culpabiliza por existir.

Volviendo al discurso del miedo para evangelizar, hay que decir que claro que existe el infierno y que claro que podemos condenarnos; pero no conozco a ningún cristiano que haya llegado a la fe huyendo de nada, sino atraído por un mensaje, seducido por una verdad que ve confirmada en su corazón, enamorado en definitiva de una Persona: Jesucristo. Como nos recuerda el sabio Benedicto XVI en Deus Caritas Est, es el evangelista Juan quien «nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él»». Unos versículos después, el texto nos recuerda que «no hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor tiene que ver con el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor».

Quien se dice cristiano solo por miedo al castigo no ha descubierto la grandeza del amor. El que más, tratará de «ser bueno» en un ejercicio de voluntarismo muy alejado de la respuesta desinteresada a la gracia a la que nos invita el Señor. El que menos, tratará de guardar las apariencias con una doble vida, limitándose a mantener limpio lo que ve la suegra, como si Dios no pudiera conocer lo que escondemos bajo la alfombra.

A los profetas de calamidades que utilizan el «miedo ambiente» contra el ser humano yo les invitaría a ver que la emergencia climática no va a desaparecer por mucho flagelarnos mientras jugamos videojuegos. Un sector, por cierto, considerado como uno de los principales contribuyentes al calentamiento global, pues su elevado consumo energético provoca masivas emisiones de CO2 a la atmósfera. Solo en EE. UU., la energía consumida por los videojuegos equivale a las emisiones de 5 millones de coches. Lo dicho, doble moral.

¿Cómo responder entonces al «desafío urgente de proteger nuestra casa común» que nos pide Laudato Si’? Pues no tanto con amenazas apocalípticas ni discursos contra el hombre, sino a favor del hombre; promoviendo no una huida desbocada e insolidaria, sino una verdadera «conversión ecológica» como la que nos pidió Juan Pablo II. Una conversión por atracción que pasa por enamorarnos cada vez más del ser humano, de los más débiles en particular, llevándonos a una ecología no farisea sino integral. Cuidamos el planeta porque queremos cuidar la vida de nuestros hermanos en esta y en futuras generaciones.

Conviene recordar las palabras de Juan XXIII en el discurso de apertura del Concilio Vaticano II cuando, frente a los «avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente», lanzó un mensaje de esperanza recordando la acción de la Providencia que actúa «por encima de las mismas intenciones de los hombres», una realidad que descubrimos «cuando se considera atentamente el mundo moderno, tan ocupado en la política y en las disputas de orden económico que ya no encuentra tiempo para atender a las cuestiones del orden espiritual».

Y es que somos polvo de estrellas, sí, pero espirituales.

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Natalidad https://www.omnesmag.com/firmas/natalidad/ Thu, 01 Jun 2023 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=31487 Charlando el otro día con un amigo que acaba de ser padre, calculamos que, de haber tenido los beneficios sociales de los que están disfrutando él y su mujer por tener un hijo, el Estado nos debe –a mí, a mi esposa y a toda la familia– más de dos años de baja laboral. Me […]

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Charlando el otro día con un amigo que acaba de ser padre, calculamos que, de haber tenido los beneficios sociales de los que están disfrutando él y su mujer por tener un hijo, el Estado nos debe –a mí, a mi esposa y a toda la familia– más de dos años de baja laboral.

Me parecen bien todos los beneficios que se den desde las administraciones para ayudar a las familias, sobre todo en los primeros años de vida de los hijos, pero vaticino que hará falta algo más que estímulos laborales o económicos si queremos salir del invierno demográfico en el que nos hemos metido.

Y es que, no lo olvidemos, la popularización de los anticonceptivos y el uso del aborto como un método más a finales del siglo XX supuso un cambio de paradigma en lo más profundo de la identidad humana. Los hijos dejaron de ser un regalo sorpresa que nos deparaba (o no) la vida, para convertirse en un objeto al que se accedía solo si entraba en los planes de los padres.

Empezaron, pues a nacer personas por encargo destinadas a satisfacer los deseos humanos más dispares. Quizá usted que me lee fue en su día para sus padres una persona-peluche, una persona-espejo o una persona-parejita. Y obviamente, cosas de la vida, quizá usted no satisfizo para nada los deseos de sus padres pues, en el primer caso su carácter es arisco y olvida siempre llamarlos por su cumpleaños; en el segundo caso, no siguió la carrera de su padre ni quiso heredar el negocio de su madre; y, en el tercer caso, resultó ser del mismo sexo que el primer retoño, fastidiando a uno de sus dos progenitores.  

Los hijos, vengan como vengan, tienen la maldita costumbre de no indicar previa y detalladamente sus especificaciones, como corresponde a cualquier buen producto de Amazon. Muchísimos salen rana y hacen no lo que el solicitante quiere, sino lo que les parece a ellos. Ya ni siquiera se hacen cargo de los padres cuando les llega la hora de ser cuidados, lo que en justicia compensaba el esfuerzo de criarlos. 

Entonces, ¿para qué ser padres?, ¿cómo motivar a las parejas a apostar por la vida? Para responder a esta pregunta no hay más que retroceder unas décadas en el tiempo y analizar lo que pasó en la época en la que fuimos concebidos los llamados baby boomers, los hijos de la explosión demográfica posterior a la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué tenían nuestras familias para que la natalidad experimentase un boom de tal calibre? Ciertamente, la pujanza económica ayudó, pero hoy somos mucho más ricos que entonces y todo nos parece poco. Lo que realmente animaba a las familias a no tenerle miedo a los hijos era no tenerle miedo al mañana. El hecho de haber dejado atrás las guerras, hizo que la sociedad mirara hacia delante con ilusión, ya que cualquier tiempo futuro sería siempre mejor que el infierno bélico. Un embarazo era un motivo de alegría porque se consideraba un bien para la familia, para el pueblo, para la sociedad.  

No eran condiciones especialmente buenas en lo económico ni en lo laboral, muchos trabajaban de sol a sol o tuvieron que emigrar, pero había esperanza. En un discurso reciente, el Papa acaba de afirmar precisamente que: «si nacen pocos niños significa que hay poca esperanza», denunciando que las jóvenes generaciones «crecen en la incertidumbre, cuando no en la desilusión y el miedo. Viven en un clima social en el que fundar una familia se está convirtiendo en un esfuerzo titánico, en lugar de ser un valor compartido que todos reconocen y apoyan».

He sido testigo en unas cuantas ocasiones de cómo la gente no tiene reparo en afearle a una madre joven, orgullosa, con su precioso bebé en brazos, el hecho de traerlo al mundo por “lo mal que están las cosas y el mucho trabajo que dan”.

Un bebé es una bofetada al amargamiento general que nos invade, al supuesto progreso con cara de vinagre; es una pedorreta en la cara de los profetas de calamidades; es un grito de esperanza en medio de un mundo ensimismado en darse gusto sin caer en que el hombre y la mujer se realizan en el servicio, en la donación a los otros y al mundo entero.

Un hijo es una pancarta que dice NO al consumismo, NO al individualismo, NO a la pérdida de los vínculos humanos, NO al suicidio colectivo en el que nos hemos embarcado como sociedad hastiada de bienes terrenales, pero sin nada que esperar, sin un sentido común.

Urge volver a los valores intangibles y espirituales, esos que nos hicieron salir de la cueva y progresar como especie mirando hacia adelante, sin miedo al futuro, empujándonos unos a otros como tribu. ¿Quieren hijos? Busquen la fuente de la esperanza que no falla. Vale más que todo el oro del mundo.

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Mi rebaño https://www.omnesmag.com/firmas/mi-rebano/ Mon, 15 May 2023 05:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=30988 Los seres humanos somos gregarios por naturaleza. Tenemos la necesidad de integrarnos en un grupo con el que compartamos algo: identidad, valores, intereses…. El problema está cuando esos bandos se convierten en cárceles ideológicas que impiden el diálogo. El más claro ejemplo de ello lo encontramos en el panorama político, donde los partidos explotan el […]

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Los seres humanos somos gregarios por naturaleza. Tenemos la necesidad de integrarnos en un grupo con el que compartamos algo: identidad, valores, intereses…. El problema está cuando esos bandos se convierten en cárceles ideológicas que impiden el diálogo.

El más claro ejemplo de ello lo encontramos en el panorama político, donde los partidos explotan el “nosotros” frente a todos los demás, fomentando un efecto de centrifugado que ha dado lugar al actual clima de polarización.

Se juzga al contrario por ser contrario, se analiza hasta el último gesto buscando defectos que nos reafirmen en porqué no somos de ese otro grupo, mientras que sus virtudes, por fastidiosas, tratamos de minimizarlas.

Hombres contra mujeres, jóvenes frente a mayores, conservadores versus progresistas, madridistas frente a culés, creyentes cara a cara con agnósticos… Tienes que definirte, tienes que afiliarte ¿de qué grupo eres y contra quién estás?

Nos informamos en los medios de comunicación y con los comunicadores que coinciden con nuestro punto de vista, porque cuando cambiamos de marca nos incomodamos.

Nos gustan los compartimentos estancos, encapsular a las personas, porque así se simplifican nuestras relaciones. Si vas a Misa, entonces eres de derechas, homófobo y taurino; si luces rastas, entonces eres de extrema izquierda, animalista y fumas marihuana; si eres joven, solo te interesan las redes sociales, eres proabortista y no sabes lo que es trabajar; y si eres mayor, no te enteras de nada y solo piensas en el dinero. Los prejuicios nos hacen la vida más fácil porque nos ahorran pensar, pero lo cierto es que no son verdad. No conocemos a una persona hasta que no hablamos con ella, conocemos su historia, sus circunstancias, sus motivaciones y sus miedos, y muchas veces nos sorprendemos cuando, después de una conversación con aquella persona que nos caía mal, descubrimos a alguien con quien nos encantaría pasar más rato o incluso toda una vida, como me pasó a mí con la que hoy es mi mujer.

En su mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales que celebraremos el próximo domingo, el papa Francisco nos invita precisamente a fomentar una comunicación abierta y acogedora, y nos anima a ejercitarnos en la escucha «que requiere espera y paciencia, así como la renuncia a afirmar de modo prejuicioso nuestro punto de vista. (…) Esto lleva a quien escucha a sintonizarse en la misma longitud de onda, hasta el punto de que se llega a sentir en el propio corazón el latido del otro. Entonces se hace posible el milagro del encuentro, que nos permite mirarnos los unos a los otros con compasión, acogiendo con respeto las fragilidades de cada uno, en lugar de juzgar de oídas y sembrar discordia y divisiones».

El mayor peligro de encasillarnos pensando que los míos son los buenos y los otros son los malos está cuando no somos capaces de ver a los malos de dentro o a los buenos de fuera porque nos descoloca.

El mal es más inteligente que cualquiera de nosotros, sabe moverse bien de bando y no tiene ningún reparo en cambiarse a su antojo. El fascista que justificaba el exterminio de personas con síndrome de Down por el bien de la raza aria ahora lo hace por la defensa de la mujer bajo la bandera del derecho a decidir y el progresismo; el censor que decidía antes qué se podía decir o no públicamente para defender los valores de regímenes dictatoriales, ahora hace lo mismo en favor de la cultura woke; el pederasta que se metía a cura para estar cerca de los niños ahora se hace entrenador de fútbol base o funda una ONG; quien humillaba a los homosexuales por el mero hecho de serlo, ahora trata con desdén a las familias tradicionales; el señor feudal que ejercía sus injustos privilegios sobre el pueblo lo hace ahora como burgués republicano; la alcaldesa corrupta de derechas cede su asiento tras las elecciones a una alcaldesa corrupta de izquierdas… y así podríamos seguir con una lista infinita de males que no son propios de unos u otros grupos, sino de la especie humana.

Cuando el bien o el mal se relativizan dependiendo de en qué bando estén, perdemos uno de los mayores regalos, quizá el mayor, que Dios nos dio, el de la libertad porque terminamos aceptando el mal o rechazando el bien ante la presión del rebaño.

Seamos astutos como serpientes para no ver a los demás en blanco y negro, sino en la infinita gama de colores que nos es propia. Solo así podremos detectar el mal propio y el bien ajeno, porque en realidad estamos todos en el mismo grupo: el de la gran familia humana herida, eso sí, por el mal desde el principio.

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Mayo de Muerte y Resurrección https://www.omnesmag.com/firmas/mayo-muerte-y-resurreccion-cruz/ Wed, 03 May 2023 05:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=30674 En la Cruz, Jesús llevó a cabo el mayor acto de amor realizado jamás por un ser humano y, para hablar de amor, siempre es buen momento ¿No crees?  El mes de mayo nos ofrece diversas oportunidades de reflexionar sobre el amor tan grande que nos ha tenido Dios y que ha manifestado en la […]

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En la Cruz, Jesús llevó a cabo el mayor acto de amor realizado jamás por un ser humano y, para hablar de amor, siempre es buen momento ¿No crees? 

El mes de mayo nos ofrece diversas oportunidades de reflexionar sobre el amor tan grande que nos ha tenido Dios y que ha manifestado en la Cruz. 

La Cruz

Por un lado, las cruces de mayo, una manifestación de religiosidad popular que cuenta con honda tradición y gran auge aún tanto en España como en Hispanoamérica. Cruces decoradas con flores en cada calle o plaza ofrecen este doble aspecto de la cruz, como lugar de muerte y de vida, de dolor y de gozo, de oscuridad y de luz y color. El origen de esta fiesta hay que buscarlo en la celebración, el 3 de mayo, de la fiesta de la Invención (descubrimiento) de la Santa Cruz.

En este día, se conmemora la aparición de la verdadera cruz de Cristo, junto a otras dos, en las excavaciones que dirigió Santa Elena, madre del emperador Constantino, en Jerusalén. Una cruz que estos días ha vuelto a salir a la palestra puesto que la Santa Sede ha donado dos pequeños fragmentos de ella, como gesto ecuménico con ocasión del centenario de la Iglesia Anglicana de Gales. Estas reliquias del denominado Lignum Crucis, se incorporarán a la cruz que presidirá esta misma semana la celebración de la consagración de Carlos III como nuevo rey de Inglaterra.

Año Santo Jubilar

Asimismo, en este tiempo pascual, ha tenido lugar la apertura del Año Santo Jubilar en Liébana, cuyo monasterio de Santo Toribio ha sido lugar de peregrinación a lo largo de los siglos precisamente por custodiar, ni más ni menos que el fragmento de Lignum Crucis de mayor tamaño del mundo.

Hasta el 16 de abril de 2024, tenemos la oportunidad de unirnos a los miles de peregrinos que acudirán a ganar el jubileo en este año tan especial, venerando esta reliquia que nos habla de amar hasta dar la vida, de dar la vida amando.

The Mystery Man

Finalmente, hasta el 30 de junio, la Catedral de Guadix, en la provincia de Granada, acoge la exposición “The Mystery Man” que ofrece de nuevo una oportunidad única de reflexionar sobre esta dualidad muerte-vida a través de un acercamiento único a la figura del ajusticiado cuya imagen aparece en la Sábana Santa.

Sea o no Jesús ese “hombre misterioso” de la síndone, lo cierto es que la muestra está diseñada para acercarnos a los misterios centrales de nuestra fe: la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Tuve la ocasión de visitarla recientemente y, tras una introducción en la que se sumerge al visitante en la forma en la que Roma ajusticiaba a los condenados a la pena de cruz, pude conocer a través de detallados paneles y audioguías, la historia de la sábana santa, su influencia en la iconografía cristiana de todos los tiempos, y las grandes incógnitas de una imagen cuya formación la ciencia no ha logrado aún explicar.

El momento culminante de la visita llega cuando puedes ver de cerca una escultura hiperrealista, con pelos y señales, del hombre de la sábana santa pudiendo contemplar cada herida, cada llaga, cada mancha de sangre. Mi sensación, como espectador, fue muy distinta a la que se siente ante las múltiples y bellísimas imágenes devocionales que se veneran en nuestras iglesias y capillas con títulos como Santísimo Cristo de… o Nuestro Padre Jesús de…

Saber reconocer

El hecho de no poner nombre a este hombre misterioso, cuyos signos de martirio coinciden plenamente con los que nos relatan los evangelios, me hicieron acercarme mucho mejor a la humanidad de Jesús y preguntarme: ¿Habría reconocido yo a Dios en Jesús si me lo hubiera encontrado en vida cara a cara o me habría parecido “uno de tantos”, como dice San Pablo en su famoso himno de la Carta a los Filipenses? Y con la pregunta, una denuncia: ¿por qué no soy capaz de ver a Dios y de sentir la devoción que merecen los cristos de carne y hueso en los que Él aseguró que se encarnaría cuando dijo aquello de “tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber…”? 

En un mensaje con motivo de la ostensión de la Sábana Santa en 2013, el papa Francisco incidió en esta idea afirmando que «este rostro desfigurado se asemeja a tantos rostros de hombres y mujeres heridos por una vida que no respeta su dignidad, por guerras y violencias que afligen a los más vulnerables… Sin embargo, el rostro de la Sábana Santa transmite una gran paz; este cuerpo torturado expresa una majestad soberana. Es como si dejara trasparentar una energía condensada pero potente; es como si nos dijera: ten confianza, no pierdas la esperanza; la fuerza del amor de Dios, la fuerza del Resucitado, todo lo vence».

Es con esta esperanza con la que me quiero quedar en este mes de mayo de Muerte y Resurrección. Porque la Cruz valió la pena.

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IA: Ineptitud Artificial https://www.omnesmag.com/firmas/ia-ineptitud-artificial/ Tue, 18 Apr 2023 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=30347 Charlar un rato con ChatGPT es una experiencia alucinante. Este modelo de inteligencia artificial (IA) tiene respuestas para todas las preguntas imaginables, aunque no para las fundamentales. Y me explico: el robot parlanchín sabe absolutamente todo de absolutamente cualquier tema que le quieras proponer y es capaz de mantener una conversación interesante, entretenida y educada, […]

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Charlar un rato con ChatGPT es una experiencia alucinante. Este modelo de inteligencia artificial (IA) tiene respuestas para todas las preguntas imaginables, aunque no para las fundamentales.

Y me explico: el robot parlanchín sabe absolutamente todo de absolutamente cualquier tema que le quieras proponer y es capaz de mantener una conversación interesante, entretenida y educada, con su pizca de sal, durante todo el tiempo que uno desee, pero llega un momento en el que comienza a responder con evasivas y a remitir a un conversador humano y eso es cuando las preguntas tienen que ver con las grandes cuestiones que toda persona tiene que plantearse: ¿Quién soy? ¿Tiene sentido todo esto? ¿Por qué debe importarme mi prójimo?

El debate sobre la IA no ha hecho más que empezar y son muchos los retos que nos plantea. Su rápido desarrollo y sus insospechados limites han llevado a algunos a solicitar incluso una moratoria en su implementación para evitar los posibles riesgos de una tecnología que no terminamos de controlar.

Sin ir más lejos, la llamada cuarta revolución industrial que la IA traerá consigo hará que desaparezcan miles de puestos de trabajo pues las tareas que en la actualidad realizamos muchos millones de seres humanos podrán ser realizadas con mucha más rapidez y eficacia por un ordenador.  

Lo cierto es que la IA nos gana en capacidad de cálculo, en análisis de datos y en memoria; pero su supuesta inteligencia se vuelve ineptitud cuando trata de ser auténticamente humana, cuando sus respuestas no se miden en términos de exactitud o eficiencia, sino en otros como la empatía, la compasión o la trascendencia.

La inteligencia artificial no es más que la sublimación del modelo individualista, materialista y competitivo de nuestra sociedad. Como cuando aquel mítico Deep Blue de IBM venció al campeón mundial de ajedrez Garri Kasparov, los modelos actuales y futuros de inteligencia artificial lo único que buscan es ganar a toda costa. En realidad, si lo pensamos bien, solo están jugando una partida contra nosotros que, más tarde o más temprano, conforme sigan aprendiendo, acabarán ganando. Ganar, ganar y ganar, ese es el sentido de su existencia.

Para los algoritmos, lo más parecido a nuestro concepto de felicidad es la victoria frente al competidor, pero ¿es eso lo más humano? Y esta reflexión me lleva a la pregunta: ¿Son las máquinas las que se parecen cada vez más a los hombres o somos los hombres los que nos estamos comportando cada vez más como máquinas?

Nuestra sociedad del descarte deja fuera de su ecuación todo lo que no sirva para lograr la victoria del superhombre nietzscheano “liberado” ya por fin del yugo de Dios. Trata de avanzar a toda costa, sin importar quién se quede en el camino, pues el otro al fin y al cabo no es más que un mero competidor. Su objetivo: ganar a toda costa y cueste lo que cueste, aunque ello implique despejarse a los débiles y romper lazos familiares y comunitarios.

Ojalá el debate sobre la inteligencia artificial nos lleve a aprender algo de las máquinas. Ellas nos enseñan que el futuro de la humanidad, si seguimos su camino, será frío y solitario como lo son ellas. Y que, cuando alguno de nosotros consiga abatir a todos sus contrarios su única  satisfacción será poder decirse a sí mismo (no tendrá con quien compartirlo): Game Over.

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El mejor plan de Semana Santa https://www.omnesmag.com/firmas/semana-santa-mejor-plan/ Sat, 01 Apr 2023 05:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=29841 Llega la Semana Santa y, a pesar de la crisis financiera, la inflación y la tensión internacional, el sector hotelero se frota las manos ante el esperado lleno que se augura. Son muchos millones los que viven con pasión la Semana Santa, y otros muchos los que viven “de” la Semana Santa. Estos días en […]

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Llega la Semana Santa y, a pesar de la crisis financiera, la inflación y la tensión internacional, el sector hotelero se frota las manos ante el esperado lleno que se augura. Son muchos millones los que viven con pasión la Semana Santa, y otros muchos los que viven “de” la Semana Santa. Estos días en que los cristianos celebramos los misterios centrales de nuestra fe son aprovechados por un sector tan importante como el hostelero para hacer caja y revitalizar así la tan maltrecha economía. 

Hoteles, medios de transporte, restaurantes, terrazas y bares ajustan su oferta a la alta demanda ofreciendo una amplia selección de sus servicios para la que se prevé como la Semana Santa más cara de toda la historia. Ojalá esto se traduzca también en más puestos de trabajo y en mejores condiciones para los empleados y proveedores. 

Son muchas las recomendaciones que estos días publica la prensa y comparten los influencers: lugares de ensueño, ofertas increíbles, chollos espectaculares… También yo tengo mi particular recomendación para esta Semana Santa: se trata del destino más acogedor, que cuenta con el mejor ambiente, con la mejor de las comidas y con el precio más económico que se puede encontrar en el mercado. Y, lo más importante: cada año salgo más satisfecho y con mayor sensación de descanso, alegría y gozo. Se trata, cómo no, de la Iglesia.

Disfrutar junto a la comunidad cristiana de la Semana Santa es ese sitio secreto que no te cuentan las guías turísticas, ese lugar escondido que no sale en las cuentas de las instagramers más famosas.

Mientras la mayoría disfruta de los días de descanso, de la gastronomía, del sol, de las playas o de la oferta cultural que son también nuestras manifestaciones públicas de fe, los cristianos celebramos e invitamos a todos a celebrar con nosotros, unos acontecimientos trascendentales que, bien vividos, nos pueden cambiar la vida. Comenzando por el Domingo de Ramos en el que, tras una manifestación gozosa al grito de “Hosanna, Bendito el que viene en nombre del Señor”, proclamamos de forma solemne la pasión y muerte del Señor. Este día hacemos presente nuestras contradicciones: decimos querer a Dios, pero a la hora de la verdad, no nos interesa su propuesta. 

El Triduo Pascual

Será todavía tiempo de Cuaresma (pues esta no finaliza hasta el Jueves Santo), un tiempo de penitencia que sirve precisamente para eso, para darnos cuenta de nuestra debilidad, de nuestra falta de fe, de nuestra necesidad de ser redimidos para poder así anhelar la salvación que se hará efectiva en los días grandes. Como el aperitivo en esa terraza soleada nos prepara para el mejor almuerzo, el Domingo de Ramos nos pone a tiro el Triduo Pascual. 

El Jueves Santo, primer día del Triduo, llega el mejor de los menús degustación. Ningún estrella Michelín, por muy saludable que sea su carta, ofrece un alimento que dé la vida eterna. Y en este día nos lo preparan en directo, delante de nuestros ojos en la Misa “in coena domini”. 

Pan y vino del cielo que nos llevan a amar y a servir. Pocos pueblos o rincones turísticos pueden presumir de ser tan acogedores como la comunidad cristiana. En este Día del Amor Fraterno nos acordamos de los millones de personas a quienes la Iglesia presta su ayuda: inmigrantes, personas en riesgo de exclusión, mayores, mujeres solas, niños… Y nos sentimos especialmente unidos a nuestros hermanos de comunidad parroquial, de movimiento, de cofradía o hermandad, porque si hay un pueblo donde los visitantes pueden sentirse como en casa ese es el Pueblo Santo de Dios.

Por otra parte, ningún spa ni tumbona en la playa puede proporcionarnos el descanso que nos ofrece el Viernes Santo. Son muchas las cargas que acumulamos en nuestra vida, las cruces que nos han tocado llevar: enfermedades, problemas familiares, pérdidas de seres queridos, incertidumbres económicas… En los oficios del Viernes Santo dejamos nuestra pesada mochila a los pies del Calvario. Saberse acompañado en el sufrimiento por el mismo Dios y por su madre, la Virgen, es un consuelo incomparable. 

Y tras el esperanzado paréntesis del Sábado Santo, la gran Vigilia Pascual, la noche que da sentido a nuestra vida. El gran fin de fiesta donde celebramos que Dios es fiel a sus promesas y nos libra de la esclavitud del faraón, de la muerte que nos acecha. ¿Habrá mayor alegría? Y lo mejor de todo: ¡de forma absolutamente gratis! Dios no pide nada a cambio, no necesita nuestro esfuerzo, ni nuestras buenas obras. Se da por puro amor a cada uno de nosotros. No hay mejor final para una semana de ensueño: sentirse querido hasta lo más profundo de tu ser, hasta lo más oscuro de tu debilidad.

En la casa de Dios

En esta santa semana, Dios nos invita de nuevo a disfrutar en su casa de todos sus dones: del mejor aperitivo, de la mejor de las comidas, de la mejor compañía, del mejor descanso y de la mejor de las fiestas y todo ello sin pagar. Es el “simpa” del que ya nos habló Isaías cuando cantaba: 

«Oíd, sedientos todos, acudid por agua; venid, también los que no tenéis dinero: comprad trigo y comed, venid y comprad, sin dinero y de balde, vino y leche. ¿Por qué gastar dinero en lo que no alimenta y el salario en lo que no da hartura?».

Feliz Semana Santa.

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Día del Seminario https://www.omnesmag.com/firmas/dia-del-seminario/ Wed, 15 Mar 2023 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=29544 Tal día como hoy del año 1660 fallecía en París Santa Luisa de Marillac. Siendo adolescente, quiso ser monja, pero su mala salud se lo impidió, por lo que se casó con un hombre con quien compartió 12 años de difícil matrimonio. Al morir su esposo, se consagró al Señor sirviendo a los pobres y […]

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Tal día como hoy del año 1660 fallecía en París Santa Luisa de Marillac. Siendo adolescente, quiso ser monja, pero su mala salud se lo impidió, por lo que se casó con un hombre con quien compartió 12 años de difícil matrimonio. Al morir su esposo, se consagró al Señor sirviendo a los pobres y enfermos, acompañando a San Vicente de Paúl en la puesta en marcha de la Compañía de las Hijas de la Caridad.

Su vida nos enseña que la vocación cristiana es una: la santidad, y que esta se desarrolla en las circunstancias concretas con que Dios se hace presente en la historia de cada uno. Luisa fue santa siendo soltera, casada y consagrada, porque su vida fue un dejarse hacer por el Señor en cada uno de aquellos tres estados.

En los días previos a la festividad de San José, la Iglesia realiza su tradicional campaña por el Día del Seminario. Es tiempo para la reflexión en torno a las vocaciones y para animar a los jóvenes a plantearse su posible llamada al sacerdocio. Desde luego que es importante que surjan vocaciones sacerdotales, pero creo que, sin darnos cuenta, proyectamos cierta predilección por una vocación frente a otras, lo que, en mi opinión, podría ser contraproducente hoy en día.

Hasta hace unos años, en nuestras sociedades sociológicamente católicas, lo normal era casarse. Se consideraba como la llamada natural y muchos llegaban a ella casi sin planteárselo. Conocían a un chico o a una chica, comenzaban a salir y se casaban por la Iglesia porque era lo que todo el mundo hacía. Los que profundizaban en su fe, llegaban a una reflexión más seria en torno a su vocación y sí que podían plantearse el sacerdocio o la vida consagrada. También el matrimonio, pero como lo que es: un sacramento de servicio a la comunidad, un camino de santidad.

Hoy en día las cosas han cambiado mucho. Si en el año 2000 el 75% de las bodas celebradas en España fueron católicas, en 2020 este porcentaje descendió hasta el 10%. Aun así, muchos de esos pocos que todavía acuden a los despachos parroquiales a solicitar el sacramento lo hacen manifiestamente en contra de este, pues no han esperado al enlace para vivir en común y no están dispuestos a aceptar lo que la fe nos revela sobre su sentido y finalidad. En estas circunstancias, el matrimonio cristiano sigue estando hoy muy devaluado en el propio seno de la Iglesia y es normal que siga siendo considerado como una vocación “de segunda”, porque está desdibujado.

En el prefacio de los Itinerarios Catecumenales para la Vida Matrimonial y Familiar del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, el papa Francisco reflexiona sobre esta realidad llamando la atención sobre «que la Iglesia dedica mucho tiempo, varios años, a la preparación de los candidatos al sacerdocio o a la vida religiosa, pero dedica poco tiempo, sólo unas semanas, a los que se preparan para el matrimonio».

Y es que no se nos ocurre ordenar a un muchacho, por mucho deseo y convencimiento que tenga de su vocación sacerdotal, tras darle un cursillo de ocho sesiones o de fin de semana. Tampoco nos imaginamos admitir a una candidata a la vida consagrada, por muy enamorada que esté del carisma de la fundadora, sin un tiempo largo de noviciado y discernimiento vocacional. Pero, para acceder al sacramento matrimonial, basta con llevar a tu novio o tu novia del brazo, acudir a unas charlas y ¡hala, a fundar una Iglesia doméstica para toda la vida según los designios del Señor!

Presentando el matrimonio como una vocación inferior, puesto que se necesita menos preparación o discernimiento para acceder a ella, estamos provocando que muchos accedan engañados, pues mientras que antes las costumbres sociales acompañaban a los esposos, lo que la sociedad actual entiende como vivir en pareja no tiene nada que ver con la familia cristiana. Algunos matrimonios son directamente nulos y otros muchos fracasan pues se cierran a la gracia sacramental.

Pero esta minusvaloración del matrimonio puede cerrar también las puertas a muchos posibles candidatos a la ordenación que pueden no creerse capaces de alcanzar los (supuestamente) superiores requisitos del sacerdocio, decantándose por la siempre más fácil (en apariencia, por desconocimiento) vida matrimonial.

No hagamos distinciones a la hora de presentar a los jóvenes las diferentes formas en las que los puede llamar el Señor. Con las enseñanzas de Santa Luisa de Marillac, en plena campaña del Día del Seminario, alentemos la única vocación cristiana: la santidad, el servicio, la entrega absoluta de la propia existencia… Y que sea Dios el que llame a través de las diferentes formas de vida, que no están tan lejos unas de otras. Nos puede servir también de ejemplo San José, patrón de los seminarios y casado para más señas.

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El sentido de la vida https://www.omnesmag.com/firmas/el-sentido-de-la-vida/ Wed, 01 Mar 2023 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=29138 Esta noche no es como las demás. La luna nueva y las densas nubes de la tormenta que se avecina han dejado el campamento completamente a oscuras. Es como si Dios hubiera apagado las luces del cielo para irse también a dormir. El silencio reina en el llano, junto a la valla fronteriza. Los niños […]

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Esta noche no es como las demás. La luna nueva y las densas nubes de la tormenta que se avecina han dejado el campamento completamente a oscuras. Es como si Dios hubiera apagado las luces del cielo para irse también a dormir.

El silencio reina en el llano, junto a la valla fronteriza. Los niños descansan, exhaustos, pero esta es la noche “D” y quizá no volvería a haber otra oportunidad así para saltar hasta quién sabe cuándo.

–Cariño, despierta, es la hora –susurro al oído de mi esposa que duerme acurrucada a Fátima, nuestra pequeña de 4 años, a la que había cubierto con un plástico para protegerla del rocío.

–¡Voy! ¡Voy! ¡Es la hora! ¡Es la hora! –grita, incorporándose, asustada y desorientada, con la palma de su mano apretándose el pecho, como si tratara de evitar que el corazón, latiendo a mil por hora, le rompiera las costillas. 

–Perdóname, no quería asustarte. ¿Qué te ha pasado? ¿Estabas teniendo una pesadilla?

–¿Una pesadilla? Cualquier pesadilla hubiera sido mejor que esta realidad de mierda.

Al escuchar nuestra conversación, la niña abre sus ojos, aparta la improvisada sábana de plástico para vernos bien, nos dedica una sonrisa y vuelve a cerrarlos, como si nada hubiera pasado.

–Venga, terminad de levantaros, que yo voy a espabilar al resto –prevengo a mi mujer, mientras me dirijo a despertar a las familias vecinas que, a su vez, comienzan a despertarse unas a otras.

No hay mochila que preparar, todo se ha ido quedando por el camino. Nuestras únicas pertenencias son nuestras vidas, que hemos logrado conservar con mucho esfuerzo, y la de nuestras familias. Nuestro único objetivo: cruzar la frontera, la línea que separa la muerte segura, de la vida. Pero no nos lo iban a poner fácil. Somos demasiados y el país se acoge a su “derecho de control migratorio” para justificar la violencia contra quienes, como nosotros planeamos hacer esta noche, tratan de entrar de forma ilegal. En mi familia siempre hemos vivido aquello de que donde comen tres, comen cuatro; pero a algunos parece que no les entra en la cabeza en las actuales circunstancias.

A pesar de que no se ve casi nada y de que todos están obedeciendo las instrucciones sobre la necesidad de ser silenciosos, por la cuenta que les trae, el murmullo provocado por el movimiento de los casi 400 que formamos el grupo puede ser peligroso. Así que corro a buscar a Obama, el jefe del último conjunto de familias que se nos unió, para ver si están listos. A él no le gusta el mote, pero los suyos se lo pusieron por liderarlos al grito de “Sí se puede”. 

–Es la hora, no podemos esperar más – le digo ofreciéndole mi mano para ayudarlo a incorporarse.

–Pero aún estamos cansados –me contesta mientras se pone en pie con cuidado de no despertar a su mujer que descansa a su lado–. Algunos de los nuestros han dormido apenas dos horas después de tres noches.

–Lo sé, pero no nos podemos arriesgar. Las condiciones son óptimas, hay cero visibilidad, casi no puedo verte a ti que te tengo enfrente.

–Lo entiendo, pero no respondo de la fuerza de los míos. Haremos lo que podamos.

–Eso haremos todos, Obama, lo que podamos –le digo, agarrándolo fuertemente de ambos brazos y sacudiéndolo para infundirle ánimos–. Llegar hasta aquí ya ha sido un milagro. Si no venís con nosotros, lo estaréis tirando todo por la borda porque quién sabe cuándo volverá a haber una noche como esta. Además, en caso de no venir, tendríais que retroceder unos kilómetros para que no os descubran una vez hagamos nosotros el salto.

–Para atrás, ni para coger impulso amigo mío –responde con un brillo especial en la mirada– ¡Cuenta con nosotros!

El ataque a la valla lo hemos previsto realizar por la zona de Nahr Saghir, por ser el punto intermedio entre los dos puestos de control más alejados entre sí de todo el cercado. Debemos llegar antes de las cuatro de la madrugada, porque a esa hora los guardias suelen hacer un descanso para tomar café y se espabilan para el resto de la noche. Queremos pillarlos lo más desprevenidos posible, así que nos ponemos en camino sin miedo. El terror del que venimos ha sido tan intenso que jugarse la vida en un salto nos parece un juego infantil. Hay que pasar por ese trance y lo único que queremos es que acabe cuanto antes. 

Así que, en cuanto llegamos, iniciamos la maniobra tal y como habíamos previsto. Dos equipos, provistos de cizallas, se encargan de abrir sendos boquetes en la primera valla de alambre. Para sortear la segunda los más jóvenes han preparado, con chatarra encontrada en los alrededores, dos escalas que han quedado, no obstante, firmes y seguras. El movimiento lo hemos ensayado cientos de veces: subir con rapidez, sin pararse, pero sin empujar. Los primeros en subir colocan unas lonas sobre las concertinas que minimizan su capacidad de corte. Una vez arriba, hay que saltar al otro lado y, agarrándose con fuerza a la valla, bajar hasta una altura desde la que la caída sea aceptable, y, una vez de nuevo en tierra, salir rápidamente para evitar ser aplastados por los que vienen detrás. 

El plan se está cumpliendo a la perfección. En apenas cinco minutos, las primeras familias están ya subiendo las escalas de la segunda valla sin llamar la atención de la policía fronteriza. El apagón de internet a nivel mundial ha inutilizado las cámaras térmicas de videovigilancia y los detectores de movimiento, lo que nos da cierta ventaja. De hecho, es nuestra principal baza. Pero la cosa parece empezar a torcerse porque la tormenta eléctrica ha hecho su temida aparición. Los fuertes relámpagos convierten la noche en día dejándonos vendidos a ojos de los guardias que no tardan mucho en descubrirnos. La alarma comienza a sonar, eso sí, cuando más de la mitad del grupo ha logrado ya pasar al otro lado.

El protocolo estaba claro: una vez pasada la valla, todos teníamos que correr y adentrarnos en la ciudad, sin mirar atrás, para evitar ser devueltos en caliente. Todos menos yo, que tengo que regresar a comprobar cuántos lo conseguimos finalmente y a ayudar a los rezagados. Así que, en cuanto encontramos el primer coche tras el que escondernos, me detengo con mi mujer un instante. 

–¿Estás bien? ¿Tienes algún corte, algún golpe? –le pregunto mientras la niña se suelta de mi mano y corre a abrazarse a las piernas de la madre que la inspecciona de arriba abajo buscando heridas o lesiones.

–No, amor mío, todo perfecto. ¿Y Fátima?

–Fátima ha sido una campeona ¿verdad? Se ha agarrado a mi cuello como ensayamos, tan fuerte como pudo y solo se soltó cuando llegamos abajo y nos pusimos a correr. ¡Cómo corre mamá!

–Claro, papi –responde orgullosa la niña–. De mayor voy a ser corredora para ganar muchas carreras.

–Seguro que sí, mi amor, serás campeona olímpica, ya verás –le responde la madre abrazándonos y besándonos a los dos–. Gracias a Dios que estamos todos bien. 

–Sí, gracias a Dios, pero dejémonos de charlas y separémonos. No estaréis seguras del todo hasta que lleguéis a la ciudad. 

–No te preocupes, cariño, ya sabemos adónde tenemos que ir. Nos veremos allí dentro de un rato. Sé que tienes que volver, pero, por favor, no arriesgues más de lo necesario.

–Te prometo que vuelvo enseguida, preciosa –le digo mientras la abrazo– ¿Te he mentido alguna vez? .

Mientras las dos mujeres de mi vida corren hacia los callejones de la ciudad, me vuelvo hacia la valla, donde el humo de los gases lacrimógenos iluminados por los potentes focos de los 4×4 policiales hacen que la brecha que habíamos logrado abrir en la valla pareciera la mismísima puerta del infierno. Por el camino, me voy cruzando con varios supervivientes. Algunos corren solos, otros en parejas o en pequeños grupos. Unos lloran de miedo, otros se quejan de algún golpe, pero todos los rostros delatan la alegría de haber logrado salvar su vida.  

Óscar, uno de los muchachos que ayudó a construir las escaleras, se me acerca pletórico. 

–¡Gracias a papá, gracias a mi papá! –solloza mandando besos al cielo.

–Enhorabuena, hijo –le respondo mientras lo abrazo–. Seguro que tu padre estaría muy orgulloso de ti. Era un gran hombre y dio su vida para que tú, hoy, pudieras estar aquí, a salvo ¿Se han quedado fuera muchos?

–Muy pocos, unos 30. Los guardias tardaron bastante en llegar y, para entonces, ya había saltado casi todo el mundo. Han dado mucha leña, a mujeres, a niños… Luego sacaron las armas de fuego y empezaron a disparar a los que aún trataban de saltar, que caían muertos desde las escaleras o mientras emprendían la carrera hasta aquí. Ha sido horrible. No tienen piedad los hijos de puta.

–Claro, Óscar, al otro lado no hay ley y nadie se va a preocupar por nosotros. Ánimo, sigue corriendo que ya te queda muy poco.

–Gracias jefe, tenga cuidado –me desea mientras corre hacia la ciudad.

Un poco más adelante, una mujer de unos 40 años era ayudada a caminar por sus dos hijos adolescentes, uno a cada lado. Arrastraba uno de sus pies. Se le notaba que se había dislocado el tobillo, pero iba también radiante de felicidad. 

–No sigas, jefe, ya no queda nadie –me indica uno de los chicos–. Somos los últimos porque hemos tenido que ayudarla a ella. Además, hay que ponerse a cubierto porque parece que pronto va a llover.

El muchacho tiene razón, pero en el último vistazo hacia la valla me parece ver la silueta de un hombre recortada sobre la nube brillante del campo de batalla. No podía estar muerto, porque estaba arrodillado, así que decido acercarme, no sin antes indicarles adónde tenían que llevar a su madre para que la curaran.

Mientras se alejaban, me dirigí hacia la silueta que resultó ser la de Obama. Con los ojos perdidos en el infinito, repetía en bucle unas palabras que, al acercarme, reconocí como avemarías.

–Obama, vamos, no te quedes aquí. Tenemos que llegar a la ciudad –omito preguntarle por su mujer y sus dos hijos pues, al verlo solo, entiendo que nada bueno les ha ocurrido.

–Ellos ya no están, los han acribillado como a conejos, yo ya no tengo a dónde ir, yo ya no quiero ir a ningún sitio. ¡Déjame morir en paz! –gime.

–¡Después de llegar hasta aquí, te prohibo morirte, Obama! Vamos, levántate que quedan solo unos metros hasta la ciudad.

–¡Yo no soy Obama, me llamo José Luis! Obama y su familia estarán tan a gusto en su búnker maquinando cómo dominar el planeta que sus amigos han hecho volar por los aires.

–Vamos, José Luis, ¿te vas a seguir preocupando por las conspiraciones? Tu mujer y tus hijos estarán felices de saber que tú has logrado sobrevivir, y que has podido llegar a esta bendita tierra africana. De Europa no queda nada. Las ciudades que no fueron arrasadas por las bombas nucleares están contaminadas. ¡Pero tú has logrado llegar hasta aquí! ¿No ves que es un milagro?

–¡Y pensar que antes eran ellos, los africanos, los que subían a Europa buscando sobrevivir! ¡Malditos locos! ¡Qué esperaban encontrar en Occidente? ¿Civilización? ¡Animales! –se desgañita mirando al cielo– ¡Eso es lo que había en nuestra tierra! ¡Simple y llanamente, animales! ¡Asesinos!

Viendo el estado de shock en el que se encuentra mi compañero de huida, trato de incorporarlo para llevarlo a la fuerza hacia la ciudad. Meto mi hombro bajo su brazo y, al tratar de rodearlo con el mío por la cintura, noto la camisa caliente y mojada. Me miro la mano y enseguida me doy cuenta.

–Estás herido, José Luis. Tenemos que correr al puesto de socorro para parar la hemorragia. 

–Déjame morir aquí. En serio, Ricardo –me pide entre lágrimas–.

Que se supiera mi nombre de pila produce en mí una mezcla de orgullo y tristeza. Desde que huimos de España en aquel ferry-patera que logramos secuestrar rumbo a África todos se dirigían a mí como “el jefe”. Que me llamara por mi nombre demostró su interés por saber quién era yo. O más bien quién había sido. Oír “Ricardo” me recordaba a cuando trabajaba de ocho a tres, a cuando mis preocupaciones eran solo lo cara que se había puesto la fruta, la gasolina o la electricidad, a cuando tenía un país, una casa, una familia enorme, cientos de amigos, compañeros y conocidos. Pero el ataque nuclear acabó con todo en apenas un día. Los antiguos países “civilizados” eran ahora un páramo infecto, en el que ningún ser humano podría sobrevivir en siglos. 

–¡Vamos amigo! –lo animo–. Va a empezar a llover y debemos protegernos de la radiación que arrastrará el agua

–A mí me dan ya igual los niveles radiactivos. He perdido todo. Solo quiero morirme tranquilo –alcanza a decir antes de desvanecerse–.

Me lo cargo a la espalda y consigo llegar con él hasta el puesto de socorro donde, al poco, me confirman que ha sido solo un síncope. La bala había entrado y salido limpiamente, sin afectar a ningún órgano importante. Me entregan sus objetos personales –una cartera y una bolsa de plástico con varios pasaportes– para que se los guarde mientras se recupera. Estoy impresionado por la acogida del personal médico y de los voluntarios del campo de refugiados. Todos locales. Ni una palabra de reproche: solo cariño y consuelo. Hemos invadido su país los mismos que hace nada les impedíamos a ellos cruzar la frontera en rumbo opuesto. Del sur al norte, del norte al sur, ¿cuál es ahora el sentido de la vida?

La lluvia repiquetea sobre la lona de la tienda del campo de refugiados en la que me reúno de nuevo con mi mujer y mi hija. Algunas familias, sentadas en los camastros, cuentan la suerte que había corrido tal o cual amigo. Otros, discuten sobre las diferentes rutas posibles en la siguiente etapa de viaje hacia el sur, buscando zonas más seguras y limpias de radioactividad. Yo me quedo en el centro, junto a la estufa con la que se calienta la estancia y donde hierve agua para el té. A la luz de las brasas, abro la cartera de José Luis y compruebo que, entre su documentación, hay un carné de afiliado a un partido político. A pesar del momento dramático que acabamos de vivir, no puedo evitar soltar una gran carcajada que calla, de golpe, las conversaciones de todos los refugiados en la tienda.

–Jefe, ¿estás bien? ¿De qué te ríes? –se preocupa Montse, una catalana que logró alcanzar sola las costas africanas, sin saber apenas navegar, en su pequeño velero–.

–Sí, Montse, no te preocupes –le contesto a la vez que echo el carné al fuego sin poder parar de reír con más ganas aún–. 

Mientras veo derretirse el plástico del documento, la risa histérica va dando paso al llanto, y puedo, por fin, descargar toda la tensión acumulada. Abrazado a los míos, lloro amargamente por el día en que la humanidad perdió el sentido.

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¿Por qué no podemos llevarnos bien? https://www.omnesmag.com/firmas/por-que-no-podemos-llevarnos-bien/ Wed, 15 Feb 2023 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=28783 El malo siempre es el otro. Pasa en la política internacional, en los parlamentos, en las instituciones, en los matrimonios y hasta en el seno de la Iglesia. ¿Por qué no podemos llevarnos bien? Hay una explicación: se llama pecado y, aunque es un término que hoy ha perdido mucho significado, en realidad es la […]

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El malo siempre es el otro. Pasa en la política internacional, en los parlamentos, en las instituciones, en los matrimonios y hasta en el seno de la Iglesia. ¿Por qué no podemos llevarnos bien? Hay una explicación: se llama pecado y, aunque es un término que hoy ha perdido mucho significado, en realidad es la explicación a la mayoría de los males de nuestro mundo.

El pecado, en el lenguaje común, se relaciona de forma infantil, con lo prohibido, no con lo malo, por eso lo vemos incluso como gancho publicitario en eslóganes y marcas comerciales.

La palabra nos remite al placer, a la aventura, a la transgresión o a salirse de lo establecido. La pérdida de la inocencia se ha convertido en un valor porque, borrando a Dios de nuestras vidas, nos autoconvencemos de que somos libres.

El problema es que, como en esas fiestas que organizan los adolescentes, creyéndose mayores, cuando los padres no están en casa; al final la libertad acabe en desmadre y, a veces, con la policía o la ambulancia en la puerta.

Hablar de pecado hoy, en nuestras sociedades laicas y aparentemente adultas y autosuficientes, es un anacronismo porque vivimos en la creencia de que no hay nadie por encima de nosotros, de que no tenemos que rendir cuentas más que ante nuestra propia conciencia –que curiosamente suele ser un juez misericordioso y comprensivo con nosotros mismos y exigente e inquisitivo con todos los demás–.

Obviar el pecado o, más bien, la concupiscencia o inclinación al mal que tenemos todos los seres humanos, nos aleja cada vez más de la realidad, nos sumerge en un mundo de fantasías irrealizables.

Por eso, muchas parejas se casan pensando de verdad que lo hacen para siempre, pero al tiempo ven que es imposible; por eso, muchos políticos se convencen de que sus ideas acabarán con los problemas del mundo y luego no pueden evitar estropearlo cada vez más; por eso, la política nacional está cada vez más polarizada y falta de consenso; por eso, los grandes bloques internacionales afilan sus cuchillos o más bien ponen a punto sus maletines nucleares.

Como “yo” soy la medida de todas las cosas, el único juez justo que conoce el bien y el mal, los malos son siempre los otros. No se me pasa por la cabeza pensar que la persona, o el partido político o la nación que tengo enfrente puedan estar también buscando el bien a su manera de forma legítima.

Magnificamos sus defectos y errores, y minimizamos sus virtudes y aciertos. Y no hablo solo de saber, como sabe cualquier persona inteligente, que todos podemos fallar humanamente (los mejores futbolistas fallan un penalti), sino de darse cuenta de que detrás de mi intención se esconde fácilmente, de forma inconsciente, cierto egoísmo. Y el egoísmo (económico, afectivo, de poder, de grupo…) es el enemigo natural del bien común.

Un matrimonio no es la convivencia de dos intereses individuales; un pueblo o una nación no son la suma de pequeñas individualidades.

Necesitamos recuperar el “nosotros” frente al “yo”, y eso exige esfuerzo, porque usted como yo tenemos una resistencia natural a donarnos, a perder en beneficio de que todos ganemos.

Ignorar el pecado no nos hace más libres, sino más esclavos de nuestro egoísmo, una fuerza que empieza destruyendo a los que tenemos más cerca, pero que se expande como un virus y termina matándonos a nosotros mismos porque estamos hechos para vivir en familia, en comunidad, para ser pueblo. De ahí la deriva suicida de Occidente, cada vez más vieja y sin relevo generacional.

Al “conócete a ti mismo” del oráculo de Delfos le faltaba una premisa fundamental: Dios. Sin conocer a Dios y su mensaje, no podemos conocernos del todo a nosotros mismos y continuaremos pecando –sí, esa vieja palabra– o, lo que es lo mismo, destruyendo los lazos que nos unen a nuestro prójimo y nos dan sentido.

Los hombres y las mujeres que trabajan por el bien común son los que no se quedan en la superficie, sino que descubren, tras la capa de maquillaje con la que todos nos enfrentamos al mundo, a un ser débil capaz de dejarse arrastrar por el mal a la primera de cambio.

Quien se conoce así mismo, descubre una herida de raíz que lo inclina a buscar su propio interés sobre el de los demás y lucha contra ella. Y quien es capaz de llegar hasta ahí, no se queda en la tristeza de descubrir su propio fracaso; sino que, encuentra mucho más abajo, en lo más hondo, un deseo de bien, de verdad, de belleza, de amor.

San Agustín, por ejemplo, un gran pecador, lo descubrió y nos dejó esta frase con la que quiero cerrar el artículo dejando el dulce sabor de la esperanza. Y es que, a pesar de nuestros pecados, que son muchos, “Dios está más cerca de nosotros que nosotros mismos”.

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La belleza de la familia https://www.omnesmag.com/firmas/belleza-de-familia/ Wed, 01 Feb 2023 05:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=28296 Asisto con asombro al fenómeno de la ugly fashion, la moda fea. Una corriente que reniega de lo bello y elegante a favor de lo transgresor, lo disruptivo o directamente lo feo. Es un síntoma más de una sociedad que ha perdido el sentido de la trascendencia. Los seguidores de esta corriente sucumben ante unas […]

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Asisto con asombro al fenómeno de la ugly fashion, la moda fea. Una corriente que reniega de lo bello y elegante a favor de lo transgresor, lo disruptivo o directamente lo feo. Es un síntoma más de una sociedad que ha perdido el sentido de la trascendencia. Los seguidores de esta corriente sucumben ante unas zapatillas crocs con tacón de 700 euros, un bolso de 1.400 que asemeja una bolsa de basura o un abrigo oversize de 3.600 en el que caben usted y sus tres mejores amigos. Por cierto, ¿cómo sabes si te queda grande un abrigo oversize? Preguntaré en Balenciaga.

El caso es que, hoy en día, todo el mundo puede vestir bien, pues la producción en serie ha acercado al pueblo la moda que antes solo estaba al alcance de unos pocos. Los diseños de las grandes marcas son imitados en tiempo récord y distribuidos por internet a precios populares, por lo que cada vez es más difícil distinguirse de la masa. ¿Cómo lograr esa distinción y exclusividad? Pues vistiendo feo.

Muchos artistas contemporáneos participan de esta búsqueda alocada de la originalidad con obras que buscan molestar más que emocionar, perturbar más que elevar el espíritu. Para llamar la atención y que tu obra se vea necesitas el escándalo, el morbo, la disrupción… Pero ¿qué sensaciones vienen detrás? Después del asombro, solo queda la búsqueda de la próxima admiración y, después, el siguiente “¡oh!” que será ya el no va más. Pero no hay satisfacción, no hay saciedad. Como en el bucle infinito en que nos mete el adictivo algoritmo de Tik Tok, uno quiere siempre más. Una nueva, aunque efímera, emoción a beneficio de la red social china que gana más cuanto más tiempo nos tenga enganchados.

La belleza, una proyección hacia el infinito

Sin embargo, ¿qué pasa cuando uno contempla una obra verdaderamente bella? ¿No siente uno que la emoción estética le ha llevado a salir de sí? ¿No consigue el verdadero artista que el que contempla su obra trascienda a ella? Quien admira un bonito cuadro, visiona una gran película, lee un buen artículo o novela, o escucha una pieza musical de calidad sale de sí, mira a los otros, viaja a otro lugar, a otro tiempo. Quien ve, escucha o lee una obra de arte hace suyos los sentimientos del autor, pero le añade los propios y esa fusión se proyecta hacia lo alto, hacia el infinito.

Es lo mismo que nos pasa cuando contemplamos un amanecer, escuchamos una tormenta o miramos el vuelo hipnótico de una bandada de pájaros. Y es que, el ser humano lleva en su interior un gusto natural por lo bueno, lo verdadero, lo justo… y lo bello. Simone Weil decía que «En todo lo que suscita en nosotros el sentimiento puro y auténtico de la belleza está realmente la presencia de Dios. Existe casi una especie de encarnación de Dios en el mundo, cuyo signo es la belleza».

Valga esta larga introducción para enmarcar la celebración, en unos días, de la Semana del Matrimonio, que la Iglesia propone cada febrero en torno a San Valentín. Durante este tiempo, la comunidad cristiana presentará al mundo su propuesta de familia ante otros modelos propios de nuestra época. Quizá los de hoy son más llamativos, más impactantes y más cool, pero la belleza de la familia es irresistible, aunque los gurús de tendencias afirmen que está pasada de moda.

Y es que la familia cristiana, fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, abierta a los hijos, con compromiso de igualdad, fidelidad y donación mutua tiene esa belleza natural trascendente, que nos habla de eternidad, que nos eleva al infinito, que parece colmar nuestras aspiraciones. Una belleza que no es otra cosa que signo de Dios en el mundo.

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Aquel Casio del 85 https://www.omnesmag.com/firmas/aquel-casio-del-85/ Tue, 17 Jan 2023 04:00:00 +0000 https://omnesmag.com/?p=27954 Aquel primer día de clase tras las vacaciones de 1985 no se me olvidará jamás. Lucir el Casio nuevecito me convirtió por un día en el más popular del colegio. Todos querían que se lo enseñase, que les mostrara todas sus funciones, escuchar su alarma y ver cómo se encendía en su modo nocturno. Era […]

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Aquel primer día de clase tras las vacaciones de 1985 no se me olvidará jamás. Lucir el Casio nuevecito me convirtió por un día en el más popular del colegio. Todos querían que se lo enseñase, que les mostrara todas sus funciones, escuchar su alarma y ver cómo se encendía en su modo nocturno.

Era resistente al agua hasta los 50 metros de profundidad, una característica que en mi casi medio siglo de vida no he tenido la suerte de necesitar jamás, pero que sin duda marcaba la diferencia entre “mi Casio” y todos los demás relojes que pudieran existir en mi pequeño gran universo vital.

Cuento esta anécdota nostálgica en estos días en los que la marca japonesa ha salido a la palestra a raíz de la mención que de ella ha hecho una famosa cantante en su tema de despecho contra el exfutbolista padre de sus hijos.

Reconozco que, en un principio, me dejé llevar también por el gusto morboso por el salseo escudriñando la letra, hasta que una tertuliana de un programa de radio me hizo preguntarme por cómo marcaría lo que dice la canción a los hijos de la pareja ahora y en el futuro.

Mientras quienes no tenemos vínculo afectivo disfrutamos del espectáculo, como niños en el corrillo de la pelea de patio, los puñetazos y las patadas duelen de verdad; si no a los adultos, que al fin y al cabo han aprovechado para monetizar cada golpe, sí a unos niños para quienes las dos personas más importantes de sus vidas se han convertido entre sí en enemigos públicos.

Los padres, llamados a enseñar a sus hijos, mediante su respeto y cariño mutuo lo que es el amor, pasan a ser el peor de los ejemplos posibles de lo que este significa. Y sin amor, que es la mayor fuerza que existe en el universo, ¿qué sentido tiene esta vida?

En aquel curso del 85, yo no sabía cuánto costaba un Rolex, ni falta que me hacía, pero sí estaba acostumbrado al lujo: al lujo de contar con un padre y una madre que, con sus más y sus menos, con sus diferencias y acuerdos, incluso con sus riñas y discusiones, se respetaban profundamente, se daban el uno al otro, se perdonaban…

En definitiva: se amaban.

En mi casa nadábamos en la abundancia, pero no de dinero, porque siempre íbamos justos para llegar a fin de mes, sino de fidelidad, de comprensión, de generosidad e incluso de solidaridad intergeneracional, pues la abuela vivía con nosotros.

Una suegra en casa no siempre es fácil, pero ahí estaba el amor para limar asperezas y para soportar con paciencia los defectos de cada uno.

Viendo el panorama actual, en el que las parejas se deshacen con la misma rapidez con la que suben los millones de reproducciones del polémico vídeo en Youtube, me convenzo cada vez más de que el mejor legado que puedo dejar a mis hijos no se mide en euros, porque no hay euros suficientes para pagarlo, y se llama el ejemplo de lo que es el amor.

Porque, ¿en qué exclusivo colegio o carísima universidad enseñan la más importante de las potencialidades humanas? ¿Qué prestigioso laboratorio puede descifrar la fórmula de la verdadera fuente de la felicidad que es el amor?

En aquel curso del 85, mis padres, que no eran músicos ni estrellas deportivas, componían, cada día, con sus vidas sencillas, la mejor melodía nunca oída, los más bellos versos jamás escuchados, la más espectacular de las jugadas.

Soy el hijo de dos estrellas mundiales que nadie conoce, ni falta que hace, porque su legado no es de este mundo; es eterno, verdaderamente inmortal, inalcanzable materialmente.

Cuando pienso en aquel Casio del 85 pienso en lo poco que necesita un niño para llegar a ser un adulto feliz. Le basta con saber que el amor existe, que hay alguien capaz de dar la vida por él, sin esperar nada a cambio y que, en las guerras, aunque solo sean verbales, todos pierden. Gracias papá, gracias mamá.

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Las cosas, por su nombre https://www.omnesmag.com/firmas/las-cosas-por-su-nombre/ Tue, 03 Jan 2023 09:14:33 +0000 https://omnesmag.com/?p=27529 «La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza». Son las tres consignas del partido que rematan el faraónico edificio del Ministerio de la Verdad en la novela 1984. La manipulación del lenguaje alcanza hoy niveles parecidos. De verdad que no soy nada conspiranoico, pero creo que no estamos […]

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«La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza». Son las tres consignas del partido que rematan el faraónico edificio del Ministerio de la Verdad en la novela 1984. La manipulación del lenguaje alcanza hoy niveles parecidos.

De verdad que no soy nada conspiranoico, pero creo que no estamos nada lejos de la aplastante sociedad distópica que imaginaba George Orwell. Allí, el llamado “neolenguaje” servía al omnipresente Gran Hermano para controlar a los ciudadanos; aquí, las ideologías se sirven del lenguaje para dulcificar lo que no tragaríamos si llamaran a las cosas por su nombre.

Los excesos del lenguaje inclusivo, que rozan a veces el ridículo, o la apisonadora de la ideología de género, que amenaza con convertir en delincuente a quien se niegue a decir que lo blanco es negro, son solo ejemplos de una práctica bien conocida por los gobernantes de todas las épocas.

Las últimas en quejarse de la manipulación del lenguaje han sido las asociaciones de familias numerosas que entienden como una agresión la nueva ley que prepara el Gobierno de España. En la exposición de motivos del anteproyecto que ha desvelado el diario ABC, el Gobierno reconoce a las claras el carácter ideológico de la norma afirmando que “ya no existe la familia, sino las familias en plural”.

Según la norma, desaparece el concepto de familia numerosa, reconociendo en su lugar hasta 16 tipos diferentes de familias entre las que aparece incluso (¡qué cosas!), la compuesta por una sola persona.

Protestan las familias numerosas con razón de que “si todo es familia, ya nada es familia” alegando la falta de reconocimiento, en el contexto demográfico actual, de la función social que cumplen.

A pesar de que, año tras año, la familia siga apareciendo en primer lugar en la clasificación de las instituciones más valoradas, lo cierto es que, conforme los usos sociales la van haciendo cada vez más pequeña y frágil, más se va desdibujando su papel. Hay quien habla ya de que la verdadera familia son los amigos, porque son “los que uno elige”, por lo que el Gran Hermano va cumpliendo, paso a paso, su proyecto de ingeniería social consistente en eliminar vínculos para conseguir individuos cada vez más solos, más desarraigados, más dependientes del Estado y, por lo tanto, más manipulables. Vaciar de significado la palabra familia, nos acerca cada vez más al rebaño –o a la jauría o a la piara, lo que usted prefiera–; nos hace menos humanos y más esa otra cosa en que nos quieren convertir.

Y es que, el nombre de las cosas y también el de las personas, se hace imprescindible para no confundirnos, para saber de qué hablamos, de quién hablamos. ¿Qué pasaría si, en busca de la igualdad efectiva, todos nos llamáramos igual? Pues que el mundo sería un caos, nadie sabría quién es quién, ni uno mismo.

Hoy celebramos, precisamente, la fiesta del Santísimo Nombre de Jesús, un término que significa, en hebreo, “Dios salva”, indicando claramente la misión del niño. Ojalá sepamos llamar a las cosas por su nombre y no dejarnos manipular por esos falsos salvadores de la humanidad. Porque la humanidad ya ha sido salvada por un sencillo hombre que aprendió a serlo y a llevar este concepto a plenitud en esa escuela de humanidad llamada familia. Su nombre, sobre todo nombre: Jesús. Acudamos a él cuando estemos confundidos.

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