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“El jugador”, de Dostoyevski: Relato de una adicción

En esta magistral obra, Dostoyevski muestra dos claves para asomarnos correctamente al laberinto de la adicción: la historia de cada ser humano y la entrega, irracional, a la pasión.

Juan Ignacio Izquierdo Hübner·7 de enero de 2023·Tiempo de lectura: 5 minutos
Dostoyevski

Imagen de la primera edición de "El Jugador" de Fiodor Dostoyevski

En el siglo XIX era la ruleta, hoy es el póker online. En cualquier caso, la lucha de un hombre contra la adicción al juego puede ser tan terrible para él, como enigmática y desesperante para las personas que lo rodean.

Es común que quienes ven a un ser querido despilfarrar su tiempo en los obstinados espejismos de la suerte intenten detenerlo, ayudarlo, hacerle entrar en razón… y, en cambio, sólo consigan alternar la alarma y la frustración ante las caídas y recaídas de esa persona cada día más poseída por el vicio. ¿Cómo reflexionar sobre esto?

Dostoyevski conoce bien el arte de presentar personajes límite para enseñarnos nuevas dimensiones del ser humano. En la novela “El jugador” (¡de solo 183 páginas!), Fiodor nos presenta la caída de un joven normal en el submundo del juego compulsivo. Esta historia, si la observamos con humildad, tiene una fuerza poderosísima para ayudarnos a empatizar con las personas que han caído en una adicción, y también para comprendernos mejor a nosotros mismos.

El argumento

En la novela arrancan dos líneas narrativas principales, que rivalizan dentro del corazón del protagonista: el amor desgarrado por una mujer y una fiebre creciente por la ruleta. Frente a estas dos fuerzas tan difíciles de moderar, la pregunta es inminente: ¿Cuál de ellas conquistará el alma de Alexei?

La familia de un general ruso en retiro está pasando una temporada de ocio en la ciudad ficticia de “Rulettenburg”, en el suroeste de Alemania. Como se deduce del nombre de la ciudad, allí el casino concentra las atenciones.

El ambiente que se respira en torno a la ruleta es oscuro y nervioso: unos y otros son arrastrados por la avidez de multiplicar dinero, las deudas se asoman por las esquinas como fantasmas burlones y los vicios desfilan impúdicamente por los pasillos: codicia, egoísmo, envidia, ira, frivolidad, desesperación, etc.; aunque todo esto matizado por el disimulo, las buenas maneras y la inconsciencia general.

Dentro del séquito del general encontramos al protagonista del relato: Alexei Ivánovich, un joven tutor ruso que habla y lee 3 idiomas, y que trabaja para el jefe de familia en la educación de sus hijos pequeños.

El general es viudo y está enamorado de una francesa sofisticada y frívola, que, por lo que se comenta, dará su sí a la propuesta matrimonial en cuanto haya noticias acerca de una herencia que espera el pretendiente.

Los acompañan también otros familiares, un francés cínico, un inglés de buen corazón y la hijastra del general, Polina, de quien Alexei está enamorado hasta los dientes.

Inicialmente, el joven Alexei consigue defenderse más o menos del espíritu de mezquindad general, pero Polina le pide estrenarse en el juego para que apueste por cuenta suya. Le va bien en esa primera operación y eso lo mueve a asumir sus propios riesgos; gana, y entonces la novela adquiere otro vuelo: la adrenalina se infiltra por sus venas, una fuerza lo empuja a volver con seductoras promesas de fama, gloria y éxito; él advierte remotamente que la ruleta contraría su razón, pero ¡qué difícil resulta alejarse!, ¿cómo no recuperar lo perdido?

Después de muchas peripecias que alternan episodios de amor y angustia, la compulsión por el juego va creciendo en el corazón de Alexei; la situación es tensa y una catástrofe familiar hace estallar la red de relaciones (no doy detalles por eso del spoiler). La familia se dispersa y el joven Alexei acaba solo, degradado en la piel de un adicto inconfeso. Ha dejado de ser un tutor, ahora es un jugador compulsivo que a ratos se da cuenta de su cautiverio, pero que en cuanto consigue unas monedas corre hacia los brazos del Azar.

La descripción que él mismo hace de su situación es conmovedora: “Vivo, ni qué decir tiene, en perpetua zozobra; juego cantidades muy pequeñas y estoy a la espera de algo, hago cálculos, paso días enteros junto a la mesa de juego observándolo, hasta lo veo en sueños; y de todo esto deduzco que voy como insensibilizándome, como hundiéndome en agua estancada».

La doble cara de la adicción

Dostoyevski sabe que los problemas humanos necesitan un enfoque doble para ser resueltos, el de la teoría y el de la experiencia. En su caso, el segundo suele guardar más información que el primero. En esta línea, al autor nos conduce con una destreza inaudita por el intrincado laberinto de un hombre que poco a poco pierde el dominio de sí.

Cuando el Azar desplaza a Dios de su trono y los hombres depositan en él su confianza, ese ídolo muestra sus colmillos; a veces da, a veces pide; pero sobre todo pide, y en ocasiones pide también sacrificios humanos.

Alexei era un hombre que sabía ahorrar, proyectar y vivir, pero acaba degradado en alguien que solo gasta, lamenta y malvive. Un hombre con futuro, carrera y amigos termina respirando como un simple pajarito del campo, nervioso e inconsciente de su alienación, dedicado en cuerpo y alma a buscar gusanillos para comer, en una interminable voracidad sin sentido.

Atisba su miseria, pero se condena a sí mismo al postergar el cambio de vida para un siempre ilusorio “mañana”.

Dostoyevski nos entrega dos claves para asomarnos correctamente al laberinto de la adicción: primero, nos muestra la historia de un ser humano que se va dejando engañar irremisiblemente por un señuelo diabólico y nos hace testigos de cada paso, de cada vacilación del hombre carcomido por la pasión.

Gracias a este esfuerzo, de pronto nos damos cuenta de que somos capaces de empatizar con su aflicción. La segunda clave, más interesante en mi opinión, es que Dostoyevski hace surgir en nosotros la inquietante pregunta de si Alexei, de algún modo no muy remoto, podría acaso ser yo.

¿Si hubieras estado en la piel de Alexei, te habrías comportado mejor? Lo cierto es que estamos tan expuestos a caer en una adicción como el personaje de Dostoyevski; el jugador de la novela vive dentro de nosotros y está esperando que juguemos con fuego para saltar a tomar el control de nuestras vidas. Es así, somos perfectamente capaces de llegar al último escalón de la existencia moral (además, hoy es mucho más fácil encontrar una ruleta, u otras fuentes de adicción, pues las llevamos en el bolsillo…).

Con la conciencia de nuestra naturaleza caída nos resulta más fácil ser caritativos con el pecador, pues ¿cómo voy a despreciar a alguien por sus caídas, cuando mañana el adicto podría ser yo? Con esta actitud humilde y realista podemos acercarnos a esa persona e intentar comprenderlo, ayudarlo e incluso amarlo.

Así se nos abre la puerta para dar un auxilio eficaz, pues en el amor al prójimo descubrimos a Cristo: y Él es el único que nos puede salvar.

Supongo que Dostoyevski pensó en todo esto cuando creó a estos personajes, pues él dictó la novela solo tres años después de haber caído en la misma telaraña que atrapó a Alexei. En su caso, todo empezó a fines de agosto de 1863. Fiodor estaba de paso por Alemania, agobiado por deudas, y probó fortuna en la ruleta: ganó unos 10.000 francos. Hasta ahí parecía ir todo bien, pero cometió el error de no alejarse de la ciudad.

Una tentación irresistible lo condujo de vuelta al casino y así empezó una fiebre que lo perturbaría durante el resto de su vida. Escribir “El jugador” en 1866 le ayudó a sobrevivir; y desde entonces nos ayuda nosotros a vivir.

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