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El Papa anima a mirar a los demás como Jesús: con una «mirada de misericordia»

En el segundo día de su viaje a Malta, el Papa Francisco acudió a la Gruta donde se cree que vivió san Pablo, y celebró la Santa Misa en Floriana. Allí animó a mirar a los demás con la mirada de Jesucristo, para así no descartar a nadie, sino mirarles con "una mirada de misericordia".

David Fernández Alonso·3 de abril de 2022·Tiempo de lectura: 3 minutos
papa malta misa

Foto: ©2022 Catholic News Service / U.S. Conference of Catholic Bishops.

En la segunda jornada de su viaje a Malta, el Papa Francisco se desplazó a la ciudad de Rabat para visitar la Gruta de San Pablo, donde se cree que el apóstol vivió y predicó durante tres meses tras naufragar cuando iba de camino a Roma.

En la gruta de san Pablo

El pontífice entró en la basílica que se encuentra en la cima de la gruta, antes de descender a la propia gruta, que también visitaron el Papa emérito Benedicto XIV y san Juan Pablo II. El Papa encendió una vela ante la estatua del Apóstol Pablo, y rezó para que el espíritu de acogida que tuvieron los isleños con el santo, continúe con los migrantes que llegan a las costas de la isla.

Después de rezar la oración, escribió en el Libro de Honor: «En este lugar sagrado, que conmemora a San Pablo, Apóstol de las Gentes y padre en la fe de este pueblo, doy gracias al Señor y le pido que conceda siempre al pueblo maltés el Espíritu del consuelo y el ardor del anuncio».

Santa Misa en Floriana

A continuación, el Papa se desplazó a la ciudad de Floriana, Malta, para celebrar la Santa Misa. Estaban presentes en la celebración unas 20.000 personas, entre ellas representantes de las Iglesias cristianas y de otras confesiones religiosas. La Plaza de los Graneros, en Floriana, está ubicada fuera de las murallas de La Valeta, capital de Malta, y preside la Iglesia de San Publio, considerado el primer obispo de Malta y quien, según la tradición, acogió en la Isla al Apóstol Pablo tras su naufragio.

Comentando en la homilía la conducta de los personajes del pasaje del Evangelio de hoy, el Papa Francisco recordó que «estos personajes nos dicen que incluso en nuestra religiosidad se puede colar el gusano de la hipocresía y el vicio de señalar con el dedo. En cada época, en cada comunidad. Siempre existe el peligro de malinterpretar a Jesús, de tener su nombre en los labios pero negarlo de hecho. Y esto también se puede hacer levantando pancartas con la cruz. ¿Cómo podemos entonces verificar si somos discípulos en la escuela del Maestro? Por nuestra mirada, por cómo miramos al prójimo y cómo nos miramos a nosotros mismos. Este es el punto para definir nuestra pertenencia».

Una mirada de misericordia

El Santo Padre indicó que la mirada del cristiano tiene que ser la de Jesucristo, «una mirada de misericordia», no la de los acusadores, «de forma sentenciosa, a veces incluso despectiva», «que se erigen en campeones de Dios pero no se dan cuenta de que están pisoteando a sus hermanos». Franciso recordó que, «en realidad, los que creen defender la fe señalando con el dedo a los demás pueden tener una visión religiosa, pero no abrazan el espíritu del Evangelio, porque olvidan la misericordia, que es el corazón de Dios».

Francisco dio otra clave, -además de nuestra mirada hacia los demás- para «entender si somos verdaderos discípulos del Maestro»: cómo nos vemos a nosotros mismos. «Los acusadores de la mujer están convencidos de que no tienen nada que aprender. En efecto, su aparato externo es perfecto, pero falta la verdad del corazón. Son el retrato de aquellos creyentes que, en cada época, hacen de la fe una fachada, donde lo que destaca es el exterior solemne, pero falta la pobreza interior, que es el tesoro más precioso del hombre. De hecho, para Jesús lo que cuenta es la apertura voluntaria de los que no se sienten llegados, sino necesitados de salvación. Nos conviene entonces, cuando estamos en oración y también cuando participamos en hermosos servicios religiosos, preguntarnos si estamos en sintonía con el Señor».

«Jesús, ¿qué quieres de mí?»

«Podemos preguntarle directamente: ‘Jesús, estoy aquí contigo, pero ¿qué quieres de mí? ¿Qué quieres cambiar en mi corazón, en mi vida? ¿Cómo quieres que vea a los demás?’. Nos hará bien rezar así, porque el Maestro no se contenta con las apariencias, sino que busca la verdad del corazón. Y cuando le abrimos el corazón de verdad, puede hacer maravillas en nosotros».

Al final de la homilía, el Papa animó a imitar así a Jesucristo, y aseguró que «si le imitamos, no nos veremos abocados a concentrarnos en la denuncia de los pecados, sino a buscar con amor a los pecadores. No contaremos el número de los presentes, pero iremos en busca de los ausentes. No volveremos a señalar con el dedo, sino que empezaremos a escuchar. No descartaremos a los despreciados, sino que miraremos primero a los que se consideran últimos. Esto, hermanos y hermanas, nos lo enseña hoy Jesús con su ejemplo».

«Dejémonos sorprender por él y acojamos su novedad con alegría», concluyó Francisco.

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