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Elemento material, gestos humanos y palabras en la Penitencia y la Eucaristía

Los sacramentos son signos sensibles de la gracia, por lo que están compuestos de aspectos materiales y formales: palabras, gestos y elementos materiales.

Alejandro Vázquez-Dodero·4 de noviembre de 2022·Tiempo de lectura: 4 minutos
penitencia

Foto: ©Enrique Casasola vía Cathopic

Veíamos en el anterior artículo el significado de los sacramentos, y por qué se celebran como se celebran. Decíamos que los siete sacramentos corresponden a todos los momentos importantes de la vida del cristiano: dan nacimiento y crecimiento, curación y misión a la vida de fe de los cristianos. La Eucaristía ocupa el centro, pues contiene al Autor de la vida de la gracia divina, a Cristo mismo; de otro lado, por la misericordia y el perdón de Dios, el sacramento de la Penitencia logra la curación del alma enferma –caída– y, por tanto, posibilita el crecimiento del amor a Dios.

¿Cuáles son el elemento material, los gestos humanos y las palabras en el sacramento de la Penitencia?

El Concilio de Trento sentó como doctrina que el signo sensible de este sacramento es la absolución de los pecados por parte del sacerdote, así como los actos del penitente.

La materia sería la contrición o el dolor de corazón de haber ofendido a Dios, los pecados dichos al confesor de manera sincera e íntegra y el cumplimiento de la penitencia o satisfacción. Al respecto, cabe subrayar que para la validez del sacramento debe observarse la obligación de confesar todos los pecados mortales o graves de los que se sea consciente.

De otro lado, la forma serían las palabras que pronuncia el sacerdote –que en ese instante es el mismo Cristo, pues actúa “in persona Christi”– después de escuchar los pecados: “Yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

En cuanto a la celebración de este sacramento encontramos dos elementos fundamentales. El primero lo constituyen los actos que realiza el penitente que quiere convertir su corazón en presencia del amor misericordioso de Dios, gracias a la acción del Espíritu Santo: el arrepentimiento o contrición, la confesión de los pecados y el cumplimiento de la penitencia. El otro elemento es la acción de Dios: según dispone el Catecismo en su punto 1148, por medio de los sacerdotes la Iglesia perdona los pecados en nombre de Cristo, decide cuál debe ser la penitencia, ora con el penitente y hace penitencia con él.

Con carácter ordinario el sacramento se recibe de manera individual, acudiendo al confesionario, diciendo sus pecados y recibiendo la absolución también individualmente. Existen casos excepcionales –prácticamente el estado de guerra, peligro de muerte por catástrofe, y notoria escasez de sacerdotes– en los cuales el sacerdote puede impartir la absolución general o colectiva: se trata de situaciones en las que, de no impartirse, las personas se quedarían sin poder recibir la gracia sacramental por largo tiempo, sin ser por culpa suya. Pero esto no excluye a los penitentes de tener que acudir a la confesión individual en la primera ocasión que se les presente y confesar los pecados que fueron perdonados a través de la absolución general.

Por último, cabría referirse a la confesión general: cuando una persona hace una confesión de todos los pecados cometidos durante toda la vida, o durante un período de la vida, incluyendo los ya confesados con la intención de obtener una mayor contrición.

¿Por qué se habla también de sacramento de la “confesión”, de la “reconciliación”, del “perdón de Dios” y de la “alegría”? 

Al sacramento de la Penitencia se le denomina sacramento de la “confesión” porque la declaración o manifestación de los pecados ante el sacerdote es un elemento esencial del mismo. Se trata de un reconocimiento y alabanza de la santidad de Dios y de su misericordia para con el hombre pecador.

Es asimismo conocido como sacramento de la “reconciliación” porque otorga al pecador el amor de Dios, que reconcilia. Así lo aconseja el apóstol Pablo a los de Corinto: “Dejaos reconciliar con Dios” (2 Co 5,20).

Se le denomina sacramento del “perdón” ya que por la absolución sacramental del sacerdote Dios concede al penitente el perdón de sus pecados.

Por último, es también sacramento de la “alegría” por la paz y gozo que se obtiene tras hacerse con el perdón de un Padre que comprende a sus hijos y dispensa su amor misericordioso las veces que haga falta.

¿Cuáles son el elemento material, los gestos humanos y las palabras en el sacramento de la Eucaristía?

Con carácter introductorio y aclaratorio cabe señalar que la palabra “Eucaristía” se refiere tanto a la celebración de la santa Misa como a la presencia sacramental de Cristo, que de hecho puede quedar reservado en los tabernáculos o sagrarios.

La materia del sacramento de la Eucaristía es pan de harina sin levadura y vino natural, extraído de la uva, tal y como los utilizó Jesucristo en la Última Cena.

La forma se refiere a las palabras pronunciadas por el Señor al instituir el sacramento, momento de la Misa denominado “transubstanciación”, ya que el pan y vino dejan de ser tales y pasan a constituir el cuerpo y la sangre de Jesucristo: “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros” (…) “Tomad y bebed todos de él, porque ésta es mi Sangre. Sangre de la alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros y por muchos, para el perdón de los pecados”.

El pan y el vino se depositan en el altar, elemento éste que litúrgicamente representa a Cristo y que por tanto convierte ese “depositar” en un “ofrecer”. Se trata de una ofrenda espiritual de toda la Iglesia que recoge la vida, los sufrimientos, las oraciones y los trabajos de todos los fieles, que se unen a los de Cristo en una única ofrenda.

En su mensaje a los peregrinos romanos en la Cuaresma de 2018 el Papa Francisco recordó que cada Eucaristía consiste en los mismos signos y gestos que realizó Jesús la víspera de su Pasión, en la primera Eucaristía.

Esos signos vienen representados en la liturgia –o celebración– eucarística con multitud de detalles gestuales que el sacerdote celebrante de la santa Misa pone por obra: apertura de los brazos en forma de cruz para significar el sacrificio escondido en la Eucaristía, arrodillarse como muestra de adoración y reconocimiento de la grandeza de Dios, elevar el cáliz y la patena a modo de ofrenda a lo Alto, etc.

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