Evangelización

Por tierra, por aire o por mar; la misión “fronteriza” de los misioneros scalabrinianos

Hoy domingo, 9 de octubre, el Papa Francisco ha proclamado santo a Juan Bautista Scalabrini, padre de los emigrantes, como lo denominó Juan Pablo II. Se trata de un obispo italiano del siglo XIX, fundador de la Congregación de Misioneros de San Carlos Borromeo, también conocidos como los “scalabrinianos”.

Leticia Sánchez de León·9 de octubre de 2022·Tiempo de lectura: 4 minutos
Scalabrinianos

Foto: Juan Bautista Scalabrini. ©Scalabriniani.org

El día 27 del pasado mes de agosto, al finalizar el Consistorio para la creación de nuevos cardenales, el papa Francisco anunció que el 9 de octubre proclamaría santos a dos beatos: un argentino, Artemide Zatti, y el obispo italiano Juan Bautista Scalabrini, fundador de la Congregación Internacional de Misioneros de San Carlos, comúnmente conocida como los “scalabrinianos”. Estos misioneros tienen como misión específica prestar un apoyo espiritual a personas migrantes y refugiadas así como ayudarles en la tutela de sus derechos civiles, políticos y económicos, y en su inserción social en los países de destino.

El obispo profeta

Juan Bautista Scalabrini fue un hombre con visión de futuro. Además de su misión como obispo de la diócesis de Piacenza, el obispo italiano miraba más allá incluso de las fronteras de su patria. Italia atravesaba momentos difíciles y esto hizo que muchos italianos tuvieran que marcharse a otros países. El obispo de Piacenza sufría ante este fenómeno y, con el deseo de que esas personas mantuvieran viva su fe y pudieran ser acogidos de la manera más digna posible, fundó en 1887 la congregación que lleva su nombre y comenzó a enviar misioneros allí donde se encontraban los inmigrantes italianos que habían tenido que abandonar su patria en busca de una oportunidad de futuro.

En la primera de las misiones scalabrinianas, se enviaron siete sacerdotes y tres hermanos laicos de la Congregación, quienes pusieron rumbo a Nueva York y a Brasil en el verano de 1888. La labor se extendió rápidamente entre las comunidades italianas en Estados Unidos y Brasil. En aquellas comunidades se establecieron iglesias, escuelas y hogares misioneros, donde conservaron las costumbres y tradiciones italianas. En 1969, los scalabrinianos comenzaron a realizar misiones entre otros inmigrantes diferentes a los italianos.

Los misioneros scalabrinianos se conocen también por el nombre de “misioneros de San Carlos”, nombre escogido en honor a San Carlos Borromeo, considerado uno de los baluartes de la reforma católica en Italia en el siglo XVI. La “familia scalabriniana” está formada por tres ramas: por un lado, los Hermanos Misioneros de San Carlos y las Hermanas Misioneras de San Carlos y por otro, las Misioneras Seculares, laicas consagradas que, inspiradas por las enseñanzas de Juan Bautista Scalabrini, siguieron el ejemplo y los pasos de los misioneros scalabrinianos.

La ayuda que se presta actualmente en todo el mundo es de diverso tipo: sanitaria, familiar, social, económica; pero no se trata de un apoyo distante, proporcionando un trabajo, dinero, medicinas, etc., sino una ayuda fraternal, de hermano a hermano. Los misioneros scalabrinianos “se hacen inmigrantes con los inmigrantes”, Es, de hecho, lo propio de su carisma: es la manera que tienen de llevar a Dios a los demás y de “ver” a Dios en los demás. 

Iglesia “de frontera”

Lo cierto es que, visto con los ojos del presente, el obispo Scalabrini fue un hombre adelantado a su tiempo, al haber visto, con mirada de madre (la mirada de la Iglesia que ve peligrar la fe y la integridad de sus hijos), una realidad que sigue existiendo hoy en día y a la que no siempre se presta la debida atención.

No en vano, el papa Francisco ha recordado en múltiples ocasiones que las personas migrantes y refugiadas no deben verse como “destructores o invasores”. Más bien al contrario: el Papa, en el mensaje para la Jornada del Migrante y el Refugiado del pasado 25 de septiembre, nos recuerda que “la aportación de los migrantes y refugiados ha sido fundamental para el crecimiento social y económico de nuestras sociedades. Y lo sigue siendo también hoy”. 

De este modo, la “Iglesia en salida” tantas veces nombrada por el papa Francisco, para los misioneros scalabrinianos se podría llamar, más bien, Iglesia “de frontera” porque es ahí donde desarrollan la mayor parte de su labor. Con presencia en 33 países de todo el mundo, los scalabrinianos buscan “hacer sentir en casa” a aquéllos que han tenido que dejar las suyas en sus países de origen y tienen que empezar de cero, muchas veces, solo con lo puesto. Así, los misioneros de esta congregación acuden a puertos, barcos, aeropuertos, etc, para auxiliar y acompañar a tanta gente que llega buscando un futuro mejor. Pero no se limitan a hacer una acogida inicial, sino que también les ayudan en los países de destino y les proporcionan lo básico en sus casas de acogida, orfanatos, pequeñas localidades para inmigrantes ancianos, etc. 

Hacer del mundo la patria del ser humano

Giulia Civitelli, italiana y médico en el Poliambulatorio de la Cáritas Diocesana de Roma, ayuda a extranjeros sin permiso de residencia y a personas en situación de exclusión social. Ella es una de las misioneras seculares que siguieron los pasos de Mons. Scalabrini y, además de ejercer su profesión, se dedica a la formación de jóvenes migrantes y refugiados. 

“La palabra clave es ´acogida`, un mirarse a los ojos, un intentar hablar aunque muchas veces no se hable el mismo idioma, y de ahí precisamente nace ese encuentro fraternal” – explica a Omnes. 

Giulia es una de las misioneras que viajan a menudo a Suiza para ayudar en la labor de formación de jóvenes. De aquellos tiempos, recuerda especialmente la historia de un refugiado afgano, Samad Quayumi, que tuvo que escapar de su país con motivo de la guerra: 

“Era ingeniero de formación pero con el tiempo acabó siendo ministro de educación en Afganistán. Llegó a Suiza hace más de 20 años con su mujer y dos de sus tres hijos cuando tuvo que escapar por la primera llegada de los talibanes al país. En los primeros 7 años, esperando el permiso de residencia, su vida cambió radicalmente: de ser ministro de educación, pasó a ser casi invisible, por así decir. Con el permiso de residencia pudo empezar a trabajar y lo hizo como portero en la casa donde vivía. 

Algo más tarde se especializó en la restauración de armaduras. Él mismo aprendió este trabajo porque quería trabajar a toda costa y, tanto fue su empeño, que llegó a ser uno de los restauradores de armaduras más conocidos del país. Al conocerle, seguía teniendo muy dentro, la formación de los jóvenes, así que empezó a venir a encuentros que organizábamos con los jóvenes. Al compartir con los jóvenes su historia, hizo que muchos reflexionaran sobre su vida, sobre lo que significa valorar cada momento, incluso los momentos duros, como huir de un país en guerra, o sobre qué es la fe y la esperanza, porque él suscitaba también en los jóvenes preguntas sobre su fe. Él era de religión musulmana pero tenía mucho cariño y respeto a la religión católica”.

La canonización del obispo Scalabrini, junto con el argentino Artemide Zatti, es una buena noticia no sólo para todos los scalabrinianos, o para los emigrantes y refugiados, sino para toda la Iglesia. La mirada maternal hacia los refugiados y los inmigrantes de Juan Bautista Scalabrini marca un camino a seguir. Si los papas, durante toda la historia de la Iglesia, han proclamado santos a muchos hombres y mujeres de todos los tiempos, ha sido para presentarlos como referentes ante el Pueblo de Dios, y por qué no, ante el mundo.

El autorLeticia Sánchez de León

Newsletter La Brújula Déjanos tu mail y recibe todas las semanas la actualidad curada con una mirada católica
Banner publicidad
Banner publicidad