Sobre la ley trans

Dudo de que un cambio de nombre, una intervención quirúrgica más o menos mutilante o un cóctel de hormonas de impredecibles consecuencias acabe con el problema de sentirse en un cuerpo equivocado. Son soluciones superficiales propias de una sociedad superficial.

2 de noviembre de 2022·Tiempo de lectura: 3 minutos
escultor

La que hay liada en España con la ley trans. La coalición de izquierdas del Gobierno se ha visto sometida a una tensión interna sin precedentes a la hora de sacarla adelante.

Y es que son muchos los flecos que cuelgan de una norma que pretende regular una gran mentira como es que la condición de hombre o mujer sea solo cuestión de género, no de sexo. Para entendernos, que el ser hombre o mujer no sea una realidad biológica sino una simple construcción sociocultural.

La mentira tiene las patas muy cortas y esta de la ideología de género ha hecho aguas entre sus propios seguidores porque deja muchos cabos sueltos.

Si ser hombre o mujer es solo cuestión externa, de apariencia (que es lo máximo que consiguen el cambio registral y los tratamientos quirúrgicos y hormonales, el ADN no se puede cambiar) estamos identificando el ser hombre o mujer con los mismos estereotipos que tanto se ha luchado por derribar.

Si quedamos en que una mujer no se define por sus curvas, por el tamaño de su melena, o por el timbre de su voz; al igual que un hombre no se define por la cantidad de vello facial, la forma de andar o el tamaño de sus bíceps, ¿cómo les decimos ahora a estas personas que les pagamos el tratamiento para encasillarse en dichos estereotipos?

Si llevamos décadas luchando contra la opresión del hombre a la mujer, ¿cómo decimos ahora que cualquier hombre que lo desee puede considerarse una de ellas con solo desearlo?

Las incongruencias de esta delirante ideología de género son interminables y algunas parecen de chiste.

A mí, sin embargo, no me hace ninguna gracia pues lo que hay detrás es el sufrimiento de muchas personas, muchos de ellos niños, a quienes solo se les ofrece como solución a su problema la llamada “reasignación de sexo”.

Dudo de que un cambio de nombre, una intervención quirúrgica más o menos mutilante o un cóctel de hormonas de impredecibles consecuencias para la salud acabe con el problema de sentirse en un cuerpo equivocado. Son soluciones superficiales propias de una sociedad superficial.

Porque, al igual que cuando construimos viviendas en una zona inundable, o cerca de un volcán, más tarde o más temprano, la naturaleza se manifiesta indomable denunciando la soberbia de quienes pretendían someterla; del mismo modo, la masculinidad o femineidad que impregna cada una de nuestras células terminará recordándonos que no somos dioses, que ella tiene sus reglas y que no podemos cambiarlas a nuestro antojo.

Entonces, ¿cómo iluminar, desde la fe, esta realidad? ¿Cómo ayudar a estas personas, muchas de ellas católicas, que tengan este sentimiento encontrado?

La idea de que Dios se ha equivocado, traspapelando la identidad de algunos de nosotros, no resiste el más mínimo análisis serio. Él, que es el amor, nos ha pensado amándonos, nos ha creado por puro amor y nos ha hecho para que encontremos la felicidad en amar y servir, como hizo Jesús.

En la parábola de los talentos, Él nos habló de servir con los dones que Dios nos ha dado a cada uno, y el cuerpo con el que nacimos es uno de esos dones. ¿Por qué soy hombre o mujer, alto o bajo, de piel oscura o clara, celiaco o propenso a engordar? Bueno, ahí están nuestros talentos para ponerlos en juego. ¿Los ponemos al servicio del amor para que den fruto o los escondemos, avergonzados, porque nos parecen peores que los de los demás?

Quien le diga a una persona que no se acepta tal como es que es un error de la naturaleza y que debe cambiarse, no la está amando, a lo más la está contentando para ganar votos.

Quien ama de verdad, no quiere cambiar a la persona ni le sigue la corriente, porque busca su bien y es capaz de ver su belleza y su perfección no solo en su aspecto externo sino en lo más íntimo de su ser.

Así nos amó Dios desde el momento en el que éramos una única célula, así nos sigue amando y así nos invita a amar para toda la eternidad.

En la sociedad consumista en la que estamos, hemos convertido el cuerpo en un objeto más que queremos devolver si no nos gusta, perdiendo su dimensión trascendente. Por eso, también tantos jóvenes recurren a cirugías estéticas a edades tan tempranas y por eso tantos sufren trastornos alimenticios en busca de un cuerpo perfecto inalcanzable.

Ojalá sepamos todos mirarnos y aceptarnos a nosotros mismos tal y como somos, admirando el bien, la belleza y el amor que impregnan este inmenso regalo que es el cuerpo. Un cuerpo, no lo olvidemos, al que después del breve beso de la muerte, volveremos para que nos acompañe toda la eternidad. ¡Fíjense si está bien hecho! ¿O hay algo de lo que haya hecho el ser humano que dure para siempre?

El autorAntonio Moreno

Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.

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