¿Buscar a esa tonta? ¡Anda y que se despeñe!

La idea que el Evangelio recoge en distintas “versiones”: la dracma, la oveja…es que, a diferencia de lo que haría una persona “racional”, Dios pierde la cabeza por cada uno de nosotros

21 de abril de 2021·Tiempo de lectura: 3 minutos
Oveja tonta

Es conocida la anécdota, más o menos piadosita, de aquel sacerdote que, caminando por el campo, se topó con un pastor que cuidaba a su rebaño. Impulsado por un “arranque de misticismo”, el sacerdote comenzó a preguntar a aquel hombre, no precisamente prolijo en palabras, sobre su trabajo y su rebaño:

-¿Cuántas ovejas tiene usted?

-Pues… no sé, padre, unas cien o por ahí.

-Y, ¿las distingue a cada una?

-Pues… más o menos, entre la que tiene una marca o la que tiene un “bocao” del perro me apaño…

El sacerdote se iba emocionando cada vez más y, entonces, se atrevió a lanzar LA PREGUNTA:

-Y, si una de ellas se pierde por el monte, va usted a buscarla, ¿no?

A lo que el pastor le contestó:

-¿Yo?, ¿buscar a esa tonta? ¡Anda y que se despeñe!

Anda y ¡que se despeñe!… ¡Cuántas veces no habremos dicho o pensado al menos algo similar de quien no nos ha hecho caso, nos ha humillado, atacado… y sufre una contradicción… Es el “se lo merece”… Ese, si no deseo del mal, al menos, sentimiento de “justicia divina” realizada (menos mal que la justicia divina no se rige por nuestros parámetros humanos).

La enseñanza de esa parábola, que Lucas recoge en distintas “versiones”: la dracma, la oveja…es que, a diferencia de lo que haría una persona “racional”, Dios pierde la cabeza por cada uno de nosotros.

Pensándolo bien, la que lía la señora por una dracma casi le cuesta más que la propia moneda; o lo que podría haberle pasado a las otras noventa y nueve ovejas caminando solas por el monte (considerando que no son los animales más listos de la naturaleza), podríamos entender que lo mejor sería que la otra boba aventurera se despeñe… porque se lo merece.  

Lo cierto es que se ha puesto muchas veces el acento en la oveja perdida, la que se marcha a descubrir parajes nuevos, ésa que no cae en la cuenta de que el pastor que bien la quiere, la lleva por el mejor camino. Sin embargo, muchas veces, podemos estar en el grupo de las noventa y nueve, de aquellas otras que ven cómo el pastor se desvive por esa ingrata que se marcha… sin caer en la cuenta de que, como el hermano mayor de la parábola del hijo pródigo, muchas veces es nuestro corazón el que está al borde del precipicio, aunque estemos sentados en el banco de una iglesia.

Todos somos la oveja loca y todos somos las noventa y nueve.

Por cada uno de nosotros murió Cristo en la cruz, y a cada uno de nosotros nos otorga la confianza de “seguir solos” cuando tiene que ocuparse de aquel al que, muchas veces, nosotros ya hemos juzgado, condenado y apartado “porque se lo merece”. Dios no calcula el rédito de una o de noventa y nueve, porque somos todos únicos, somos uno (uno más uno, más uno…) en su corazón y a todos nos ha venido a buscar cuando nos hemos ido a ver qué había más allá del camino que éste no me ha enseñado.

Recuerdo muchas veces a una persona a la que, hermanos en la fe, habían hecho sufrir por causas diversas. Tenía toda la razón para estar enfadado, soberbio, para volverles muchas veces la cara. Ante la pregunta de cómo podía actuar amablemente con ellos contestó: “si Dios me ha perdonado tantas cosas, ¿cómo no voy a perdonarlos yo? Sería creerme más listo que Dios”. Tenía todos los motivos para decir: “anda y que se despeñen…” pero no, ahí estaba, con el corazón del Pastor, recogiendo ovejas ingratas con una sonrisa.

P.D. No puedo acabar este artículo sin este vídeo que ví hace unos días y lo resume perfectamente 🙂

El autorMaria José Atienza

Redactora Jefe en Omnes. Licenciada en Comunicación, con más de 15 años de experiencia en comunicación de la Iglesia. Ha colaborado en medios como COPE o RNE.

Newsletter La Brújula Déjanos tu mail y recibe todas las semanas la actualidad curada con una mirada católica
Banner publicidad
Banner publicidad