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Rémi Brague: “La gran tentación es la desesperanza”

Entrevista al humanista francés Rémi Brague (París, 1947), profesor emérito de Filosofía en La Sorbona. En noviembre, intervino en el Congreso de Católicos y Vida Pública organizado por la Asociación Católica de Propagandistas y el CEU. En la conversación con Omnes hablamos de filosofía, de la oposición a las lenguas clásicas, de la libertad. Brague afirma categórico y sonriente: “El mundo es bueno, a pesar de todo”. A su juicio, “la gran tentación es la desesperanza”.

Rafael Miner·13 de diciembre de 2021·Tiempo de lectura: 6 minutos
Rémi Brague.

Traducción del artículo al inglés

Ha sido una conversación de media hora, pero deja huella. Como “discípulo lejano de Sócrates” (profesor Elio Gallego), el filósofo Rémi Brague “es capaz de decir verdades como puños como quien cuenta un cuento antes de dormir, con sutileza y en voz baja”, ha escrito el catedrático José Pérez Adán.

“En el programa del Congreso me presentan como un historiador, pero no es cierto porque yo soy filósofo que lee obras de historia, y me encuentro con una interpretación del mundo moderno que es comenzar de cero, que trata de hacer una tabla rasa del pasado como hace la Internacional”, comenta nada más empezar.

“Yo soy filósofo”, precisa, “y es muy halagador para todos mis colegas que nos consideren peligrosos. Una gente que puede ser subversiva simplemente porque busca la verdad”, señala.

En relación con su ponencia, usted dice que la “cultura de la cancelación” pertenece más al ámbito periodístico y de la comunicación que al filosófico. 

—Lo que quería decir es simplemente que la historia puede parecer más o menos anecdótica, que sirve para alimentar a los periodistas que no saben muy bien qué decir. Yo no soy periodista, soy tan solo filósofo, que está obligado a ver las cosas desde un punto de vista filosófico, y este movimiento merecer ser examinado desde un punto de vista filosófico y también histórico. 

En el programa del Congreso me presentan como un historiador, pero no es cierto porque yo soy filósofo que lee obras de historia. Esto me interesa en la medida en que es un síntoma de algo más amplio, y por eso a lo largo de mi exposición parto de hechos curiosos para pasar a un interés amplio, y me encuentro con una interpretación del mundo moderno que es comenzar de cero, que trata de hacer del pasado una tabla rasa como hace la Internacional. Pero es mucho más antiguo. Viene de la lucha contra los prejuicios, que Descartes sitúa en un nivel más individual: debo desembarazarme de las preconcepciones de la infancia; y del nivel individual se pasa al colectivo, en lo que llamamos la Ilustración radical. Y después con la Revolución francesa, y así en adelante.

En su exposición se ha referido a los movimientos de oposición a las lenguas clásicas. En España se ha suprimido la Filosofía en la enseñanza obligatoria (ESO). ¿Qué le sugiere esto?

—Me sugiere dos cosas. Primero sobre las lenguas clásicas. Desempeñan un papel muy importante en la historia cultural de Occidente, en Europa y en los territorios de ultramar. Por primera vez en la historia, una civilización ha tratado de formar a sus élites mediante el estudio de otra cultura.

Por ejemplo, la cultura china descansa sobre el estudio de los clásicos chinos. Mientras que la civilización europea ha formado sus élites mediante el estudio del griego, y esto es verdad en Salamanca, París, Oxford, Cambridge, en Upsala y en todas partes. 

Se ha formado a las élites en verse a sí mismas como decadentes en relación a la civilización griega, que ha sido idealizada. Los griegos eran tan brutos y tan mentirosos como los otros. Un ejemplo curioso. Hay un autor árabe del siglo IX que se llama Al-Razi y escribe: “Los griegos no tenían ningún interés por la sexualidad”, porque para él los griegos eran Aristóteles. Y eso era todo. Y no tenía ni idea de Aristófanes, por no hablar de los baños. El estudio del griego tenía el mérito de dar a las mentes europeas, a pesar de su arrogancia, un saludable complejo de inferioridad.

¿En cuanto a la supresión de la filosofía?

—Yo soy filósofo y es muy halagador para toda mi corporación, para todos mis colegas, que nos consideren peligrosos. Una gente que puede ser subversiva simplemente porque busca la verdad. El peor enemigo de la mentira es la verdad. Es muy interesante, como confesión involuntaria de estas personas, decir: no queremos filosofía; es decir, no queremos la búsqueda de la verdad.

Usted afirma que de una forma u otra nuestra cultura tendría que retroceder hacia una especie de Edad Media. La cuestión es: ¿a qué tipo de Edad Media?

—Al principio me voy a repetir respecto a lo que he dicho al comienzo. Nada de imagen idealizada de la Edad Media; lo que me interesa de la Edad Media son los pensadores, si me permite, mis “colegas del pasado”: los filósofos. Que podrían ser judeocristianos, pero también cristianos o musulmanes. Hay cosas muy interesantes en Maimónides, uno de mis grandes amores, como la gramática francesa me obliga a decir…. 

Creo que lo interesante, si tengo que escoger una cosa, es la convertibilidad de las propiedades trascendentales del ser. El mundo es bueno. Se dice de una forma muy técnica, pero se puede expresar de una forma muy simple. El mundo es bueno, a pesar de todo. Es un acto de fe. Porque cuando uno se mira a sí mismo, uno se puede ver menos bello de lo que pensaba. 

Explique ese acto de fe…

—Sí. Como consecuencia de ese acto de fe, el mundo es obra de un Dios benevolente, de un Dios que quiere el bien, y que nos ha dado los medios para resolver nuestros propios problemas. De entrada, nos ha dado la inteligencia y la libertad, y nos ha hecho capaces de desear el bien, de quererlo verdaderamente. Dado que no somos capaces de alcanzarlo por nuestros propios medios, ha llegado la economía de la salvación. Pero Dios sólo interviene ahí, donde realmente lo necesitamos, que es la economía de la salvación. 

Es importante, porque no necesitamos que Dios nos diga: “Dejaos el bigote o cortaos la barba”; no necesitamos que Dios nos diga: “No comáis cerdo”; no necesitamos que  Dios nos diga: “Señoras, pónganse un velo”, tenemos peluqueros, tenemos barberos, tenemos sastres, y tenemos una inteligencia para escoger la forma de vestirnos, la forma de comer, etcétera. En el cristianismo, Dios sólo interviene donde verdaderamente hace falta, donde es realmente necesario. Dios no se entromete, no se interpone, no se inmiscuye para decirnos haced esto o haced lo otro, entendiendo que somos capaces de entender lo que es bueno para nosotros.

Hablemos un poco más de la cultura clásica. En su ponencia se ha referido a ella.

—A menudo, las personas que se oponen al estudio de las lenguas clásicas se ubican a la izquierda del espectro político. Según ellos, el latín y el griego son el rasgo distintivo de las clases cultas, es decir, deaquellos que pueden permitirse aprender únicamente por amor a la cultura, a diferencia de lo que sucede con las clases trabajadoras, etc. También hay una pizca de verdad en ello.

No obstante, este razonamiento solo muestra una cara de la verdad, que reviste una mayor complejidad. En primer lugar, algunos pensadores que se cuentan entre los precursores más radicales de las insurrecciones en la cultura occidental habían recibido una educación clásica, lo cual no impidió que fuesen agitadores, cada uno a su manera. Karl Marx y Sigmund Freud habían estudiado en lo que se denominaban “gimnasios humanistas”, y Charles Darwin hizo lo propio en universidades donde el latín y el griego se daban por sentado. Marx escribió su tesis doctoral sobre el atomismo en la antigua Grecia. Por no mencionar a Nietzsche, quizás el más radical de todos, quien trabajaba como profesor de Filología Clásica.

De acuerdo —cabría objetar—, pero se convirtieron en lo que se convirtieron no debido a la educación clásica que recibieron, sino a pesar de haberla recibido.

¿Diría al hombre moderno una palabra de optimismo, de esperanza, cuando se advierte un pensamiento muy depresivo? Quizá es una pregunta más teológica…

—Es una pregunta que merece ser planteada y en su caso, ser respondida. 

Deseo cambiar de marcha y pasar a la velocidad teológica. Quiero hablar del diablo. La imagen que nos hacemos del demonio es una imagen extendida por los servicios de relaciones públicas del infierno. Desgraciadamente, es la imagen que da el probablemente segundo de los poetas ingleses después de Shakespeare, que es John Milton. El diablo como una especie de rebelde que habría querido colocarse en el lugar de Dios. Es raro que yo me entretenga con el diablo, es un error que llame por teléfono al diablo; es lo suficientemente inteligente como para comprender que eso no funciona, y por lo tanto

es una imagen prometeica y falsa. En cambio, en la Biblia, el diablo aparece como aquel que hace creer al hombre que él no merece que Dios se interese por él, que él no vale la pena. Por ejemplo, el comienzo del libro de Job es exactamente eso.

En el Nuevo Testamento, en el cuarto Evangelio, el demonio es el mentiroso, es el que nos quiere hacer creer que no valemos la pena, que Dios no nos va a perdonar, que la misericordia de Dios es finita. La gran tentación es la desesperación. 

Y la Iglesia pone a nuestra disposición un sistema bien hilvanado que son los sacramentos: la confesión, la Eucaristía… Si lo tomamos en serio, la pelota está en nuestro tejado, y por lo tanto nos toca a nosotros.

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