Vaticano

En el día de los difuntos el Papa anima a los fieles a soñar con el cielo

En esta mañana del 2 de noviembre, día de los difuntos, el Santo Padre Francisco ha presidido una misa en sufragio de los cardenales y obispos fallecidos durante el año. Posteriormente ha visitado el santo Campo Teutónico, uno de los cementerios del Vaticano, para rezar por los difuntos.

Javier García·2 de noviembre de 2022·Tiempo de lectura: 3 minutos
papa cementerio

Foto: el Papa Francisco en la visita al cementerio Vaticano. ©CNS photo/Vatican Media

El Papa Francisco ha presidido la santa misa en sufragio de cardenales y obispos fallecidos durante el año. En la homilía ha explicado cómo los cristianos viven “con la esperanza de escuchar un día aquellas palabras de Jesús: ´Venid, benditos de mi Padre` (Mt 25,34). Estamos en la sala de espera del mundo para entrar en el cielo”. El paso del hombre por la tierra puede ser feliz si uno considera que se hará realidad la esperanza puesta en la vida eterna, donde “el Señor ´abolirá la muerte para siempre` y ´enjugará las lágrimas de todos los rostros`”. 

Pensar en el cielo

El Papa ha animado a alimentar los deseos de llegar al cielo: “Nos hace bien preguntarnos hoy si nuestros deseos tienen algo que ver con el Cielo. Porque corremos el peligro de aspirar constantemente a cosas que pasan, de confundir los deseos con las necesidades, de anteponer las expectativas del mundo a las de Dios. Pero perder de vista lo que importa para perseguir el viento sería el mayor error de la vida”.

El Pontífice animaba a considerar la poquedad de nuestros deseos en comparación con el premio eterno. Muchas cosas que son importantes en esta vida para nosotros, apenas lo serán en la otra: “Las mejores carreras, los mayores éxitos, los títulos y premios más prestigiosos, las riquezas acumuladas y las ganancias terrenales, todo se desvanecerá en un momento. Y todas las expectativas depositadas en ellos se verán defraudadas para siempre. Y, sin embargo, ¡cuánto tiempo, esfuerzo y energía gastamos preocupándonos y afligiéndonos por estas cosas, dejando que la tensión hacia el hogar se desvanezca, perdiendo de vista el sentido del viaje, la meta del viaje, el infinito al que tendemos, la alegría por la que respiramos!”.

El Santo Padre animaba a preguntarse si uno verdaderamente espera en la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. “¿Cómo es mi espera? ¿Voy a lo esencial o me distraigo con muchas cosas superfluas? ¿Cultivo la esperanza o sigo lamentándome porque valoro demasiado tantas cosas que no importan?”.

El juicio de Dios

La caridad es la virtud más importante para el cristiano, por eso en “el tribunal divino, la única cabeza de mérito y acusación es la misericordia hacia los pobres y descartados: ´Todo lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis`, juzga Jesús. Y continuaba diciendo el Papa: “Tengamos mucho cuidado de no endulzar el sabor del Evangelio. Porque a menudo, por conveniencia o comodidad, tendemos a suavizar el mensaje de Jesús, a diluir sus palabras. Reconozcámoslo, nos hemos vuelto bastante buenos para hacer concesiones con el Evangelio”.

Para glosar cómo muchas veces tiene lugar esta simplificación equivocada y parcial del Evangelio, el Papa Francisco ha señalado varios ejemplos, como cuando uno piensa: “alimentar a los hambrientos sí, pero el tema del hambre es complejo y ciertamente no puedo resolverlo. Ayudar a los pobres sí, pero entonces las injusticias tienen que ser tratadas de una manera determinada y entonces es mejor esperar, también porque si te comprometes entonces te arriesgas a que te molesten todo el tiempo y quizás te das cuenta de que podrías haberlo hecho mejor. Estar cerca de los enfermos y de los encarcelados, sí, pero en las portadas de los periódicos y en las redes sociales hay otros problemas más acuciantes, ¿por qué debería interesarme por ellos? Acoger a los inmigrantes sí, pero es una cuestión general complicada, se trata de política… Y así, a fuerza de peros, hacemos de la vida un compromiso con el Evangelio”. 

Esta degradación del mensaje cristiano hace que uno se convierta en un teórico de los problemas y no se comprometa con soluciones concretas, que discuta mucho y haga poco, que busque las respuestas más frente al ordenador que frente al Crucifijo, en internet que a los ojos de los hermanos: “cristianos que comentan, debaten y exponen teorías, pero que ni siquiera conocen a un pobre por su nombre, que no han visitado a un enfermo en meses, que nunca han alimentado o vestido a alguien, que nunca se han hecho amigos de un necesitado, olvidando que ´el programa del cristiano es un corazón que ve` (Benedicto XVI, “Deus caritas est”, 31). 

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