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Samad: la guerra dio un vuelco a su vida y le devolvió una nueva, siempre para los demás

Hablamos con Samad Qayumi, de origen de afgano, para conocer su historia como emigrante en Europa.

Leticia Sánchez de León·14 de octubre de 2022·Tiempo de lectura: 4 minutos
Samad

Foto: Samad Qayumi

Samad es un amigo de las Misioneras Seculares Scalabrininas, que lo conocieron en Solothurn, en Suiza. Así como pasa con muchos migrantes, a él  también lo encontraron en un momento muy crítico, al poco tiempo de haber llegado en tierra extranjera, cuando la herida de la salida está fresca, las incertidumbres debidas a los permisos de residencia son muchas y la necesidad de compartir el camino con alguien es muy importante.

Así fue con Samad: desde los primeros pasos, a través de las diferentes etapas del camino, la amistad ha crecido, se ha fortalecido y su testimonio, que desde un principio nos hizo bien a nosotras, con el tiempo se ha convertido en un regalo para muchos jóvenes, una ayuda para reflexionar, para aprender a valorar todo momento de la vida, incluso los más duros y a no dejar de tener esperanza, porque el amor recorre la historia siempre, pase lo que pase, y la está cargando.

Samad, ¿puedes presentarte?

Me llamo Samad Qayumi. Nací y crecí en Kabul, Afganistán, donde también cumplí mis estudios universitarios con una licenciatura en ingeniería. Trabajé en el sector petrolero en Irán y después, de vuelta a mi país, me contrataron en una empresa de Mazar-e-Sharif que producía fertilizantes y daba trabajo a 3000 personas. Empecé como ingeniero jefe, llegué a ser subdirector y después director de esta planta. Siempre he tratado de hacer bien mi trabajo y de llevarme bien con todos.

¿Y cómo llegaste a asumir responsabilidades políticas?

Inesperadamente en 1982 recibí un telegrama del primer ministro del gobierno con la invitación a ir a Kabul. Se trataba de mi nombramiento a responsable de todas las provincias, encargo que ocupé durante cuatro años. Cuando surgían problemas en ámbito escolar, sanitario, agricola, de la construcción u otras cosas, se dirigían a mí y yo buscaba una solución junto con el ministro competente.

Y luego el salto al mundo de la formación… 

Posteriormente fui nombrado ministro de Educación. En este cargo me ocupé sobre todo de la construcción y de la mejora de las escuelas de nuestro país. Siempre he pensado que la educación es fundamental para el futuro de Afganistán.

Para encontrarme más preparado para esta tarea hice un doctorado en pedagogía. El trabajo era inmenso porque el sistema educativo estaba atrasado y también porque los fundamentalistas eran muy activos y seguían destruyendo los edificios escolares y matando a los profesores.

¿Qué cambió el curso de tu historia?

En 1989 fui nombrado nuevamente responsable de las provincias y permanecí en el cargo hasta que en 1992 los mujhaiddin han llegado al poder. Seis millones de afganos han tenido que dejar el país. Yo también tuve que huir con mi familia en el espacio de dos horas, dejándolo todo. Otros miembros del gobierno ya habían sido matados. Por dos meses nos quedamos cerca de la frontera con Pakistán, esperando que la situación mejorara. Luego dejamos el país y, con dos de nuestros tres hijos, llegamos a Suiza. Hubiera preferido ir a Alemania, pero en aquel entonces los traficantes que organizaban la fuga tenían más facilidad para llevar a los solicitantes de asilo a Suiza.

Al llegar a Suiza, ¿habéis podido rehacer sus vidas?

Una vez en Suiza, finalmente nos sentimos seguros. Sin embargo, por seis años y medio, mientras se procesaba nuestra solicitud de asilo, no pudimos ni estudiar, ni trabajar: teníamos que vivir de la ayuda del Estado. Nos preguntábamos: ¿Cuándo terminará nuestra espera? Fue un tiempo muy difícil. En Afganistán no tenía ni tiempo libre, ni vacaciones y aquí de repente me había encontrado sin ocupación alguna… Mi esposa en Afganistán era profesora. Cada día penssaba en sus alumnos y llorando se cuestionaba acerca de su destino. Tuvo también momentos de depresión.

¿Cómo le hiciste para resistir?

Vivir sin tener un trabajo a realizar puede llevar a perder la confianza en uno mismo, a no saber ya si uno es capaz de hacer algo. En aquellos años, en el tiempo largo de inactividad al que fui obligado, leí el Corán y la Biblia y logré vivir aquel tiempo sin enojo y rencor gracias a la fe y a la oración: siempre he creído que Dios no me habría abandonado. Leyendo el Evangelio me fascinó especialmente la respuesta de Jesús a la pregunta de sus discípulo acerca del mandamiento más grande: “Ama a tú prójimo como a ti mismo”, “Ámense como yo los he amado”.

¿Luego algo mejoró?

Después de más de seis años de espera finalmente llegó la respuesta positiva a nuestra solicitud de asilo y desde aquel día me dijeron que tenía que encontrar inmediatamente un empleo, pero no fue fácil. Después de los primeros intentos de encontrar un trabajo, en la agencia de empleo me preguntaron hasta cuándo quería seguir viviendo a costa de los demás. Fui a presentarme en muchos sitios, pero cuando me preguntaban qué había hecho antes, siempre recibía respuestas negativas. Sin embargo no dejé de buscar, porque para un hombre es importante poder hacer algo con y para los demás.

Después de tres años un día tuve la oportunidad de presentar solicitud para un empleo como portero en el condominio donde vivíamos. La primera vez que corté el pasto mi esposa lloró. Después, ya que el trabajo era mucho, ella también empezó a ayudarme. Esto cambió también las relaciones con los vecinos: antes eran muy alejados, nos evitaban y luego comenzaron a hablar y a entretenerse con nostros.

Más adelante me contrataron como vigilante en un museo histórico de armas y de armaduras. Pero después de dos años, gracias a mis habilidades técnicas, me convertí en restaurador de armaduras antiguas.

¿Crees que tu vida e historia pasada pueden ser un regalo valioso para los demás?

Justo en aquellos años he conocido el Centro Internazional de Formación para Jóvenes (IBZ) “J. B. Scalabrini” de Solothurn y comencé a colaborar con las misioneras seculares scalabrinianas en el trabajo de sensibilización y de formación de los jóvenes. Pude presentar mi experiencia y mis reflexiones a muchos estudiantes universitarios, sobre todo de las facultades de pedagogía y de derecho, o a grupos de jóvenes de diferentes nacionalidades que participaban en los encuentros internacionales. Los temas que trato normalmente son la situación en Afganistán, las condiciones de vida de los solicitantes de asilo y refugiados, pero también mi personal testimonio de vida, los valores que me han guiado desde mi juventud.

A menudo digo a los jóvenes que es importante tener mucha paciencia y estar listos a dar el primer paso hacia el otro. El amor hace crecer al otro y es la clave para construir la paz. Él que ama lo hace todo por el otro. Él que no ama destruye, llega a odiar y a hacer la guerra. A través del amor es posible perdonar, superar el odio y ser feliz.

El autorLeticia Sánchez de León

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