Vaticano

Los refugiados no son un peligro para nuestra identidad

No pasa un día sin que el Papa Francisco pida el fin de la guerra en Ucrania, y no deja de valorar el espíritu de acogida de los pueblos de Europa hacia los refugiados. Un reciente documento del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral ofrece directrices sobre cómo ejercer la acogida en contextos interculturales e interreligiosos.

Giovanni Tridente·2 de octubre de 2022·Tiempo de lectura: 5 minutos
refugiados

La guerra en Ucrania, que se prolonga desde el trágico 27 de febrero, entre las muchas tragedias humanitarias que conlleva, ha vuelto a amplificar en Europa la movilidad de los migrantes y refugiados, que huyen de las bombas y buscan hospitalidad allí donde pueden. Frente a los efectos de una guerra “en la puerta de al lado”, los pueblos de Europa están dando un ejemplo de acogida y cercanía hacia sus “primos” ucranianos como nunca antes, empezando por Polonia, que ha acogido a cientos de miles de ellos. El actual flujo migratorio se considera el más grave desde la Segunda Guerra Mundial. 

En las decenas de discursos en los que el Papa Francisco ha apelado casi a diario al fin de la guerra -definida sin ambages como una tragedia inútil y a la vez sacrílega-, al tiempo que ha pedido la apertura urgente de corredores humanitarios, se aprecia mucho el espíritu de acogida que se vive en el continente incluso en el indescriptible drama del conflicto. En su reciente Mensaje Urbi et Orbi del Domingo de Pascua, por ejemplo, el Papa destacó cómo las puertas abiertas de tantas familias en Europa son signos alentadores, verdaderos actos de caridad y bendición para nuestras sociedades “a veces degradadas por tanto egoísmo e individualismo”.

Sin embargo, no basta con detenerse en la extemporaneidad del momento o en la contingencia de un drama que tiene lugar a pocos kilómetros de nosotros, porque estas situaciones también existen desde hace muchos años en otras partes del mundo. No es casualidad que en el mismo Mensaje, Francisco haya mencionado a Oriente Medio, Libia, varios países africanos, los pueblos de América Latina, Canadá… recordando cómo las consecuencias de la guerra afectan a toda la humanidad. Sin embargo, “la paz es nuestro deber, la paz es la principal responsabilidad de todos”.

Acogida intercultural

En este contexto, vuelve a la palestra un documento publicado el 24 de marzo por el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, un documento que ha pasado algo desapercibido. Se trata de las Orientaciones sobre la pastoral de los migrantes interculturales, que ponen de relieve las propuestas que pueden surgir para las comunidades llamadas a acoger a quienes huyen de las situaciones más diversas.

La perspectiva de estas Orientaciones está ligada a la temática intercultural que caracteriza a las migraciones actuales, por lo que analiza todos aquellos retos que surgen en un escenario cada vez más global y multicultural, sugiriendo a las comunidades cristianas prácticas de acogida que son también una oportunidad para el trabajo misionero, así como para el testimonio y la caridad. 

Se trata de un texto surgido de los encuentros con diversos representantes de Conferencias Episcopales, congregaciones religiosas y realidades católicas locales, que profundizaron inicialmente en el tema elegido por el Papa Francisco para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado de 2021, Hacia un nosotros cada vez más grande.

En el prefacio de las Orientaciones, que se componen de 7 puntos-retos (cada uno con 5 respuestas concretas), el Papa Francisco reitera la necesidad de construir una “cultura del encuentro”, como había subrayado en Fratelli Tutti, con vistas a una fraternidad universal, porque éste es el sentido de la verdadera catolicidad. Del encuentro con los que son extranjeros y pertenecen a culturas diferentes, entre otras cosas, surge la oportunidad de crecer como Iglesia y de enriquecerse mutuamente.

Es una invitación “a ampliar el modo en que vivimos el ser Iglesia”, mirando el drama del “desarraigo prolongado” en el que muchos se ven obligados también a causa de las guerras, permitiendo vivir “un nuevo Pentecostés en nuestros barrios y en nuestras parroquias”, escribe el Papa. Pero también es una forma de “vivir una Iglesia auténticamente sinodal, en movimiento, no estática”, que no hace diferencia entre nativos y extranjeros porque todos estamos en movimiento.

Superar el miedo

El primer punto del documento es una invitación a reconocer y superar el miedo a los diferentes, a menudo víctima de prejuicios y percepciones negativas exageradas, como la amenaza a la seguridad política y económica del país de acogida, que suelen desembocar en actitudes de intolerancia.

La respuesta de la Iglesia a este primer reto puede articularse de varias maneras, empezando por dar a conocer las historias personales de quienes huyen de sus tierras, las causas que les llevaron a emigrar; después es necesario implicar a los medios de comunicación en la difusión de buenas prácticas de acogida y solidaridad; utilizar un lenguaje positivo basado en argumentos sólidos; promover la empatía y la solidaridad e implicar a los adolescentes y jóvenes en estas dinámicas. 

Promover el encuentro

El segundo aspecto se refiere a la promoción del encuentro, facilitando prácticas de integración en lugar de exclusión. En este sentido, también son necesarias una serie de acciones, como promover un cambio de mentalidad que lleve a invertir la lógica del descarte por una “cultura del cuidado”; ayudar a ver el fenómeno migratorio en su globalidad e interconexión; organizar sesiones de formación para ayudar a entender la acogida, la solidaridad y la apertura hacia los extranjeros; crear espacios de encuentro para los recién llegados; formar a agentes de pastoral que se dediquen a la acogida de los inmigrantes para que se sientan parte activa de la dinámica de la parroquia. 

Escucha y compasión

Un tercer punto se refiere a la escucha y la compasión, ya que el recelo y la falta de preparación pueden llevar a menudo a ignorar las necesidades, los temores y las aspiraciones de los inmigrantes. Esto debería dirigirse en primer lugar a los menores y a los heridos profundos, organizando programas de asistencia con los más necesitados; animando a los trabajadores sanitarios y sociales a ofrecer servicios específicos para abordar situaciones concretas.

Vivir la catolicidad

Uno de los problemas encontrados en las últimas décadas es que, incluso en las poblaciones de tradición católica, han arraigado sentimientos nacionalistas que excluyen al “diferente”. Esta tendencia es, de hecho, contraria a la universalidad de la Iglesia, provocando divisiones y no promoviendo la comunión universal. Aquí es importante hacer entender este aspecto particular de la Iglesia como “comunión en la diversidad”, a partir de la imagen del Dios Trino. También hay que entender que la multiplicidad de culturas y religiones puede ser una oportunidad para aprender a apreciar a los que son diferentes de nosotros; esto también requiere una atención pastoral específica, como primer paso hacia una integración más duradera, a través de trabajadores bien formados y competentes. 

Los inmigrantes como una bendición

A menudo se olvida que hay comunidades en las que prácticamente todos los feligreses son extranjeros, o en las que los propios sacerdotes proceden del extranjero. Esto puede considerarse una bendición en medio del desierto espiritual que ha traído el secularismo. Por tanto, hay que potenciar las oportunidades que ofrecen los que vienen de fuera, permitiéndoles sentirse también parte activa de la vida de las comunidades locales, haciéndoles sentir como “verdaderos misioneros” y testigos de la fe; posiblemente adaptando las estructuras pastorales, los programas de catequesis y la formación.

Misión evangelizadora

Una correcta comprensión del fenómeno migratorio, junto con una identidad habitual, aleja también la percepción de amenazas a las propias raíces religiosas y culturales. En este sentido, la llegada de inmigrantes, especialmente de otras confesiones, puede considerarse una oportunidad providencial para llevar a cabo la propia “misión evangelizadora” a través del testimonio y la caridad. Esto requiere la activación de un dinamismo ampliado que incluya también la activación de los servicios caritativos y el diálogo interreligioso.

Cooperación

El último punto se refiere al reto de coordinar todas estas iniciativas para evitar la fragmentación con vistas a un apostolado realmente eficaz que optimice los recursos y evite las divisiones internas. Todos deben involucrarse en compartir visiones y proyectos, experimentando de primera mano la responsabilidad pastoral de este tipo de “cuidado”. La cooperación debe incluir también a otras confesiones religiosas, a la sociedad civil y a las organizaciones internacionales.

Como vemos, todos estos son elementos concretos para una acogida verdadera y digna, que también pueden ser útiles en este periodo en el que muchas parroquias están dando pasos para mostrar su cercanía al pueblo ucraniano. Un verdadero campo de pruebas de caridad y misión.

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