Cultura

Saúl Alija: “El arte sacro tiene un papel fundamental en nuestro mundo”

Saúl Alija es un joven pintor zamorano que ha concedido una entrevista a Omnes para hablarnos sobre el arte sacro y su relación personal con el arte.

Paloma López Campos·17 de diciembre de 2022·Tiempo de lectura: 7 minutos
Saúl Alija

Saúl Alija en su exposición "Mysterium" el año pasado en el Patio Barroco de la Universidad Pontificia en Salamanca.

Saúl Alija es uno de los nuevos rostros en el arte sacro español. Entre exposiciones en Salamanca, murales para Zamora, encargos para Barcelona y retablos de capillas bautismales, nos habla en Omnes sobre el arte sacro.

Saúl, ¿puedes empezar contándonos tu historia con la pintura y el arte sacro?

– “La verdad es que me he ido formando por mi cuenta, aunque los inicios se los debo a mi familia. Mi madre me quería llevar a una academia de pintura y me apuntó a la más cercana. Pero ella no sabía que el profesor era sacerdote. 

El profesor nos contaba muchas veces como había pintado murales en varias Iglesias cuando vivió en Roma y también muchas curiosidades sobre sus cuadros, que a mí me sorprendían mucho. Y también me gustaba el agradecimiento que mostraba al contárnoslo. 

Después de eso no volví a pintar porque ingresé durante unos 8 años en el seminario Redemptoris Mater de Castellón, donde he recibido mucho en todos los sentidos. Hasta que, durante el verano, me dio por pintar en unas casas abandonadas a la entrada de Zamora. Después de tanto tiempo, vi que aún seguía recordando las nociones para pintar que me había enseñado aquel sacerdote. 

El hecho de no haber pasado por ningún estudio reglado me ha servido muchísimo en la libertad que tengo en el manejo de los colores, las distintas pinceladas, la preparación de las escenas, usar los métodos que usaban los clásicos para ejecutar una pintura, etc. 

Hace un año abrí una cuenta de Instagram con algunas de mis obras de arte religioso y también otras pinturas sin mucha pretensión. Me escribieron un par de mensajes para que hiciera algunas obras por encargo para Barcelona y Salamanca, incluso un concejal de mi ciudad me escribió para pintar unos murales en las calles de Zamora. Fue así de espontáneo.

Detalle del cuadro encargado con motivo del Año de San José 2020 para la Iglesia del Espíritu Santo, Zamora.

Mi relación con el arte sacro ha sido igual de espontánea. Un sacerdote de mi diócesis me pidió un retablo especial para una comunidad que celebra en rito mozárabe, en un pueblo chiquitito de Zamora. Me puse a estudiar entonces el arte cristiano peninsular que se daba en el siglo XI, para poder ayudarles a celebrar de acuerdo con su tradición. También me encargaron un cuadro de San José para otra pequeña Iglesia, para celebrar el año iniciado por el Papa Francisco.

Actualmente, estoy trabajando en un retablo para la capilla bautismal de una Iglesia de Salamanca, para un párroco que quiere ayudar a los matrimonios jóvenes a ver la importancia del sacramento del bautismo y explicarles con el retablo lo que sucede en el momento de la celebración. 

Esta es, para mí la función del retablo: el Kerigma hecho arte, que en el momento de la celebración del bautismo, cruza la historia de la salvación, y reconecta a la asamblea con el momento del bautismo de Jesús en el Jordán, santificando las aguas, como nos muestra la iconografía. 

La forma que he tenido desde hace tiempo de contactar con las parroquias y los sacerdotes es a través de Instagram o del email que está allí también. Si desea alguien contactar conmigo para realizar algún retablo, solo tiene que escribirme a través de Instagram (@saulalija) y a partir de ahí, en oración común, vamos viendo las necesidades del proyecto”.

Y desde esta experiencia con los párrocos, ¿qué relación crees que existe entre la Iglesia y el arte?

–”Yo creo que es una relación profundísima. Aún hoy, hay conceptos teológicos que no comprendemos solamente con simples razonamientos, sino que necesitamos acudir a imágenes o catequesis que la Iglesia lleva siglos representando en sus retablos, en sus muros, en sus templos. De hecho, es curioso hasta qué punto está unida la emoción estética con la Nueva Evangelización en nuestra particular sociedad sentimentalista.

Hace unos meses hice una exposición en el claustro de la Universidad Pontificia de Salamanca, en la que reflexionaba acerca de la antropología sacramental, o intentaba hacer reflexionar, sobre la unión entre el arte como símbolo visible y la iglesia como sacramento invisible. 

Yo pensaba en tantos jóvenes de mi generación que estamos sufriendo las consecuencias de la ideología y de la falta de libertad, y quería crear una forma estética que no tuviera en cuenta los grupos de referencia, sino la espiritualidad común de la iglesia, que se extendiera a todos. Y creo que funcionó, al menos eso es lo que me han dicho mis amigos no creyentes”.

Pero esa exposición en Salamanca era un proyecto de arte religioso, no directamente para la Iglesia. ¿Cuál es la parte más importante a la hora de pintar arte para la Iglesia?

– “La oración, que tantas veces para mí es la parte más difícil. Y yo creo que es más importante que la técnica y la ejecución. Porque hay muchísimos cuadros de arte religioso que están perfectamente hechos, pero no consiguen provocar nada. Mientras que hay otros muchos cuadros que igual no son muy buenos pero que consiguen transmitir la intención de la iglesia 

Y a parte de la oración, también la sinceridad al componer la escena. Pintar momentos de Dios que se han sentido reales en tu vida se nota mucho. Yo creo que es una responsabilidad muy grande, sobre todo cuando las referencias actuales en el mundo del arte son tan variadas.

Hay varios peligros como el del espiritualismo estético, o buscar un tipo de arte en el que estés cómodo y busques darte gloria a ti mismo o fingir teologías, y desvirtuar los términos. Es muy triste porque nos está pasando a todos: en el mundo, pero también dentro de la Iglesia y dentro de la teología. Nadie debería buscar ser referente de ningún progreso, si es que anda detrás de las virtudes bíblicas, cuyo referente progresista es siempre Dios. Sin Él no hay originalidad, ni avance, ni intuiciones, al menos a mí me pasa y hay días que Dios me deja estar bajísimo de inspiración”.

¿Y por qué el arte en sí es una buena forma de transmitir a Dios?

– “Porque el arte está callado, no se irrita ante la indiferencia y no exige nada del otro, como tampoco Dios a nosotros. El arte no tiene la actitud de rechazo que tantas veces los cristianos o los curas mostramos hacia los no creyentes.

A los cristianos se nos puede exigir o infravalorar socialmente, hacernos callar, pero a una obra de arte no se la puede hacer callar, como mucho sacar fuera de contexto. 

Cuando un cuadro sagrado grita coherencia, estremece; no te juzga, no te mira mal. Y si te descuidas puede incluso hablarte del cielo. En las células de los ojos de todo hombre hay una memoria ontológica que guarda información de nuestro antiguo estado, que es el paraíso, el reino celeste. 

Mi generación ha multiplicado cada vez más los lugares en los que sentirnos queridos: cada vez más apps de citas, cada vez más conexión, cada vez más lorazepam, pero cada vez más soledad. Con el arte, en el interior de la persona se produce una emoción estética que la inocula profundísimamente y le hace recordar que en el principio vivía en el cielo; que su ser está hecho para no morir nunca. Y esta persona, enferma de eternidad, comenzará a necesitar cada vez dosis más altas de belleza hasta que Dios la toque”.

En un mundo en el que predomina el “selfie” de Instagram, ¿cómo se puede hacer hueco para el arte sacro?

–”Yo creo que el arte sacro tiene un papel fundamental en nuestro mundo. Veo descansar a mis amigos no creyentes cuando entran a una Iglesia conmigo y vemos arte sacro. ¡Cuántas veces me han dicho eso de “no me extraña que los antiguos creyeran al ver esta belleza”! Instagram se llenaría de arte sacro si supiéramos comunicar la belleza artística y moral de la Iglesia a las nuevas generaciones.

Un cuadro de Alija representando a san Juan Pablo II

El turismo religioso en España es una gran oportunidad en nuestras diócesis para enviar cristianos a formarse en Historia del arte y Catequética para enseñar la sabiduría profunda de los templos. Para mí es uno de los retos de la Nueva Evangelización, antes de que dejemos que los expertos acaben con la espiritualidad, como va a pasar con el único curso de canto gregoriano que se hacía en España en el Valle de los Caídos.

El mundo está cansado del arte vacío. De hecho, veo que hay un renacimiento cultural de las antiguas vanguardias. No dejan de hacer exposiciones inmersivas de los maestros del siglo pasado. La gente no quiere ver las serigrafías de Warhol en 4K porque con los cuadros nos basta, sino que quiere ver a Sorolla, a Van Gogh, etc., cuanto más cerca mejor.

La idolatría al artista que se da en nuestro tiempo, ahora, va cada vez más apoyada por la calidad y la innovación. Ha pasado el tiempo en el que todo era considerado arte, incluso dentro del arte abstracto. Incorporando la performance a los NFT, que hoy en día se validan técnicamente con certificados.

En el arte sacro, durante los últimos años, he podido experimentar también mayor calidad e innovación, quizá por el estado de peligro de extinción continuo en el que nos encontramos como artistas. En nuestras diócesis, los esfuerzos, en la mayor parte, se destinan a conservar lo que tenemos. 

La mayor parte de parroquias que se construyen de nueva planta se adornan con imágenes hechas en serie, aburridas, que funcionan porque es el tipo de imagen que se espera, pero la realidad es que no producen ningún tipo de diálogo con el hombre de hoy.

El problema actual del abuso de las redes sociales tiene mucho que ver con la falta de identidad, y la falta de identidad también es falta de expresión y de diálogo. Si no hay un lenguaje visual común, una estética, no hay expresión común, y esto es algo muy importante en la comunión de la Iglesia. Sin un diálogo es imposible comunicar la belleza. 

Hoy los jóvenes cristianos queremos dialogar y expresarnos con un lenguaje real y humano, porque somos conscientes del sufrimiento del pecado en nuestra vida y en la de nuestros amigos que no creen. No queremos hablar sólo con nosotros mismos. Nos sentimos llamados a ser misión de Dios.Por eso, el reto de nuestro siglo es antropológico y es también identitario. Sin un lenguaje fresco y personal, libre de “arqueologismos”, no podremos expresar nuestra fe, ni tampoco evangelizar, ni llamar a la coherencia a los de fuera, pero tampoco podremos llamarnos a la coherencia con nuestra propia vida cristiana los que pensamos que estamos dentro”.

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