Cultura

Inmaculada Concepción: historia, devoción y arte

La Iglesia católica celebra una de las solemnidades más queridas y arraigadas en el corazón de los fieles: la Inmaculada Concepción.

Maria José Atienza·8 de diciembre de 2021·Tiempo de lectura: 8 minutos
La Inmaculada Concepción

La Inmaculada Concepción. Francisco de Zurbarán ©Museo del Prado

Han sido numerosísimos los escritos, estudios y apologéticas que, especialmente a partir del siglo XIV, se han desarrollado en torno a este dogma de fe que defiende la concepción virginal de María: la preservación del pecado original, ya desde su concepción en el seno de su madre, a la que sería la Madre de Dios.

Inmaculada Concepción desde los inicios de la fe

Ya en el Génesis, encontramos uno de los fundamentos, que luego sería maravillosamente plasmado en las alegorías artísticas, de esta preservación de María del pecado original “pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón”.

En el Nuevo Testamento, el Evangelio de San Lucas recoge cómo el ángel llama a la María “llena de gracia”, es decir, “que no está en posesión del pecado”. Aunque ya desde los primeros siglos de nuestra fe algunos padres de la iglesia griega y latina se refieren a la Madre Dios como “inmaculada”, por ejemplo, san Justino o san Ireneo, las primeras noticias sobre la celebración de esta fiesta datan del siglo VII, en varios monasterios de Palestina.

La convicción de la concepción virginal de Santa María ha acompañado, desde los inicios de la fe, al pueblo cristiano. La proclamación de María como Madre de Dios en el Concilio de Éfeso contra la herejía nestoriana, recogía, de algún modo si bien no explícito, este convencimiento.

Aunque la definición del dogma en la Iglesia Católica tardará en llegar, ya en los siglos XIII y XIV la cuestión inmaculista toma un lugar central en los escritos de la fe con figuras como el beato Juan Duns Escoto. El propio Pio IX en la «Ineffabilis Deus», carta apostólica en la que declara el Dogma de la Inmaculada Concepción, recuerda este sentir de los fieles destacando cómo “ya desde los remotos tiempos, los prelados, los eclesiásticos, las Ordenes religiosas, y aun los mismos emperadores y reyes, suplicaron ahincadamente a esta Sede Apostólica que fuese definida como dogma de fe católica la Inmaculada Concepción de la santísima Madre de Dios”.

España fue, desde muy temprano, una nación de claro sentir inmaculista: el fervor popular hizo nacer, desde muy pronto, las primeras fiestas y manifestaciones artísticas que reflejan este fervor a la Madre de Dios y su Inmaculada Comcepción.

En España ya en el siglo VII se celebraba la fiesta de la Concepción Inmaculada. Un amplio número de textos litúrgicos medievales muestra que la fiesta de la Inmaculada Concepción se guardaba en el siglo XIII, incrementó su popularidad en el XIV y se difundió ampliamente por toda España durante el siglo XV, especialmente, tras la recuperación de los territorios del sur de España por la corona de Castilla. En el siglo XVI asistimos a una proliferación de cofradías que se ponen bajo la advocación de la Pura y Limpia Concepción de María.

Durante estos años, no son pocas las embajadas que monarcas, eclesiásticos y nobles españoles presentan ante el Papa, pidiendo una declaración formal de lo que era un sentir universal en el pueblo católico. Aunque el Dogma aún habría de esperar, los sucesivos Papas refrendan, de modo indirecto la doctrina inmaculista auspiciando e impulsando esta devoción por Europa y los territorios hispanoamericanos.

El momento cumbre del fervor inmaculista será el siglo XVII, momento en el que encontramos ejemplos de una fortísima y extendida devoción a la Inmaculada Concepción con ejemplos tan notables como Valladolid o Sevilla, cuya ciudad y clero se erige como ejemplo de este fervor mariano multiplicándose, por entonces, fiestas litúrgicas, asociaciones y hermandades y, por ende, las manifestaciones artísticas en la pintura, escultura y dedicaciones de templos a la Inmaculada Concepción. Huelva, perteneciente al territorio diocesano sevillano, sería la primera ciudad en España en dedicar un templo a la Inmaculada Concepción.

En estos años abundan los conocidos como Votos inmaculistas, con ejemplos como la Universidad de Toledo quien hizo dicho voto el 10 de diciembre de 1617, a ella le seguirían universidades de tanto calado como Salamanca (que jugó un importante papel en la petición ante el Papa de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción), Granada o Valladolid. Junto a estos votos universitarios, ciudades, algunas órdenes religiosas e incluso ciertas diócesis hispanas, realizaron este voto de defensa de la doctrina inmaculista que se traduciría en nuevas peticiones a Roma en favor de este dogma.

Los siglos XVIII y XIX vivirán momentos de altibajos en la expansión y fortaleza de la devoción a Nuestra Señora en el misterio de la Inmaculada Concepción.

El influjo de las ideas francesas, las guerras e invasiones sufridas en España supusieron problemas para muchas corporaciones, hermandades y congregaciones religiosas. Si bien Carlos II, con la aprobación de Clemente XIII, declaró en 1760 a la Virgen Inmaculada Santa Patrona de España y de todas sus posesiones y en 1800, extendió a todas las universidades de España la obligación de jurar la defensa de la Inmaculada Concepción.

Medio siglo más tarde, la definición dogmática de la Inmaculada en 1854, y las apariciones de la Virgen a Santa Bernardette Soubirous bajo este nombre, llevaría a una explosión de fervor a la Inmaculada en el siglo XIX en todo el orbe católico.

En 1857 se inauguraría el famoso monumento a la Inmaculada Concepción en la Plaza de España de Roma. La imagen, obra de Luigi Poletti, corona una columna de 12 metros de altura. Los bomberos romanos izaron la columna y la imagen de nuestra señora. De ahí la tradición anual en la que los bomberos de Roma colocan un ramo en lo alto de la columna cada 8 de diciembre.

A pesar del avance del secularismo y los tumultuosos años de finales del siglo XIX y XX, la devoción a la Inmaculada Concepción continuó siendo impulsada por la Iglesia católica siendo además, uno de los dogmas con mayor atención a la documentación y la teología mariana modernas como puede comprobarse en María, Madre del Redentor, de J.L Bastero.

La Inmaculada Concepción en el arte

Bartolomé E. Murillo. La Inmaculada del Escorial ©Museo del Prado

Las primeras fórmulas para representar que la Virgen María había sido concebida libre del pecado original desde el primer instante de su Concepción se sustentaban en los pasajes de su infancia, narrados en diversos libros apócrifos, y que mostraban la historia de sus padres, Joaquín y Ana, por medio de imágenes narrativas como la del casto abrazo, o beso, ante la Puerta Dorada.

A estos tipos narrativos se sumaron otras imágenes de carácter conceptual como los tipos de Santa Ana triple o el árbol de Jesé. Sin embargo sería la “Tota Pulchra”, la toda limpia, la línea representativa heredera del medievo la que se asentaría y desarrollaría en la iconografía escultórica y pictórica.

De manera habitual, Francisco Pacheco (1564-1644) es considerado como el maestro de la iconografía inmaculista. Aunque el motivo también fue tratado por otros artistas como Francisco Herrera el Viejo que pintó una Virgen de la Inmaculada Concepción en la que la mayor parte de las imágenes alusivas a la pureza de María se sitúan en el paisaje inferior.

En su obra Arte de la Pintura, Pacheco dictó las líneas maestras para la representación de la Inmaculada que encontramos en sus obras: una joven vestida con túnica blanca y manto azul, símbolos de pureza y eternidad respectivamente, coronada con doce estrellas (stellarium), la media luna hacia abajo y una serpiente a los pies simbolizando su dominio sobre el pecado. La figura de la Virgen, habría de estar rodeada por un resplandor oval de tonalidades áureas. 

El influjo de esta línea representativa es evidente en otros artistas como Zurbarán y, con ligeras variaciones por su yerno, Velázquez y otros pintores como Ribera o más tarde, el propio Goya.

Sin embargo, sería Bartolomé Esteban Murillo quien, en el campo de la pintura, destacaría en este campo con una obra de más de una veintena de cuadros de la Inmaculada Concepción.

La devoción a la Inmaculada ha sido plasmada, especialmente desde el siglo XVII por numerosos artistas de todo el mundo siendo, además de obras de devoción, verdaderas catequesis plásticas.

Simbología de la Inmaculada Concepción

Los símbolos recogidos en la pintura o en las tallas de estas imágenes de la Inmaculada, nos sirven, a todos los católicos, como recordatorio y reconocimiento de verdades de fe, pasajes bíblicos, advocaciones de las letanías lauretanas y glorias marianas. A lo largo del tiempo, estos símbolos varían su presencia e importancia en las representaciones artísticas, aunque se mantienen, de manera  constante, los referidos a la edad de la Virgen y la tonalidad de sus vestiduras.

La mujer joven: La Inmaculada es siempre joven, pura, desde su nacimiento. Se representa a una edad identificable con el momento de la Anunciación, lo que une la pureza de su concepción con la concepción divina de Jesucristo. Antes, durante y después del parto, María es sin mancha, poseedora de la juventud eterna de su alma.

Vestiduras blancas: Representan la pureza total, la no mancha de pecado.

Manto celeste: Junto a las vestiduras blancas, muy pronto, la Inmaculada comienza a representarse envuelta en un manto celeste que refleja tanto el color del cielo – la divinidad- que cubre a María recordando las palabras del ángel en la Anunciación.

Los ángeles: La imagen de la Virgen aparece junto a una o varias cabezas de querubines que representan todos los ángeles, el ejército celestial que acoge y está por debajo de una única criatura: La Virgen.

La serpiente: En multitud de motivos escultóricos como en pictóricos, la serpiente aparece bajo los pies de la Virgen, se representa así la maldición al diablo y la promesa de salvación hecha por Dios en el Génesis “El Señor Dios dijo a la serpiente: “Por haber hecho eso, maldita tú entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre  y comerás polvo toda tu vida; pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón”. 

La luna: Este astro es uno de los más icónicos en la representación de la Inmaculada. La luna, símbolo de la castidad, permite pasar a su través la luz del sol así como el poder de Dios atraviesa a la Virgen sin mancharla, sin herirla… Pacheco pintó la luna con las puntas hacia abajo cristalizando una opción pictórica muy utilizada a partir de ese momento.

El Sol: El propio Pacheco apuntaba que la imagen de la Inmaculada había de estar rodeada de una composición en tono aúreos.

La puerta: Recuerda la mediación mariana: La Virgen es la puerta del Cielo a través de la que el Salvador se encarna y entra en nuestra casa y, al mismo tiempo, es la puerta que nos conduce hasta Él.

El barco: Muchas de las imágenes de la Inmaculada se presentan acompañadas por un barco sobre el mar en alusión al himno medieval Ave Maris Stella, la Virgen como estrella del mar y también como puerto seguro

El espejo: Uno de los símbolos que a veces acompañan a la Inmaculada es un espejo, frecuentemente sostenido por un ángel. “Espejo de Justicia”, es una de las invocaciones de la Letanía Lauretana que recuerda que María refleja la belleza y el poder de Dios.

La fuente o el pozo: La representación de un a fuente en las imágenes de la Inmaculada remite al famoso Cantar de los Cantares, en el que la imagen de la fuente, centro de vida y purificación así como ejemplo de belleza cristalina, se utiliza de manera frecuente.  

Juan Valdés Leal. La Inmaculada Concepción. ©Museo del Prado

La palmera: Aunque la imagen de la palmera dejará de utilizarse con el paso del tiempo, este árbol recuerda, por una parte, el paraíso perdido. Pero también el refugio de los viajeros y la justicia.

Flores: La rosa, símbolo del amor perfecto se traduce en la Rosa mistica una de las advocaciones de las letanías más utilizadas en el arte. De hecho, Rosario significa corona de rosas, en la que cada Avemaría significa una rosa llevada a la Virgen.

Además de la rosa, es común unir la Inmaculada a las azucenas y otras flores, como los lirios que simbolizan la pureza, por su color blanco y su perfume así como la belleza de María, la creación más perfecta de Dios.

Algunos expertos señalan que la representación de los pétalos abiertos hacia arriba indican la apertura a Dios. Cuando se abren a los costados, aluden a maternidad generosa, madre de todos los hombres. Si todos los pétalos forman una sola azucena representa la fraternidad y unión de todos los hijos de Dios Padre.

Trono de sabiduría: En algunas representaciones pictóricas de la inmaculada encontramos esta alusión a esta advocación mariana que recuerda, además, el importante papel de las universidades en el desarrollo de esta devoción.

El arca de la Alianza era el más sagrado tesoro del pueblo israelita. Poseía en su interior las Tablas de la Ley, la urna del maná y la vara de Aarón. No en vano, la nueva Alianza es Cristo y fue el seno de María quien custodió esta nueva alianza.

La escalera: algunos autores señalan la escalera como otro de los símbolos de la mediación mariana, la Virgen que conduce a la humanidad hacia su Hijo, al cielo.

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